por Jean-Michel Guy
El malabarismo, manipulación periódica de objetos, consiste en lanzar y recuperar objetos con destreza, realizando secuencias de figuras.
Puede practicarse con todo tipo de objeto, hasta tijeras de podar o guadañas. Aunque los primeros rastros de esta actividad daten de Antiguo Egipto y que haya documentos que certifiquen su renombre en la Antigua Roma y su continuidad en la Edad Media, el malabarismo se separó de la manipulación de objetos y la magia recién a finales del siglo XIX. Gracias a las innovaciones de Paul Cinquevalli (finales del siglo XIX) luego de Enrico Rastelli (años 1920), se afirmó como una categoría autónoma y fértil del malabarismo, al punto de convertirse en su sinónimo en el lenguaje corriente.
Sin embargo fue el malabarismo dicho simétrico, con objetos de un mismo tipo y “estándares” (bolas, mazas, anillos) que se impuso en el siglo XX. La fabricación industrial de estos objetos contribuyó en gran medida a la aparición y luego a la expansión de una comunidad internacional de malabaristas aficionados, aún ampliada recientemente por el desarrollo de Internet. Primero fue exclusivamente aéreo (arrojando objetos hacia arriba), luego el malabarismo se enriqueció con la manipulación en el plano horizontal (hacer rodar los objetos sobre el suelo) y con el malabarismo-rebote (lanzar hacia abajo) y por último, con una gran invención más reciente, el malabarismo pendular (objetos suspendidos que no pueden caer). La alianza del malabarismo con cada una de las artes del circo, con la danza, la música o el teatro permanece también una de las principales fuentes de su renovación.
El malabarismo ingresó hacia los años 1980 en un nuevo período de su historia, caracterizado por la afirmación y el reconocimiento público de su fuerza artística y la de sus obras, por el aumento sin precedentes del número de malabaristas y la diversificación de los estilos, por el descubrimiento de las ecuaciones matemáticas que lo rigen, por la puesta en crisis y el deconstrucción de todas sus propiedades (visibilidad y tangibilidad de los objetos en particular,) y por la banalización del virtuosismo y su increíble fecundidad poética.