por Jean-Michel Guy
El malabarismo – definido como manipulación periódica de objetos – ha conocido desde los años 1980 varias evoluciones notables. Estas conciernen su definición, sus técnicas y su condición social.
La primera es incluso una revolución: es la puesta en ecuación matemática de figuras posibles con un número dado de objetos y un número dado de “manos”, conocida bajo el nombre de siteswap. Este sistema de notación del movimiento hecho malabar periódico, permitió no solamente escribir las figuras en un lenguaje universal compuesto de cifras, comprensible por los malabaristas del mundo entero, sino también escribir en el sentido de componer, de inventar malabarismos complejos, como lo hacen por ejemplo los malabaristas Sean Gandini y Denis Paumier. Reveló sobre todo la existencia de un número calculable y muy grande de figuras – varios centenares con tres bolas –, de las cuales los malabaristas no tenían, hasta entonces conocimiento. Los más expertos dominaban, anteriormente, en el mejor de los casos, aproximadamente cuarenta figuras, formando un vocabulario limitado. La alianza de este sistema con las tecnologías digitales dio lugar a creaciones virtuales, como las de Adrien Mondot y gracias al desarrollo de Internet, en los tutoriales: hoy en día resulta posible aprender a hacer malabares en el fondo de la selva, lejos de todo malabarista de carne y hueso.
Tornar la caída de objetos simpática o imposible
El análisis del malabarismo se prolongó con toda una serie de deconstrucciones, es decir, por el cuestionamiento de las propiedades que se consideraban hasta entonces naturales o evidentes. De este modo, la caída de los objetos, que se veía hasta entonces como una pesadilla, fue reintegrada como una propiedad innegable e incluso interesante del malabarismo. El malabarista actual, en lugar de hacer malabares contra la gravedad, disfruta haciendo malabares con ella, y tiende a considerar la caída, cuando ocurre, como un regalo, una fuente posible de inspiración y de juego. Las maneras de encararla, incluso de preverla, son variables: una actitud zen de indiferencia de la caída, una actuación burlesca, una inscripción del imprevisto como una sorpresa rítmica o melódica, tal como ocurre con el jazz, como en Juggling hands de Jérôme Thomas.
Una manera muy particular consiste en… ¡tornarla imposible! Al suspender cinco tubos de metal en un mismo punto, el malabarista Jörg Müller no solo inventó el malabarismo pendular. También cambió la perspectiva sobre el malabarismo, substituyendo al riesgo de caída, o a la vergüenza y al sentimiento de decadencia que se le asocia simbólicamente, la mera posibilidad del incidente – los tubos pueden entrechocarse. La alianza del malabarismo con la magia y las posibilidades que brinda lo digital, también contribuyó a relativizar como nunca antes la cuestión esencial de la caída. Jörg Muller incluso experimentó el malabarismo en ingravidez a bordo de un avión en vuelo parabólico, lo que obliga a redefinirlo como un sistema formado por el malabarista y los objetos que lo rodean, estos manipulándolo a él, tanto como él los manipula.
La diversificación creciente de las maneras de hacer malabarismo
Dos otras formas de deconstrucción notables se deben a dos artistas del Nuevo Circo. La primera, célebre, pertenece a Bernard Kudlak, quien, en Toiles del Cirque Plume, hace malabares, con las manos vacías, con las sombras coloridas de bolas proyectadas sobre una pantalla. ¡Más allá de su poesía, esta imagen significa también que la tangibilidad de los objetos ya no es una condición necesaria del malabarismo! En cuanto a la condición misma de visibilidad, ha sido desafiada en un gran número de malabarismos, tras el “cero bolas” de Jérôme Thomas en Extraballe. A pesar de la ausencia de objeto, no se trata de mimo, sino de un malabarismo extremo, que solo un malabarista es capaz de realizar.
Otra evolución notable se debe a los progresos tecnológicos, en particular, a los nuevos materiales. La aparición, en los años 1980, de la bola de silicona con un alto porcentaje de rebote, permitió, en particular, el desarrollo del malabarismo-rebote. El moldeado industrial de las mazas de plástico para malabarismo favoreció profundamente por su parte, el desarrollo del malabarismo para aficionados. Pero al mismo tiempo, algunos malabaristas renunciaron a los objetos industriales convencionales para explorar un malabarismo con materias brutas inéditas: la arcilla, como Nathan Israël o Jimmy Gonzalez, la cerámica como Morgan Cosquer.
El formidable aumento del número de malabaristas aficionados y la racionalización del aprendizaje del malabarismo, gracias al siteswap y a la multiplicación de las escuelas de circo, dieron lugar a un enorme progreso del virtuosismo técnico. ¡Algunos lanzan “7 mazas” y existen incluso competiciones de malabarismo, en las cuales algunos malabaristas incluso militan por su reconocimiento como deporte olímpico! También se asistió a la diversificación de las maneras de hacer malabares y de las estéticas: velocimanía de Jay Gilligan, minimalismo de François Chat, burlesco de la Compañía Defracto, arrojos estrictamente verticales – no parabólicos – y horizontales en las obras del colectivo du Petit Travers (de Julien Clément y Nicolas Mathis), malabarismo hasta el extremo de Sébastien Wojdan, casi robótico con Clemente Dazin, obsesivo con Sylvain Julien quien, con su malabarismo con hula-hoops en el suelo actualiza el malabarismo plano con los aros de Bob Bramson en los años 1960…
El malabarismo reconocido en adelante como un arte
Bajo la influencia de Jérôme Thomas a principios de los años 1990, se desarrolló un nuevo formato: el espectáculo de malabares de al menos una hora de duración. Las compañías de malabaristas se multiplicaron y las obras proliferaron. A partir de allí, el malabarismo fue reconocido como un arte, dispone incluso en Francia de una institución pública, La Maison des Jonglages, en la Courneuve, que apoya la creación en este ámbito y promueve este arte en constante renovación. Una vez más precursor, Jérôme Thomas había identificado, como un desafío crucial, a principios de los años 2000, la feminización de la práctica del malabarismo, que defendió en RainBow, arc après la pluie. Cada vez más numerosas, las malabaristas permanecen sin embargo una minoría. Otro desafío social, al que intenta dar respuesta La Maison des Jonglages y en particular el malabarista Johann Swartvagher, es difundir esta práctica, actualmente reservada a “una clase media blanca”, en medios sociales que no le son familiares.
Más plástico que nunca, el malabarismo se combina fácilmente con todas las formas de arte: la danza (como en las creaciones de Sean Gandini o de Stefan Sing), la música, con las bolas musicales y otros instrumentos de música transformados en malabares por Vincent de Lavenère o los tubos de Jörg Müller. Pero también el teatro, en los malabarismos con palabras de Rayazone, y el payaso con el malabarista Nikolaus Holz, la magia, con Yann Frisch, Raphaël Navarro o Etienne Saglio. Y también las artes plásticas con Erik Aberg en particular.