por Pascal Jacob
Solo. Orgánica, metódica y meditativamente solo. En la actualidad, jugando claramente con los fantasmas de sus antepasados, el payaso ha tomado curiosamente el camino de la deambulación por la pista o del escenario de manera solitaria. Ataca con cólera, burla, resentimiento, a veces desesperanza, pero sus intervenciones siempre conllevan un humor vivo y “desoxidante”. Es por cierto en esta idea de abrasión que tal vez sea conveniente orientar de ahora en más la nueva práctica del payaso.
Poco preocupado por su apariencia, feroz, con la vida como consigo mismo, el payaso contemporáneo, concepto que abarca a los payasos de chapa de Archaoshasta los ludiones más actuales, transgrede la norma, se apropia de los códigos más convencionales para infringirlos mejor y compone con igual intuición y convicciones un personaje que presenta asperezas versátiles. Seguramente no hay un solo payaso, único e indivisible, sino mas bien una multitud de siluetas y caracteres nutridos por los acontecimientos de la vida cotidiana y las situaciones del mundo. Esta mise en abyme social del payaso es un eje de comprensión firme para definir las líneas de fuerza de un actor cuya máscara tiende a desvanecerse. El abandono de la nariz roja, común denominador de Peter Pitofski, Mooky Cornish, Angelina o Mick Holsbeke, torna más entrañables a aquellos payasos que aún la lucen, desde los Nouveaux Nez a Bonaventure Gacon, de Arletti a Yann Frisch, de Adèll Nodé-Langlois a Proserpine o Ludor Citrik. Este atributo es un punto, rojo, de demarcación en una diáspora abracadabrante, cuya cofradía ya no se define sistemáticamente a través de la exaltación colorida de su nariz.
De un payaso al otro
Puede tratarse probablemente de una cuestión de andar y de actitud, pero el payaso de hoy en día no tiene ya mucho que ver con sus ilustres precursores. Consciente de las fallas que atormentan a los hombres desde que fueron capaces de reírse de ellos mismos, el payaso contemporáneo es un amo del destripe de los sentimientos. Manipula a la porfía las certezas mas afianzadas y hace oscilar la percepción de su público hacia abismos de sentido inéditos y entramados de obstáculos.
El cuerpo se encuentra a menudo en el centro de esta fábula: si bien los payasos han practicado mucho tiempo la disimulación, protegidos por amplias blusas, largos abrigos y pesados bolsos de lentejuelas, hoy enarbolan de buen grado una desnudez que destella cuando la actuación o la situación lo requieren. El cuerpo exhibido hace guiños con las referencias al sexo y a la muerte, contribuyendo así a acercar cada vez más al payaso a lo que el mismo reivindica ofrecer al espectador: un ser vivo, plasmado de todo aquello que lo constituye, desbordante de una energía aguda y dotado a veces de un Verbo mordaz.
Allí donde el silencio, la sobriedad gestual y la sonrisa a menudo han constituido la identidad de artistas inolvidables, las palabras más crudas, los gritos más agudos, los gruñidos más profundos y las muecas más absurdas estigmatizarán desde aquí a estas creaturas payasescas que ya no se detienen frente al menor obstáculo y prefieren forzar las barreras del sentido común y la precisión con glotonería, compunción y también con una sana vitalidad. El payaso esta afianzado en el mundo que lo rodea y desempeña su rol, mezclando las sombras de la existencia común con su propia luz.
Lo que contrasta de aquí en adelante de manera evidente con la presunta suavidad del personaje, es una forma de peligrosidad subyacente, una tensión perceptible de músculos tensos, un dejo de baba que brilla en la comisura de los labios y una mirada capaz de atravesar las paredes y los corazones menos aguerridos. El payaso contemporáneo ha transformado al público en su territorio de actuación más extremo y en una víctima rara vez consentidora. Maltrata sin piedad a hombres y mujeres, interpelados, abrazados, trepados o sacudidos, socios a pesar suyo de un perfil desdoblado en ogro y cándido, un hilo tendido entre el adulto y el niño, con pañal incluido. Cuando Yann Frisch amonesta o ridiculiza a un espectador, cuando Ludor Citrik, coloso reluciente de sudor, exige un mimo embarazoso o cuando David Shiner, precursor en el campo de la depredación, martiriza con rigor y determinación a un niño o una joven mujer, literalmente tomados en la sala, queda claro que el miedo cambió de terreno. Al cruzar de esta manera la 4ª pared, sin piedad y con una maldad asumida, el payaso, a la manera de Peter Shub, Dagulda o Jordi Kerol, rompe el tabú supremo, consciente de que acorralar al público al extremo es una manera eficaz de invertir la situación y suprimir las fronteras entre aquel o aquella que actúa y los que observan.
Identidades
La soledad asumida de la gran mayoría fue contrarrestada por un puñado de dúos tales como Alfredo y Adrénaline, los Expirés o los Zimprobables que hicieron mayor hincapié en las relaciones de pareja, aunque actúen regularmente la carta del antagonismo para provocar la risa. Figuras fuertes, estos payasos conllevan una energía contagiosa y están dotados de una labia temible, pero cuestionan sobre todo la dualidad clásica, borrando los contornos de dos personalidades culturalmente antagónicas. Por otra parte, el término genérico de clown no es quizá en este caso él más correcto. No obstante sigue siendo el que privilegian todos aquellos que dan carne y alma a estos personajes de carácter pacientemente trabajado, pero queda también muy claro que desde el estricto punto de vista de la aparición, la inmensa mayoría de los payasos contemporáneos se asemejan más a los efectos del Augusto. Es una manera alegre de hacer vacilar las líneas, reivindicando al mismo tiempo, a través de los siglos, un doble parentesco para definir lo que se asemeja a un poderoso sincretismo payasesco.
Es allí, en este cuestionamiento espontáneo de la mirada en el que reside la esencia del payaso contemporáneo, en esta denegación asumida de las reglas, de esta conquista de los códigos clásicos que se han convertido en entramado intangible y fuente de inspiración a la manera de la parodia de Guillermo Tell, una entrada clásica revisitada por los Colombaioni en los años 1970 y que Bert y Fred se apropian hoy en día para ofrecer una versión acida y divertida que se asemeja más a una forma de sadomasoquismo irresistible. Una atención puesta en las vibraciones del mundo y de los hombres que se convierte en la matriz de un humor diferente, cuyas tonalidades son a menudo agridulces, y jubilosas.