Evolución

por Pascal Jacob

El payaso es un personaje multifacético difícil de reducir a una simple silueta, un carácter o un registro. Si bien es posible considerarlo desde el prisma de los “usos” apreciados por el teatro en los primeros tiempos de su historia, cuando existían solo el “cara blanca” y el “augusto”, la situación se vuelve infinitamente más compleja a mediados del siglo XX cuando algunos actores comenzaron a explorar un repertorio y códigos de representaciones con el fin de apropiárselos y de trascenderlos para escribir una nueva página en una aventura artística cuyas raíces son infinitas.

Identidades

Para expresarse, el payaso se apoya siempre en una multitud de soportes destinados a provocar la risa. Del gesto al verbo, del silencio a la explosión, del vacío a lo pleno, del traje al accesorio, se nutre de un catálogo de intenciones, emociones y efectos para definirse en términos de actuación y apariencia. Desde hace varias décadas tiende a categorizarse y a evaluarse en huellas y perfiles más que en máscaras y vestuario. Si durante más de un siglo, la diferen cia más notable se establecía entre la torpeza del augusto y la arrogancia del clown, se trata en adelante de matices más finos para ayudar a comprender mejor las líneas maestras de un actor polimorfo, llevado en sus encarnaciones tanto por mujeres como por hombres, cobijados bajo una misma identidad clown.

Los cambios más notables comenzaron en los años setenta, con la aparición de las primeras mujeres decididas a dar nacimiento a su payaso, sin concesiones ni límites. Las Francesas Annie Fratellini, Maripaule B. – Motusse –, Catherine Germain – Arletti – y Emma le clown, la Suiza Gardi Hutter, la Belga Carina Bonan, Francine Côté – Adrénaline – de Quebec, entre muchas otras, marcan con sus palabras, sus cuerpos, su presencia y su virtuosismo, nuevos territorios. Solas o en dúo, le brindaron al payaso perspectivas inéditas afianzándolo a la vez en una realidad diferente. Payaso o payasa, estos artistas componen un perfil singular, revelan otra densidad del personaje, pero sobre todo diversifican las líneas maestras de su carácter.

Si como el circo, el payaso ha sido considerado por mucho tiempo y a pesar de su disparidad de apariencia, como uno e indivisible, se fraccionó a inicios de los años setenta en una multitud de figuras e individualidades, inevitablemente fundadas a partir de un eje genealógico cuyas raíces son visibles, pero que se nutren de la fragilidad del mundo para ser más fuertes y justas.

escuchar grabaciones de Annie Fratellini

Compañías

Al final de los años 1960, algunos actores se apoderaron progresivamente del payaso, fascinados por los meandros psicológicos insospechados de una creatura fuera de norma, pero también aprovecharon para hacer evolucionar su andar, la técnica y los temas en juego con el fin de tornarlos más afines al deseo de ser payasos conectados con su época. El espectáculo de Ariane Mnouchkine, Les Clowns, marca la historia del payaso porque evoca un campo de posibilidades infinitas. Entre impulso y sugerencia, Les Clowns simboliza la primera etapa de una mutación artística espectacular. Pero sobre todo, demuestra que la actuación del payaso puede escapar de las limitaciones impuestas por la entrada o la represa e imponerse como una fuente de inspiración para la creación de formas más elaboradas y sobre todo más extensas.

A imagen y semejanza de esta creación del Théâtre du Soleil que hace las veces de gesto artístico precursor, distintas compañías van a aplicar poco a poco el registro del payaso para desarrollar espectáculos completos. Formados en el Centro Nacional de las Artes del Circo de Châlons-en-Champagne, acompañados por su profesor y mentor André Riot-Sarcey, Roseline Guinet, Alain Reynaud, Nicolas Bernard y Roger Bories fundan les Nouveaux Nez en 1991. Este cuarteto de payasos que reúne identidades fuertes, que fusiona con simplicidad para crear fabulosos mecanismos cómicos brinda noches de encanto en centenares de salas de un lado del mundo al otro durante casi quince años. Cada una de sus creaciones se construía  en función de sus respectivas respiraciones y se equilibraba con una precisión milimétrica: desde este punto de vista, existe un paralelismo entre estos espectáculos y los de Grock que en su tiempo los concebía como un mecanismo de relojería sorprendente, cuyo ritmo estaba marcado por un efecto cómico y una carcajada cada treinta segundos.

 

También egresado del Cnac, Nikolaus funda con Ivika Meister, en 1998, la compañía Pré-O-Coupé con la cual actúa según los espectáculos fueran en solo o junto con otros actores. Tout est bien-catastrophe et bouleversement, creada en el 2012, pertenece a la segunda categoría: puesta en escena por Christian Lucas en una escenografía de Raymond Sarti, el espectáculo se basa en una mezcla de absurdo y de burlesco. Con Marée Basse, los miembros de la compañía Sacékripa reiteran la hazaña y articulan gestos y mímicas con una regularidad de metrónomo, provocando risas incesantes.

Los Semianyki, una compañía rusa basada en San Petersburgo, elabora sus espectáculos a partir de un colectivo de artistas que desarrollan un estilo cómico particular, voluntariamente agresivo y que juega mucho con la interacción con el público. Este concepto de contacto o adherencia con uno o más espectadores se inspira en un perfil inédito, creado a principios de los años 1980, el payaso predador. Encarnado por el norteamericano David Shiner sobre la pista de Puits aux Images, se apodera literalmente de los miembros del público y los intimida sin piedad, para regocijo de los otros espectadores. “Persigue” a sus víctimas, evaluando en algunos segundos sus debilidades supuestas y sobre todo su predisposición ingenua a dejarse llevar, a veces hasta el ridículo, en una situación que obviamente no controlan. Muy rápidamente, este “depredador” que sacrifica a sus socios improvisados para hacer reír, suscitó imitaciones, a veces creativas, hasta dar lugar a lo que hoy podemos llamar un verdadero perfil.

 

Perfiles

Uno de los datos más evidentes en lo que concierne  a la evolución de los perfiles de payaso reside seguramente en la dilución de los caracteres elaborados en el siglo XIX y en consecuencia una dicotomía entre terminología y apariencia. La mayoría de aquellas y aquellos que se reivindican hoy como payasos son en realidad, vestuario y carácter confundidos, Augustos. La palabra payaso se volvió genérica, una palabra que abarca un amplio haz de intenciones, una suerte de caja de Pandora imprevista de la cual brotan personalidades y siluetas. A partir de este crisol creativo se elaboran obviamente nuevos perfiles, cuya riqueza y diversidad sugieren hasta qué punto el payaso, entidad a la vez precisa y sin contornos, tiene una cantidad de recursos para evolucionar sin cesar. La transformación  de los perfiles de payasos se caracteriza desde hace un siglo, a la vez por la creación de un registro cuidadosamente establecido y por las tensiones y las contradicciones inevitables que genera. El concepto de deslizamiento también es fundador.

Mucho tiempo los payasos se adaptaron a las casillas simplificadas que podían llenar. Acróbata, domador o músico, cada una de las categorías ofrecía entonces a quien las elegía, un abanico de códigos y normas que la imaginación de las unas y de los otros permitía apropiarse, haciéndola ligeramente evolucionar en función de un gusto o de aptitudes particulares. Si bien artistas contemporáneos como Pieric y Noémie Bouissou se inscriben en la filiación, aunque tenue, de los payasos domadores, su trabajo cómplice con los ponis o pájaros se destaca inevitablemente del de Dourov o Babylas.

 

El desplazamiento contemporáneo más significativo es la facultad de los acróbatas y los malabaristas en hacer coincidir su virtuosismo al humor. Existieron obviamente numerosos acróbatas y malabaristas cómicos en los siglos XIX y XX, pero sin este sutil proceso de distanciamiento teatral, que le permite a la actuación del payaso insertarse en una secuencia acrobática de manera evidente y con simplicidad. El perfil ideal deviene aquel de acróbata-payaso, un efecto de inversión que sitúa claramente un cambio de registro y una apertura singular hacia nuevas perspectivas de actuación. Angelina, Las hermanas Pillères, la Compañía La main s’affaire, La Familia Goldini, Victor y Kati o la Compañía del Circo Alfonse revisitan el concepto de actuación con o sin aparatos, bajo la forma de un acto o de un espectáculo completo. La dimensión clown está asumida, el humor es inyectado en el gesto acrobático y el payaso aflora sin cesar, aunque se desvanezcan  sus atributos clásicos. Esta flexibilidad interpretativa desplaza la percepción del espectador, pero fortalece el concepto de perfil.

Desfases

A veces, más allá de la evolución del payaso y de la constitución de sus nuevos perfiles alimentados e inspirados por sus antecesores, los códigos de representación surgen en un contexto imprevisto. Una empresa como el Cirque du Soleil mantiene vínculos muy particulares con la figura del payaso. De David Shiner, personaje central de Nouvelle Expérience a Emily Callagher – Mooky Cornish –, figura desfazada de Varekai, de Onofrio Colucci, disidente de Ô, Zaia y Zed a John Gilkey, creador de roles que personificaba durante algunos meses, antes de dejarlos proseguir su existencia actuados por otros, la compañía oriunda de Quebec asocia a cada uno de sus espectáculos unos o más “clown”, una identidad artística que contribuye a dar a todas sus creaciones una especificidad inédita. A diferencia de muchos de los artistas contratados por el Cirque du Soleil, los payasos conservan su apariencia y su personalidad. Trasplantados en un universo a menudo diferente de aquel que conocen, lo habitan mayormente con una mezcla de curiosidad e impaciencia, deseosos de medirse con un entorno único.

Si el blanco empolvado y la nariz roja bastaron mucho tiempo para identificar, emblematizar, caracterizar y simbolizar al clown y al augusto, definiendo así perfiles a la vez simplificados y estructurados, en cierta medida tranquilizadores, hay que reconocer que la comprensión del personaje alcanzó mayor complejidad. Artistas como los Suizos María-Thérèse Porchet o Emil hacen reír, incluso en una pista de circo, pero conservan su apariencia habitual y saben adaptar su técnica actoral a los imperativos impuestos por el círculo y no dudan tampoco en integrar elementos escénicos y efectos típicamente “clownescos” para trabajar sus entradas lo más cerca posible de las expectativas del circo. 

 

Sin embargo, algunos no renuncian completamente a aquello que podría ayudarles a construir una silueta y revisitan modelos forjados a principios del siglo XX. Bonaventure Gacon, Cédric Paga, Yann Frisch o Dominique Chevallier reinventan la figura del tramp, una silueta muy caracterizada, elaborada en los años 1920 y propulsada sobre la pista después de la crisis de 1929. El “vagabundo”, quien viste harapos, con la parte inferior del rostro excesivamente pintada de negro, los ojos maquillados, merodea por las hileras de las grandes carpas americanas y provoca las sonrisas de los espectadores que lo rodean. Este perfil más sombrío que alegre, fue una poderosa fuente de inspiración para artistas contemporáneos. Podríamos evocar  un reencuentro a veces impregnado de cierta ternura, pero se trata sobre todo de la transformación  voluntaria y sin concesiones de una silueta que se ha convertido en perfil de pleno derecho, entre augusto y tramp. Los personajes de Ludor Citrik, Okidok o de Zig no tienen ya mucho que ver con los de Emmett Kelly, Linon, Joe Jackson o Emilio Zavatta. Por supuesto, siempre es tentador intentar detectar en un vistazo o a partir de una actitud, súbitas correspondencias, pero la síntesis entre fragilidad e irrisión  es la misma. Es una mutación y un perfil a la vez, una adaptación contemporánea del símbolo fuerte de un período histórico de las artes del circo.

Este principio de adaptación es sin ninguna duda lo que mejor caracteriza hoy a la figura del payaso, todas las tendencias, culturas y prácticas confundidas en una sola. Entre estructura arborescente  y perfiles, supo conciliar su memoria y su presente para definirse sin estancarse. Ser payaso, es también quizá eso: referirse sin imitar, para dar carne y alma a un personaje cuyos contornos son tan precisos que terminan por confundirse con los de aquellos y aquellas que lo convirtieron en la materia viva de su cotidiano.