Las Ménageries

por Pascal Jacob

Desde que optó por una vida sedentaria, el hombre ha querido rodearse de animales vivos: con el fin de criarlos, de que lo acompañen, pero también como un medio de afirmar su poder casi absoluto sobre la naturaleza y sobre todas las cosas, ya sea que se encuentren cerca de él o en tierras recónditas. Hasta cierto punto, los gabinetes de curiosidades del siglo XVI fueron a la vez un eco y un preludio de los zoológicos, un conjunto dispar de criaturas y objetos inanimados destinados a suscitar fascinación, pero sobre todo, a fomentar el deseo de poseer cada vez más.

 

Colecciones reales

Antes de abrirse a un público cada vez más amplio, los primeros zoológicos fueron reales o principescos. Reflejaban con pompa y originalidad el gusto del soberano, sugiriendo al mismo tiempo su capacidad para detectar, adquirir y organizar colecciones a veces extraordinarias. Siendo pretexto para muchas observaciones científicas, también ofrecían un formidable repertorio de formas a los pintores y escultores que gravitaban en torno al séquito del monarca. La fauna y la flora, presentadas en una arquitectura nueva y simbólica, dieron lugar a novedosas colecciones pero también ayudaron a forjar una visión diferente del mundo.
Versailles, Schönbrunn, Chantilly, solo por nombrar tres prestigiosas residencias, contaban con zoológicos donde convivían aves y mamíferos, objetos de fascinación para la corte y sus invitados. Este gusto por el exotismo ganó todos los estratos de la población y los primeros zoológicos ambulantes nacieron a finales del siglo XVIII. Se trataba generalmente de algunos animales exhibidos en el patio de una posada o bajo un lienzo, pero el éxito era constante. Reptiles, monos, guacamayos de colores brillantes o pequeños felinos formaban la base de estos zoológicos antes de la llegada de las grandes fieras y de una larga procesión de criaturas insospechadas, del tatú a la iguana y del ñandú al rinoceronte, entregados para alimentar la ambición de los propietarios de zoológicos. Una nueva etapa fue atravesada y las jaulas se llenaron de animales desconocidos.

 

 

Leoneros modernos

Inevitablemente y de manera muy rápida, la mera presencia de las fieras ya no fue suficiente para atraer a las multitudes de los inicios y desde principios del siglo XIX hombres tales como Isaac Van Amburgh, Henri Martin o James Carter, herederos de los mansuetarios romanos eliminaron definitivamente el límite impuesto por los barrotes. Ingresaban en las jaulas y sometían a sus animales a una sabia mezcla de restricciones y recompensas: así nació el adiestramiento moderno. El principal problema que dificultaba su desarrollo era el espacio: las fieras eran amaestradas dentro de la jaula donde vivían, es decir, una pequeña área de pocos metros cuadrados cuya estrechez acentuaba el peligro.

 

 

El primer cambio consistiría en la implementación de un sistema de presentación basado en la repetición de las funciones o en términos más crudos, en lo que se llamaba “el sacrificio”: hasta diez actuaciones por día frente a un público nuevo. Una “jaula teatro” era instalada en el centro de la ménagerie, esta era más grande que las jaulas rodantes de las fieras que se encontraban alineadas en los laterales del escenario central. Una fila de remolques-jaula permanecía vacía. Todos los animales eran mantenidos en la otra hilera de jaulas y su disposición determinaba el orden del programa. En la función siguiente, se invertía el orden. El público se encontraba sentado o parado frente a este dispositivo frontal y apreciaba la brevedad del espectáculo, similar, en cierto punto, a la duración de una corrida de toros. Los domadores y domadoras eran las estrellas de las ferias y su fama cruzaba a menudo las fronteras. El repertorio evolucionaba poco y era ante todo “la manera” lo que permitía a estos hombres y mujeres distinguirse en su enfrentamiento diario con las fieras.

 

 

Príncipes feriantes

Cuando François Bidel entraba en la jaula teatro de su zoológico, vestía como un burgués, pero su andar marcial y su larga cabellera peinada hacia atrás, correspondía al apodo que le había dado Víctor Hugo, Leo inter leones. Cautivaba al público e intimidaba a sus fieras. Domador mundano, reunía frente a sus jaulas a la clase obrera y aristocrática, fervientes admiradores de un hombre tan a gusto frente a sus leones como frente a un monarca. Bidel poseía un estilo singular, diferente del de Edmond Pezon, que se asemejaba más bien al de un domador de la Tierra, campesino de alma, con pantalones de pana y una sencilla camisa blanca ceñida por medio de un amplio cinturón de tela. Muy lejos se estaba de la chaqueta celeste con adornos de plata de los hermanos Amar, “los más jóvenes domadores de la época”, orgullosamente alineados sobre el escenario de su zoológico unos años antes de crear su primer circo. Los vínculos entre el mundo feriante y el circo se forjaron a partir de finales del siglo XIX, cuando los domadores fueron contratados ocasionalmente para una serie de actuaciones en París, Viena o Berlín. Pero los antiguos empresarios feriantes, tales como los Chipperfield, presentes en las ferias británicas con animales desde el siglo XVI, se alejarían progresivamente de la exhibición pura en pos de la explotación de circos de gran envergadura.

 

 

La revolución provendrá de Alemania, impulsada por Wilhelm Hagenbeck, hermano de Carl, creador de los zoológicos sin rejas, donde los animales, presas y depredadores daban la ilusión de vivir en perfecta armonía. Los Hagenbeck fueron comerciantes de animales desde 1848, pero rápidamente optaron por expandir sus actividades ofreciendo a sus clientes grupos de fieras ya amaestrados. Presintiendo la boga de un circo en plena mutación, Wilhelm Hagenbeck inventó en 1889 la jaula central, desmontable en varias secciones, que encajaba con el diámetro de la pista y permitía la presentación de un mayor número de fieras al mismo tiempo.

 

 

Los circos se verían atrapados en esta imprevista brecha e integrarían un número cada vez mayor de animales en sus programas. Estábamos en presencia del advenimiento del concepto de circo zoológico, nacido entre las dos guerras mundiales, pero fue también el fin de las exhibiciones itinerantes lo que ayudó a desarrollar el gusto por el exotismo en toda Europa y América.

Las fieras ocupaban entonces un lugar destacado en la cartelera, algunos establecimientos llegarían a presentar tres grupos amaestrados en un mismo programa, pero muy rápidamente elefantes, camellos, lobos marinos y jirafas harán su entrada en la pista y contribuirán a hacer desaparecer a los caballos. Será el inicio de otra historia.