Orígenes

por Pascal Jacob

Cuando las primeras sociedades nómadas de cazadores-recolectores se transformaron en comunidades agrícolas sedentarias, colocaron al adiestramiento y a la impregnación de animales salvajes en el corazón mismo de sus prácticas de desarrollo. Lobos, caballos y bovinos primitivos formaron gradualmente la primera base de una complicidad hábilmente ligada entre el hombre y el animal y dieron lugar a gran variedad de linajes de especies domésticas. Esta etapa decisiva para la formación de una sociedad rápidamente capaz de formar y mantener grandes rebaños en un clima de prosperidad y seguridad, iría a la par de una evolución en el ámbito de la impregnación y del adiestramiento.

Compañeros de la vida cotidiana

El linaje del perro difiere genéticamente de aquel del lobo gris desde hace unos 100 000 años y los rastros más antiguos confirmados de cánidos se remontan a 12 000 antes de nuestra era.

El hombre supo sacar provecho de esta divergencia y adiestró al perro para convertirlo en un compañero del día a día y en un ayudante de acecho y combate. La práctica de la caza, convertida en actividad recreativa, llevó al condicionamiento de los perros según las necesidades y las presas. Poco a poco, una necesidad vital se transformaría en una problemática inédita de confort donde perros y caballos en particular, seleccionados por sus habilidades de aprendizaje inesperadas, adquirirían un nuevo estatus frente a sus dueños. Un paso más tuvo lugar cuando estos nuevos compañeros se convirtieron en socios dóciles, ayudando a forjar un esquema arborescente de formas y disciplinas relacionadas con los oficios de exhibición y entretenimiento. A partir de la Edad Media, las ferias fueron consideradas un formidable crisol de propuestas, inventos y conocimientos, y los presentadores de animales encontraron un público cautivo siempre dispuesto a maravillarse frente al espectáculo de una cabra o un cuervo capaz de hacer cuentas, de una orquesta de gatos o de un conejo músico.

Criaturas cercanas

Oscilando entre la pereza y la facilidad, muy probablemente también porque los animales a proximidad de los hombres presentaban aptitudes de adiestramiento inmediato, los saltimbanquis privilegiaban a menudo perros y monos para ejercer sus talentos. También eran seleccionados teniendo en cuenta los medios a disposición, por ende, si los perros, las cabras, las ardillas, los conejos, las marmotas, los cuervos o las urracas fueron privilegiados por los saltimbanquis, fue principalmente porque costaba poco o nada alimentarlos. Los perros y las cabras también pueden llevar pequeñas cargas y así aliviar la carga de sus amos. Una de las principales cualidades de estos leales compañeros fue sin duda la resistencia: un animal que no es capaz de caminar largos tramos no puede convertirse en compañero de actuación. Agregando también un burro o un caballo se enriquecía el fondo de la compañía apilando jaulas y cestas sobre la albarda. Los saltimbanquis apreciaban poder renovar o desarrollar sus compañías de animales amaestrados a bajo costo, pero el círculo de sus residentes se fue expandiendo mediante pequeñas especies silvestres fáciles de capturar y amaestrar.

Si bien en el siglo XVII el Rey de Polonia Jan Sobieski tenía en sus jardines una marmota, un zorro, un tejón y una nutria, no exigía obviamente que estos estén amaestrados, pero estas criaturas de “cercanía” correspondían bien a las necesidades de los presentadores de animales, siempre al acecho de novedades para desarrollar sus prácticas.
Los inicios de la doma son inciertos y es probable que las primeras presentaciones se hayan limitado a exhibiciones sencillas: la simple capacidad de poseer y mantener vivos a animales capturados en los bosques o en las praderas, discretos por naturaleza, ya era una hazaña en sí. Dedicadas a los curiosos, estas manifestaciones eran bastante rudimentarias.

El repertorio de estos animales gradualmente considerados como sabios fue enriqueciéndose poco a poco, y formará la base del adiestramiento en un sentido genérico.

La cercanía del gato, fuente de culto en Egipto, eminente cazador de roedores que poco a poco se convirtió en mascota en Occidente, inspiró a algunos entrenadores a hacer sainetes singulares donde el pequeño felino se prestaba a un juego ambiguo de complicidad con valientes ratones blancos. Burros, caballos y ponis no se quedarían atrás, incorporándose rápidamente al gran registro de compañeros de una humanidad siempre preocupada por moldear la naturaleza que la rodea.