El clown

por Marika Maymard

Sería inútil intentar integrarlo en un linaje: el payaso es único. Desde la aparición del circo en 1768, penetró en el círculo de serrín decretando “la imaginación al poder”. Cual un capullo familiar, la pista es su universo pero percibe los ecos provenientes del afuera, apoderándose de ellos. Figura permanente del imaginario colectivo, supo transformarse con constancia al ritmo de los acontecimientos del mundo. Impregnado de influencias, siendo él mismo fuente de inspiraciones infinitas, alimenta el vínculo que lo une de verdad a la comunidad de la farsa, de la locura y de la imaginación: el arte de hacer reír, siempre de manera renovada, por esencia y por necesidad.

 

El clown en todas sus formas

El personaje de cara blanca que, desde Joe Grimaldi, la tradición ha comenzado a denominar “clown”, un siglo antes de que aparezca el augusto, conquistó a duras penas sus cartas de nobleza. Necesitó zigzaguear entre la gente y las circunstancias, que lo mantenían en su condición inicial de “clod ” rústico o de “colon” tosco, luego de “claune” torpe con Franconi. Vestido con tela de yute o con una camisa de palafrenero, o con la blusa que lucían los pierrots tambaleantes e invertidos sobre las mulas de Astley. Observador, buen saltador, supo aprovechar la agilidad mental y física de los bromistas de las farsas y la determinación de los artistas de feria para forjar su identidad. “Le clown en pied, l’aide-grotesque”, aprende los códigos de la comedia y se dota de las herramientas necesarias para llevar a cabo el negocio de la risa. 

 

 

En el siglo XIX, sus cabriolas ingresan a la pista junto con el cortejo de payasos y las cencerradas al son de la cantinela tocada por la orquesta. La mente rebasando de ideas para escalar los peldaños de la gloria, despliega un sinfín de mímicas e introduce en las represas un acto magistralmente errado o bien un malicioso pequeño animal amaestrado. El sueño del payaso es salir de la manada, participar en una entrada cómica o alcanzarle a la amazona, por medio de varias piruetas, el “globo” de papel que ella hará estallar saltando por encima de su caballo. Compite secretamente para ser coronado como el primer clown, una condición tan singular como codiciada, objeto de todos los golpes bajos y de todos los plagios de repertorio entre payasos.

“No lo duden, es él, el payaso nuevo, el bromista refinado de nuestros espectáculos modernos, uno de los principales personajes de la compañía. Bien lo saben ustedes, grandes y pequeños, que acuden al circo para oír las mofas del tontorrón frenético, o para admirar sus fantásticas contorsiones. Diría más, un payaso de primer orden, es el artista más difícil de conseguir.”
Edmond de Perrodil, Monsieur Clown, 1899.

Bautizado “French Pierrot” en Norteamérica, el clown es llamado “el blanco” o “whiteface” en la tradición del pregonero Jean Farine, en el siglo XVII, luego el “pailleté” tras los pasos de Victor Chabre, alias Éclair. Nacido en Francia, país bendecido donde florecen los circos de piedra o de madera, Monsieur Clown revindica una ascendencia mixta, anglosajona por la impertinencia de los pierrots negros de la “Pérfida Albión”, y latina en su dimensión solar. Trabajó en un primer tiempo solo o con compañeros ocasionales. Pero fue con el nacimiento oficial del personaje cómico que fue designado simplemente como Augusto, que el clown pudo considerar convertirse realmente en el amo del juego.

 

 

El caso Foottit

Hijo de un payaso de pantomima inglesa, George Foottit (1864-1921) forjó sobre las colchonetas de la carpa paterna y en el picadero del Circo Sanger un vocabulario técnico y sus deseos de conquista. Contratado en el Nouveau Cirque de Paris como acróbata y actor ecuestre, habiendo perdido luego su caballo en una apuesta, clown, mimo y payaso saltador, viste la blusa con canesú y volantes de los payasos. Pero muy rápidamente, un dejo de gordura, la aversión de las cursilerías actuadas por los payasos con gorgueras y una voluntad tenaz de afirmar su propia identidad, le inspiraron el diseño de un vestuario inédito. Figura emblemática del clown de circo, celebrado cual un modelo, Foottit, no se asemeja en definitiva a nadie. Perfecto intérprete de una comedia clownesca, que él mismo contribuyó a crear, manejó con virtuosismo el arte de la exageración, de la parodia y de la burla. Atacaba sin distinción a los otros artistas y al personal del circo o a las personalidades del mundo político y artístico, y sobre todo a las mujeres. Pero su fenomenal éxito provino del dúo completamente improbable que construyó con un augusto inédito: el joven cubano Rafaël, quien fuera rebautizado Chocolat debido al color de su piel.

 

 

La firma del clown

Se trata de una línea negra trazada con la punta de un pincel sobre el rostro cubierto de una capa de “blanco graso”, que puntúa la mirada con una coma, una voluta o un acento circunflejo. Algunos eligen tachar un ojo, otros concluyen con una lágrima negra. Cada payaso tiene su propia firma, tan personal como una huella dactilar. Estos trazos color ébano no son el único signo que identifica al clown. Estigma del fondo de los tiempos, el rojo sangre marca la raíz o las alas de la nariz, el lóbulo de la oreja, o la oreja entera, aislando más aún el óvalo puro del rostro lunar. Por fin, al concluir “la firma”, el cono de fieltro blanco que se inspira en el Pagliaccio de la Comedia Italiana, se luce corto o alargado, recto o remangado en los bordes. Antonet cubría el suyo de lentejuelas, plumón de marabú o lo coronaba con estrás y plumas.

 

 

De la blusa al traje de luz

El vestuario del clown acompaña su metamorfosis a medida que pasa el tiempo. Para un uso grotesco, de equilibrista excéntrico sobre sillas o sobre caballo del final del siglo XVIII, a imagen y semejanza de John Ducrow o Little Huline, tomó la forma de una túnica recortada con puntas, lucida sobre una malla con rayas o un “tonelete” multicolor y un gorro con cascabeles. El ágil convertido en bromista conserva su pantalón de acróbata y lo decora con ornamentos, tal como Gerónimo Medrano, el clown Boum-Boum. Por último, a medio camino entre la blusa decorada con volantes o grandes motivos bordados y el atuendo destellante del torero, surge el mono holgado sublimado por el clown Antonet (Umberto Guillaume), repartido entre la arena de la corrida y la pista del circo.

Con el desarrollo de la palabra como soporte principal de la comedia clownesca y un rol de autoridad, el clown pierde la necesidad de plegarse a las acrobacias, que permanecerán el atributo del augusto. Su mono, cada vez mas ajustado, se cubre de ornamentos, de piedras y de lentejuelas. Vestuaristas, entre los cuales el especialista Vicaire, y grandes modistas tales como Poiret o Schiaparelli, realizan sin dificultades modelos de una gran inventiva y de una riqueza inaudita.

 

 

¡Un carácter !

Convertido en el amo del juego, el clown se presenta bajo múltiples facetas: precioso y majestuoso como Francesco Caroli, altivo y tiránico como Foottit y Antonet, bondadoso y rollizo tal como Jean-Marie Caïroli, Mylos, W.C. Ilès, Pompoff o Kiko Fratellini, ágil física y mentalmente, ligero y gracioso como François Fratellini o Luis Cervantès, encantador y apaciguador como Alex (Alexandre Bugny de Brailly) y con Zavatta o paternalista y cómplice como Alexis Grüss junior, junto a su padre augusto, Dédé. Comparten la elegancia, la autoridad y una forma de arrogancia natural que se aparenta con un cierto rol de mentor, en realidad dispensador de castigos. Así pone a prueba la sensatez de su augusto, confiándole una misión arriesgada o la vigilancia de accesorios peligrosos o de aparatos de gran tamaño. Valiéndose de su poder incontestable, se prepara para regular y sancionar las figuras de manejo inexperto.

 

 

La analogía a menudo practicada entre el personaje del clown y el rol del padre lleva a cuestionarnos: el clown lleva un “vestido”, declinación del mono holgado, medias de seda clara y escarpines dorados con pequeños tacones. Para Michel Soulé1, el clown representaría a la vez al padre y a la madre, lo cual confundiría la imagen parental para el niño espectador. Este proyectaría en el personaje del clown su propia incapacidad para distinguir en la autoridad paterna y en la materna, la figura del perseguidor que lo somete con una hostilidad fantaseada. Se plantea entonces la cuestión de la permanencia del impacto de una forma de relación clown-auguste, adulto-niño, en el tiempo y en un contexto en adelante casi inmóvil y por lo tanto cada vez más extravagante. Así, el contraste entre el andar aristocrático, brillante del clown y los harapos multicolores, amplios e insondables del augusto, cuestionan ahora sobre el sentido y el porvenir de una comedia que, habiendo sido mistificada, quedó fijada.

 

 

1. « Œdipe au cirque devant le numéro de l’Auguste et du Clown blanc » [Edipo en el circo frente al acto del Augusto y del Clown blanco], Revue Française de Psychanalyse, PUF (París), enero/febrero de 1980, pág. 99-126