por Pascal Jacob
La utilización de armas o de proyectiles muy rápidamente representó una interesante fuente de inspiración para numerosos malabaristas desde los orígenes de la disciplina, puesto que miniaturas medievales ya representaban pequeñas siluetas que manipulaban puñales. Espadas, sables, yataganes, hachas, lanzas, cuchillos o martillos eran lanzados, manipulados, giraban o se clavaban alrededor de un cuerpo inmóvil en una tabla de madera. La atracción por el peligro fue un imán irresistible para un público siempre ávido de sensaciones fuertes. Un dúo de manipuladores chinos de Laocheng retomó el malabarismo ritual con pesados tridentes, con una curiosa innovación: el hombre actuaba sobre seis altos troncos de madera mientras que alrededor de su cuerpo giraban hasta cinco lanzas tintineantes.
La posibilidad de hacer malabarismos con instrumentos cortantes fascinó al público desde los inicios de la humanidad: ¿por qué no imaginar uno de nuestros primeros antepasados manipulando piedra sílex sutilmente tallada frente a los miembros estupefactos de su tribu? El uso del bumerán, una especialidad revisitada por las hermanas Tilly y Dolly Price alrededor de 1910, no se alimentaba de otras fuentes: lanzar, recuperar. O matar. Tornada espectacular, la manipulación balística se desplegó sobre los escenarios del Music-Hall y de los Cabarets así como en las pistas de numerosos circos a través del mundo. Asociados a una práctica exótica, los lanzamientos de proyectiles eran a veces presentados de manera muy ingenua, tal como lo ilustra una estampa de los años 1860 del litógrafo Hoster que muestra lanzadores de cuchillos vestidos con taparrabos y luciendo cofias de plumas en la cabeza, una apariencia que recuerda la de Tou-Tainsko sobre un afiche de 1890. ¡Los “juegos del Far West” ofrecían también una serie de oportunidades para la puesta en práctica de un repertorio singular donde puñales y hachas de guerra se llevaban la tajada… del león! Disfrazados de vaqueros o de indios, los practicantes de estas disciplinas muy particulares complicaban a veces sus ejercicios realizándolos, a imagen y semejanza de Henri Maîtrejean en el Circo Napoleón, de los Tornados o de los Collins, sobre un alambre. Además la estructura circular donde era sujetado el blanco humano, realizaba una rotación lenta pero regular.
La noción de riesgo que caracteriza el conjunto de estas prácticas es un marcador sensible para varias compañías contemporáneas deseosas de cuestionar esta lógica de valoración de la proeza. Con Marathon et Risque Zéro, dos espectáculos creados en la Compañía Galapiats, Sébastien Wojdan juega con la inquietud suscitada por la proximidad del público enfrentado al peligro… controlado. Si bien los cuchillos lanzados y clavados alrededor del artista causan inevitablemente escalofríos, es sobre todo cuando se instala un blanco previsto para una secuencia de tiro al arco entre dos secciones de gradas y por lo tanto rodeadas de espectadores, que la incertidumbre se lee sobre los rostros. La manipulación de uno o más hachas suscita la misma angustia, seguramente porque se trata de un arma inquietante, vinculada a miedos ancestrales. En Timber! , espectáculo del Cirque Alfonse puesto en escena por Alain Francœur en 2010, se utilizaron todas las herramientas del leñador para generar pavor en el público. Ganchos de amarre, sierras de corte longitudinal, látigo y por supuesto, hachas que desempeñan un papel escalofriante entre las manos de aquellas y aquellos que las manipulan.
Uno de los acróbatas de L’Enfant Qui, espectáculo del Théâtre d’un Jour puesto en escena por Patrick Massé, hacía girar una pesada masa al ras de los ojos de los espectadores que lo rodeaban y convocaba así el espíritu del titiritero de proximidad, jugando al mismo tiempo con la delicada gama de los temores y angustias. Este juego ambivalente con las emociones del público, Bert y Fred lo han utilizado con mucho humor para la creación de cortas secuencias donde uno de los personajes victimiza al otro mediante dardos, puñales, martillos o látigos para alegría de los espectadores que ven allí la dimensión catártica de sus propios deseos mezclados con pavor. Johann el Guillerm por ultimo, manipula un machete de cocina en Secret, un momento suspendido de la representación, donde la dilatación del tiempo toma todo su sentido: si el cuchillo no se planta en el tronco, el artista reitera su gesto, hasta lograrlo, así deba retomarlo 5, 10 o 30 veces…
Práctica a la vez espectacular y popular, el lanzamiento de cuchillos inspiró al escultor Alexandre Calder para la creación de la una de las secuencias llenas de humor de su Cirque, elaborado a partir de 1926. El pintor Henri Matisse también llamó a una de los laminas de la obra Jazz publicada en 1947 Le lanceur de Couteaux. Esta práctica, por último, suscitó la fundación de sociedades y de asociaciones tales como Eurothrowers o la Liga de lanzadores de cuchillos y de hachas, que reúnen a miles de practicantes a través del mundo. Así pues, pictórica, simbólica o real, la manipulación balística sigue perturbando, fascinando e inspirando a espectadores y a creadores.