por Pascal Jacob
Cuando la ilusión tiene lugar de manera casi inmediata, literalmente bajo los ojos de los espectadores, la admiración se mezcla aún más a la incredulidad. Esta cercanía cómplice es el indicador esencial del close-up, una técnica que se puede traducir como la del “primer plano” o, de manera más evocadora, por el término “magia de cerca”. Es un arte de la destreza que se ejerce esencialmente de tres maneras: hacer desaparecer y viajar bolas, transformar monedas o mezclar cartas.
Escamoteadores y prestidigitadores, tales como los que describió el griego Alcifrón en el siglo II, afianzaban la práctica en la historia de las sociedades. En el siglo XVI, se asimiló la manipulación de cartas a los juegos de azar.
Monedas y billetes irrigaban la vida diaria y el eco simbólico para el espectador era de una eficacia formidable. Al mencionar el concepto de Zauberwirkung, Karl Marx no dudó en describir “el efecto mágico” de la moneda sobre aquellas y aquellos que la utilizan. Es seguramente por ello también que los trucos con monedas fascinan a los espectadores.
Hacer aparecer monedas de oro o de plata responde a una vieja obsesión de los alquimistas y el mago, al materializar alegóricamente sus sueños de fortuna, entra en resonancia inevitablemente con la pasión del público. Vinculado con el estupor, la sideración, cultivando la cercanía con lo imposible, el término de close-up, se impuso a fines de los años 1920, pero el género existe desde hace dos milenios.
Lo fundamental para el mago es movilizar el imaginario del espectador en pocos segundos, en particular, utilizando pequeños objetos de la vida cotidiana desprovistos de toda connotación mágica. La utilización de cucharas, alfileres de gancho o anillos, por ejemplo, permite transformar lo cotidiano en pretexto para el espectáculo. Es lo que los practicantes denominan hoy en día micromagia. El close-up es una disciplina polimorfa que se presenta, desde hace siglos, tanto en la calle, en las ferias, en los gabinetes de física, el salón o el palacio. Los príncipes y los reyes, de Carlos Quinto a Rodolfo II, gustaban de rodearse de prestidigitadores, a veces también alquimistas. Con Giuseppe Pinetti a fines del siglo XVIII, la disciplina ingresó en el teatro y el cabaret y, más tarde, también en la televisión y… en el circo.