Equilibro y contacto

por Pascal Jacob

La adherencia es total. La yema de huevo, perfectamente flexible, se desliza lentamente, sin esfuerzo, al contacto de la piel de Jeanne Mordoj. Cuerpo flácido liberado de su cáscara, su equilibrio es precario, pero la manipulación, ligera e intuitiva, sigue siendo virtuosa. Ya se trate de bolas, aros, palillos, arcilla o yema de huevo, la técnica se relacionó siempre con una búsqueda de armonía entre un cuerpo desligado y la materia que se le aproxima. Esta mezcla de ductilidad y viscosidad simboliza claramente los conceptos de contacto y de puntos de equilibrio sobre el conjunto del cuerpo del malabarista. L’Homme de boue de Nathan Israël y Luna Rousseau o la manipulación/creación de bolas de arcilla por Jimmy Gonzales juegan con esta fascinante antinomia entre adherencia y desprendimiento.

 

Virtuosismo

Los orígenes del contacto son a la vez antiguos y múltiples. Los jugadores birmanos del chinlone integran desde hace 1500 años juegos de equilibrio con una bola de mimbre trenzada en contacto puntual con distintas partes de sus cuerpos. Los juegos de bolas aztecas no se inspiraron de otras fuentes. La bola de cuero choca y circula del pecho a los hombros y delimita así el perímetro de juego y del virtuosismo de los vencedores. El danés John Holtum o el alemán Paul Cinquevalli, este último considerado por otra parte como el primer “gentleman juggler” con taco y bolas de billar, lanzaban, recibían y hacían rodar sobre sus cuerpos pesadas bolas de cañón. La piel y los músculos, entre ductilidad y tactilidad, eran los caminos que fueron tomando bolas, bastones o mazas a medida que evolucionó la técnica. Al compás de los siglos, los malabaristas desafiaron la imaginación para darle mayor complejidad a su trabajo y brindar extraordinarias actuaciones donde el contacto se alió con el desequilibrio controlado para producir figuras que resultaron increíbles.

 

 

Si bien L’Équilibre du verre, una estampa grabada a principios del siglo XIX según Carle Vernet, nos ofrece una primera clave de lectura para comprender los desafíos de esta disciplina, numerosos artistas asociaron inestabilidad y fragilidad, combinando ejercicios acrobáticos y manipulación de copas de vidrio a la manera de los Weldens. También a veces, mediante el “punta a punta”, que consiste en dos espadas opuestas, una de las cuales sirve para sostener una bandeja con copas como lo ilustran los Madcaps, el dúo Lanka, dos malabaristas originarios de Sri Lanka que mantienen en equilibrio una pirámide de vasos sobre un arco de violín, el Vietnamita Ngyuen Kuang Minh o los equilibristas de la compañía acrobática de Shangai. Con estos últimos, debemos reconocer que los juegos con frágiles recipientes translúcidos conocen su esplendor en Asia desde hace varias décadas. 

 

 

Xia Ju Hua, también llamada la Reina de la Pagoda de cuencos, fue una referencia en Occidente moderno debido a sus presentaciones sucesivas en Europa en los años 1955 de un acto memorable donde conseguía transformar un juego de calle en una forma artística de gran refinamiento. Casi treinta años más tarde, con motivo del 10oFestival mondial du cirque de demain, Dai Wenxia presentó en París una extraordinaria Pagoda de cuencos. Al integrar la técnica de banquina para la manipulación de cuencos con los pies de las volteadoras, la Compañía nacional de China dio un paso adelante en la fusión de las disciplinas. En la actualidad, la mayoría de las compañías chinas siempre poseen este tipo de actuación en su repertorio, pero, a escala planetaria, son las únicas… Estas maravillas acrobáticas donde la desarticulación del cuerpo revela sobre todo cualidades de equilibrio excepcionales fueron precedidas o revisitadas por varias generaciones de malabaristas a partir del siglo XIX.

 

 

Simplicidad

Durante el siglo siguiente las combinaciones extrañas, pero sin embargo virtuosas, van a sucederse y a permitirles a numerosos malabaristas que integren a su repertorio extraordinarios equilibrios. Enrico Rastelli marcó una época y la historia por su capacidad para mezclar con una increíble fluidez los equilibrios más improbables con proezas de juegos de malabares fuera de serie. Ya sea envuelto en un suntuoso quimono japonés o vistiendo un traje de futbolista de seda, provocaba una estupefacción total con cada una de sus largas apariciones. Rastelli abrió el camino de generaciones de malabaristas que irían, como él, a yuxtaponer sus conocimientos técnicos para crear combinaciones inéditas y espectaculares. Paolo Bedini, Piletto, Bob Ripa, Igor Rudenko, Pifar Shang, Massimiliano Truzzi, Gipsy Gruss, Little John, Serge Flash, Rudy Cardenas, Gustave y André Reverhos o Eddy Carello multiplicaron las combinaciones técnicas, asociando manipulación de bolas o aros con posturas inestables, sobre una bola, una mesa, un cable de hierro o un pedestal. El austríaco Unus, capaz de mantenerse en equilibrio sobre un dedo, también era un malabarista notable y su número, ilustre en la pista central del Circo Ringling Bros. and Barnum and Bailey en los años 1950, fue un buen símbolo de la fusión de disciplinas.

 

 

La acumulación de objetos y la superposición de efectos contribuyeron por mucho tiempo a validar la estética de la disciplina y a reforzar su identidad técnica, pero un artista como Francis Brunn modificó por completo los códigos establecidos asumiendo la pureza del gesto y la transparencia del movimiento. Convirtió al cuerpo en soporte y pretexto para una secuencia cuya fluidez era el elemento esencial. Una dimensión que malabaristas tales como Viktor Kee o Vladislav Kostuchenko valorizan manipulando respectivamente simples bolas y pelotas para una escritura visual muy fuerte, pero que no altera nunca la precisión de la manipulación.

 

 

Este concepto es fundamental para comprender el trabajo de Michael Moschen, basado en una obsesión por la geometría, las líneas y el ritmo, asociados a una conciencia aguda del espacio. Pone sobre todo de manifiesto la aceptación de una nueva actitud respecto del objeto. Según su punto de vista, un malabarista manipula ante todo nociones milenarias, se apropia del vacío, del hueco o de la curva y reinventa así nuevos espacios de juego y de virtuosismo, Michael Moschen contribuyó a cimentar los inicios de la aventura del Big Apple Circus de Nueva York antes de modificar radicalmente la percepción del malabarismo en los años 1980 creando, en particular, Triangle, una obra a la vez plástica y hecha de juegos de malabares cuya fuerte repercusión permanece intacta.