por Pascal Jacob
La “educación” de los animales, basada en la impregnación y el aprendizaje, se divide en dos corrientes principales que darán forma a dos paisajes distintos: la cría y el adiestramiento. Como corolario, doma y aprendizaje contribuyeron a afianzar un conjunto de técnicas donde las restricciones van de la mano con las recompensas para obtener saltos, equilibrios y actitudes antropomórficas.
Sabios y sujetos
El Teatro del italiano Jacques Corvi, fundado hacia 1840, asociaba a monos y perros con el fin de yuxtaponer sainetes inspirados en crónicas o secuencias de la vida cotidiana. El domador ruso Vladimir Dourov, en 1907 se inscribió en la misma tendencia cuando creó una atracción de un tipo particular destinada a ocupar la segunda parte de un programa. Un tren en miniatura, una estación, un sistema de conducción y un pequeño pueblo de animales reunidos en la pista para ilustrar un fresco irónico y singular.
Con habilidades de comprensión excepcionales, las diferentes razas de perros se aplicaban, en particular, en el desempeño de una multitud de roles establecidos en relación a su tamaño, potencia, maleabilidad o ferocidad. La diversidad de razas ofrecía un abanico inusual de posibilidades para los adiestradores que elegían presentar perros.
A los 40 actores caninos de todas las razas de Arthur von Lipinski, corresponden los pequineses de David Rosaire, los dálmatas de Madame Lorent, los dachshund de Diana Vedyashkina, los caniches de Evelyn Hans, de Viviana, de los Chabre o de Gérard Soules, los boxers futbolistas de los Dubsky o de Lola, el flemático basset hound, virtuoso al hacer la inversa de lo que le pedía Douglas Kossmayer alias Eddie Windsor, pero también los borzois de Marie Molliens o los compañeros caninos del Cirque Aïtal.
Todos los adiestradores del mundo están al acecho constante de un “sujeto”, un animal con habilidades excepcionales que será capaz de asimilar más órdenes que el promedio de sus congéneres y de comportarse frente al público de una manera casi “sobrenatural”. La novela de Ludovic Roubaudi Les Baltringues evoca este tema tan singular con un perro extraordinario en el corazón de la trama. Entre 1814 y 1820, Munito, un perro que era capaz de hacer cálculos presentado por un holandés llamado Nief, despertó la admiración de los espectadores y de los cronistas de la época. Apodado el “Newton Canino”, Munito era un caniche blanco arreglado al estilo inglés, es decir, similar a un león en miniatura. Era claramente un “sujeto”.
Acercándose de esta manera al hombre, algunos animales excepcionales marcan de manera imprevista la cuestión del antropomorfismo y sugieren otro nivel de aprendizaje reservado a una "élite" informal y aleatoria. Permiten, sobre todo, identificar a otro grupo de animales singulares, integrados en el tejido intuitivo de numerosas civilizaciones.
Representaciones
Animal, del latín animalis, es una palabra formada a partir de anima, un término que identifica un principio vital, un soplo, un alma. Poco a poco fue evolucionado para designar a un ser organizado, dotado de vida y de ciertas facultades. Los animales apreciados, distinguidos, pero no siempre tratados de manera similar, evolucionan en las sociedades humanas de acuerdo a las expectativas de quienes los poseen, pero también de acuerdo a lo que encarnan de una civilización a otra.
Vinculados a la adoración de ciertas deidades, algunos animales dividen el reino animal y lo estratifican, pero sobre todo su supuesta inteligencia los hace acceder a un sistema de representaciones que definitivamente los disocia de una multitud de especies menos valoradas.
Pintados, esculpidos, tejidos, bordados, los animales del “primer círculo” invaden paredes, fachadas, tapicerías cortinas, tejidos de todo tipo, pero también se asientan de manera privilegiada dentro de muchos hogares. Allí, desde la humilde miniatura formada a partir de arcilla o de madera para los niños, hasta las suntuosas piezas de marfil, de bronce, de oro o plata destinadas a los aparadores o a mesas de comedor, el animal devino en rey. De la representación a la encarnación, a veces solo hay un paso y gracias a autores hábiles, los animales se tornan más sabios que los hombres, a medida que avanzamos en la lectura de sus obras. No cabe duda que los domadores itinerantes, activos desde la Antigüedad, han jugado un papel entre la emulación y la inspiración, en la definición de una primera estructura de personajes y actitudes.
Animales literarios
Esopo, un escritor griego del siglo VI a. C., compuso varios cientos de fábulas en las que los animales desempeñaban numerosos papeles. Reunidas en una colección compilada después de su muerte, estas fábulas serían una formidable fuente de inspiración para muchos autores, desde Fedro, fabulista del siglo 1o hasta Yalāl ad-Dīn Rūmī místico persa del siglo XIII, sin olvidar a Jean de La Fontaine cuya obra ha contribuido en gran medida a integrar a los animales en el imaginario colectivo otorgándoles comportamientos familiares y a menudo muy humanos. Desde las analogías fisiognómicas de Charles Le Brun hasta el universo zoomórfico creado por Granville, desde La Petite Renarde Rusée de Leoš Janáček hasta Chantecler de Edmond Rostand o de Walt Disney a Georges Orwell, los animales se enfrentan con los símbolos de una humanidad poderosa y frágil.
Esmeralda, la deslumbrante saltimbanqui que encanta las páginas de Notre Dame de Paris de Victor Hugo, tiene como compañero a Djali, una cabra blanca con cuernos dorados, una criatura con fuerte carácter, cuyas herederas han hecho del escalar montañas de sillas su especialidad sobre las pistas de innumerables pequeños circos, cuyos pórticos o carpas se montan al aire libre en los primeros días cálidos. Animal ágil, criatura estoica, la cabra se conforma con poco y resulta ser un buen recluta para darle vida a una actuación bajo las estrellas.
La novela Sans Famille de Hector Malot es un hito clave en la recalificación de criaturas amorosas en animales sabios dotados de razón. El perro Capi y el mono Jolicœur participan de esta visión a la vez idílica e imaginaria de animales tornados más humanos que sus propios amos, gracias a su disposición para aprender a comportarse bien en sociedad. Luciendo atuendos brillantes, descriptos por el autor con una inteligencia extraordinaria, estos dos animales convertidos en eruditos arraigan a sus semejantes en una parodia de la humanidad tan conmovedora como ridícula, pero también marcan el inicio de una época de reconocimiento de los animales a menudo considerados como afables sirvientes. En otro registro, Michaël chien de cirque de Jack London, publicado en Nueva York en 1917, revela con inesperada agudeza las líneas de fuerza y los defectos de un sistema singular. Más allá de la crítica vindicativa que ayudará a consolidar el rechazo de las sociedades occidentales por todo aquello que se asemeje al adiestramiento, Jack London denunció sin ambages métodos arcaicos y condenó entre líneas sencillamente la idea de sumisión que podría por desgracia encadenar a dos representantes de la misma especie. El libro motivó en Inglaterra en 1957 la creación de una Sociedad para la protección de los animales en cautiverio que se opuso al adiestramiento bajo todas sus formas y militó por la abolición total de los zoológicos callejeros y de los circos. Desde 1970, la Sociedad ha estado presionando a las instituciones europeas para que promuevan la armonización de la legislación en los Estados miembros de la Unión. La novela de Jack London cristaliza la toma de conciencia global y motiva una mirada diferente sobre el animal.
En lugar de la fascinación hacia los animales capaces de sustituirse a los hombres para complacerlos mejor, se privilegia una forma de respeto consciente, pero que no excluye la admiración.