Resumen

por Pascal Jacob

La categoría de animales sabios surge por eliminación: son considerados sabios aquellos animales más cercanos al hombre, tanto en términos de proximidad geográfica como de habilidades de aprendizaje.

 

En el siglo XIX, el uso de la connotación “sabia” se refería a mascotas o simbólicamente a animales sometidos al hombre: burros, caballos y ponis, perros, gatos, gansos, cerdos y cabras, pero también cuervos y loros, sin olvidar a los monos, del macaco al chimpancé. Estos animales, a menudo más inteligentes que otros representantes del reino animal, animaron la pista hasta el advenimiento de un exotismo expandido y la intrusión recurrente de las fieras desde finales del siglo XIX.

El término “sabio” sugiere un nivel particular de “educación”, la posibilidad para animales con habilidades singulares de acceder a altos niveles de comprensión y así poder realizar “trucos” excepcionales. Allí donde la majestuosidad del tigre y la potencia del elefante bastan para generar sentido, será más bien la agilidad, la delicadeza y una cierta forma de virtuosismo lo que caracterizará a los animales sabios.
Las cabras, los burros y con menos frecuencia las ovejas, las vacas o los toros serán un peculiar sustituto de las criaturas exóticas, pero su presencia también contribuirá a un efecto sutil de acercamiento con el público, ya sea éste urbano o rural, obviamente por motivos diferentes. Estos animales aparentemente banales forman parte de la vida cotidiana de muchos espectadores, pero sus habilidades los tornan extraordinarios para todos.
Los animales sabios fueron a menudo compañeros de los payasos: la dinastía rusa de los Dourov utilizó ampliamente esta veta familiar al presentar en la pista, integrado en una trama muy simple, a un bestiario inédito. Ratas, gansos, perros y gatos interpretaban, alternativamente a viajeros, a un jefe de estación o a un mecánico de un pequeño tren de vapor, divertida metáfora de las vicisitudes de la vida cotidiana.

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