Los osos

por Pascal Jacob

Al llamar a una de sus obras Les Compagnons de l’Oubli, una pieza de bronce que representa a un oso de pie y a su entrenador, el escultor francés Godefroid plantea la extraña complicidad que une al hombre y a la fiera desde tiempos inmemoriales. Este animal es poderoso, totémico y tan venerado como temido. Se trata de una relación de poder, una historia de dominación y aceptación que trasciende fronteras y culturas: los osos danzan e imitan a los hombres, desde la India a Turquía, desde los Cárpatos hasta Italia, desde los límites más remotos de Oriente hasta las fronteras de Occidente.

Pardo, negro o blanco, perezoso, malayo o polar, pequeño, imponente o colosal, frontino o de collar, el animal varía de un continente a otro según sus distintas formas y colores, pero su peligrosidad no cambia. Aunque en Occidente inicialmente se centraron en una especie a su alcance, el oso pardo, que acechaba la cima de los y bosques, a partir del siglo XIX y del desarrollo del comercio animal, casi todos los osos fueron considerados aptos para el adiestramiento y fueron incluidos en el gran catálogo de los animales de circo. Héroe de diversos grabados, el oso era junto con el mono y el perro, el mejor compañero para los saltimbanquis que recorrían los caminos a través del mundo. Se puede ver a uno de estos plantígrados bailar en la película Visiteurs du Soir de Marcel Carné, una película con tintes medievales que ilustra la permanencia del oso amaestrado a través de los siglos. Pintado, bordado, esculpido, este animal es parte de un bestiario mítico donde su carisma natural alimenta numerosas leyendas. Grande y fuerte, el oso fue a la vez silueta y símbolo para adornar estandartes, armarios y decoraciones. ¿El Festival de Cine de Berlín no entrega acaso un Oso de Oro a los ganadores, mientras que la ciudad de Berna lo ha convertido en su emblema, conservando uno en una fosa ahora convertida en espacio verde.

 

 

La otra fiera

Los zoológicos feriantes fueron los encargados de garantizar la transición entre las plazas públicas y la pista. La dinastía de la familia Pezon se afianzó por medio del entrenamiento de lobos y osos. La mayoría de estos establecimientos eran propietarios de uno o más osos, presentados como contrapunto de tigres y leones. Al mismo tiempo, el circo rápidamente apareció como un nuevo territorio para permitirle a todos los osos demostrar su capacidad para aprender una serie de trucos que se pensaba estaban reservados a otras criaturas más agiles: andar en bicicleta, en motocicleta, patinar, caminar sobre una pelota, pero también propulsar a un hombre saltando en el extremo de una báscula, elevarse sobre un trapecio, montar a caballo o hacer malabares son parte del repertorio de los osos amaestrados desde hace algunas décadas. Si bien el oso pardo fue considerado durante mucho tiempo como el más común debido a su gran facilidad de adquisición y que algunos entrenadores no dudaron en ir a recogerlos directamente a las montañas, el oso polar no tardó en ganarse pronto todas las miradas, una vez que su tierra natal pudo ser abordada y explorada por expediciones regulares de captura.

 

 

Sin embargo, mientras que el oso pardo se presentaba a menudo solo, los osos polares fueron presentados rápidamente en grupos de mayor o menor tamaño. En 1870, con setenta animales reunidos en la misma jaula, el alemán Hagenbeck había sin duda alcanzado un récord que aún no ha sido superado pero también generó deseos en sus competidores y en la primera mitad del siglo XX, se desarrolló una inclinación muy marcada por los números diseñados para diez o quince animales presentados en la jaula central. Siendo notable esta otra diferencia: era muy poco frecuente que los osos pardos fueran presentados dentro de una jaula, mientras que el oso polar, salvo raras excepciones, lo era permanentemente. En Francia, los domadores de origen turco Edda y Kemal contaban con uno de ellos, entrenado junto con otros tres individuos de diferente tamaño y color, y que era presentado por medio de una correa... El animal, imponente, causaba sensación cuando aparecía de la mano de su domador, un coloso que parecía entonces diminuto junto a su compañero de pelaje inmaculado. La domadora de Alemania Oriental Ursula Böttcher causó la misma sensación cuando dirigió con su metro sesenta de altura a su grupo de osos polares, cuya estrella, el gigante Alaska, atemorizaba a los espectadores con sus tres metros de músculos, garras y colmillos en el momento en que se inclinaba hacia la frágil joven.

 

Roles y socios

El entrenador ruso Filatov transformó el entrenamiento de estos animales en su especialidad, creando en la década de 1950 su Cirque des Ours, una serie de secuencias diseñadas a partir de un grupo de cuarenta animales capaces de llevar a cabo la segunda parte de un programa. Enganchados a una troika, un tipo de trineo tradicional ruso, vistiendo como boxeadores, ciclistas o acróbatas los osos de Filatov actuaban “solos”. Instalados entre bastidores, cumplían con su trabajo en actos perfectamente dominados, cruzando la cortina alternativamente y regresando al final de sus respectivas actuaciones. Este principio, innovador en aquella época, contrastaba con el método de presentación occidental en el que los osos permanecían todos en la pista y actuaban cuando el domador se los indicaba.

 

 

El cine también ha aprovechado a este mítico animal produciendo numerosas películas que protagonizó: desde Winnie the Pooh hasta Baloo para el cine de animación pasando por L'Ours de Jean-Jacques Annaud, sin olvidar la serie de los años 1960, Mi oso y yo (Gentle Ben), donde un baribal, oso negro americano, era el compañero de juego y aventura de un niño.

Hoy en día, si bien algunos osos aún bailan en ciertas plazas públicas de Medio Oriente, han prácticamente desaparecido de las pistas de circo y ya no están incluidos en los programas de las carpas europeas. Para Battuta, un espectáculo del Théâtre équestre Zingaro inspirado en el mundo gitano, el jinete Bartabas se divirtió disfrazando a uno de sus jinetes con una piel de oso muy realista para crear la ilusión, durante una vuelta de pista, de una fiera capaz de igualar a sus volteadores. Este falso oso recordaba a aquel que era la sensación de las veladas del Nouveau Cirque, denominado Caviar, jinete virtuoso dibujado por el cartelista Jules Chéret y cuya efigie se exhibía en las paredes de París. Más recientemente, el Circo Price de Madrid brindó a su público navideño un número con osos polares... Creados por Andrea Mella, hábil constructora de títeres: los animales, de un realismo asombroso, animados por acróbatas entrenados en la imitación de los animales han logrado fascinar tanto, si no más, que sus modelos vivos. Este fue quizás un paso decisivo en la necesaria aceptación de una inevitable desaparición, una forma de construir otra relación con la curiosidad y con el exotismo, dos pilares de un circo impregnado de convenciones y que se torna de esta manera, perfectamente atemporal.