por Pascal Jacob
En 1793, en Filadelfia, el jinete británico John Bill Ricketts inauguraba The Circus, primer circo del Nuevo Mundo, un establecimiento donde actuaron volatineros, bailarines de cuerda y… ¡un payaso! El Sr. McDonald, un acróbata y saltador que realizaba “intermedios cómicos”, fue también el “primero” en pisar la pista de un circo en América. El repertorio era importado de Europa y la famosa Cabalgata del Sastre a Brentford fue rápidamente integrada a los programas de Ricketts. El payaso, torpe y divertido, integró naturalmente la trama de los espectáculos, pero nadie podría haber sospechado hasta qué punto se convertiría en un símbolo mucho más poderoso que los acróbatas o los jinetes.
El clown Presidente
El primer “verdadero” payaso americano fue Danes Rice, nacido Daniel McLaren en Nueva York, el 23 de enero de 1823. Elegante, fundador de su propio circo, candidato al Congreso, al Senado y a la Presidencia de los Estados Unidos, murió en la miseria en 1900. “El hombre más famoso del que nunca han oído hablar”, según las palabras de su biógrafo David Carlyon en 2001, conoció la gloria con una silueta inspirada en la vivacidad y la flexibilidad de los jesters shakesperianos. Rápido para replicar, se supo atraer los favores del público improvisando bromas o juegos de palabras a partir de una palabra lanzada al azar. Su renombre fue inmenso, nutrido, en particular, por sus talentos de domador: Dan Rice poseía y exhibía a Lallah Rookh, una elefanta de Asia equilibrista, un rinoceronte indio, un camello que bailaba el vals y dos mulas sabias, todas creaturas extraordinarias que fascinaron a sus contemporáneos. La característica principal de este actor singular fue su capacidad para manejar el humor en cualquier circunstancia, jugando con las reveses de la fortuna sin nunca dejar de ser generoso. Al fallecer a inicios del siglo XX, dejó el recuerdo de una silueta que sirvió de modelo para el “Tío Sam”, pero desde la llegada del circo de tres pistas, veinte años antes, la figura del payaso americano ya había evolucionado profundamente. La inmensidad de las carpas ya no permitía trabajar sutilmente y se trató desde entonces de producir efectos cómicos basados en accesorios desproporcionados, en chorros de agua y humo, apoyándose al mismo tiempo en un gran número de individuos excesivamente maquillados y vestidos con oropeles coloridos. Barnum and Bailey presentó cien payasos que ocupaban el extenso espacio como una ola colorida y ruidosa para crear algunos minutos de locura concertada antes de regresar entre bastidores hasta su siguiente aparición.
Torbellinos
Frente al reto constante, donde prevalecían urgencia y facilidad, el anonimato era la norma, pero de estos alegres torbellinos se destacaron sin embargo algunas personalidades singulares. Felix Adler y Lou Jacobs personificaron a su manera, esta gran amplitud estilística del payaso americano moderno, fiel a los códigos de representación intangibles, pero en las antípodas de lo que constituye una entrada cómica en Europa. Felix Adler (Franck Bartlett Adler, 1895-1960), consagrado King of Clowns” y “The White house Clown” debido a sus numerosas actuaciones ante varios Presidentes de los Estados Unidos, fue ante todo una silueta. Su carisma natural lo diferenció de los otros payasos de la compañía, pero era sobre todo, una “señal” visual eficaz para el público que lo distinguía gracias a los carteles con su efigie. Trabajó veinte años bajo la carpa del circo Ringling Bros. and Barnum & Bailey, un tercio del tiempo que pasó otra de las estrellas de la compañía, Lou Jacobs, en el mismo establecimiento. Nacido en Bremerhaven en 1903, Johann Ludwig Jacob emigró a los Estados Unidos en 1923 y fue contratado en una compañía de acróbatas originarios de Bélgica. En 1925, su socio consigue un contrato con Ringling Bros. and Barnum & Bailey, un año más tarde, el joven se convirtió en uno de los payasos del circo gigante, una posición que ocupará durante… ¡60 años! Maquillado como Albert Fratellini, se convirtió en Lou Jacobs para la posteridad, su cara adornaría una estampilla de los Servicios de Correos Americanos en 1966, transformándolo en el primer ciudadano de los Estados Unidos en ser representado en vida en tal soporte. Su registro cómico difería poco del de los otros payasos de la compañía, pero era creativo e inventó algunas entradas que se convirtieron en clásicos. Su pasado de acróbata le permitía deslizarse en un minúsculo coche del cual se extraía sin dificultad frente a un público boquiabierto, también creó con su pequeño perro Knucklehead, disfrazado con orejas de conejo, una parodia de caza diseñada para intercalarse entre dos números del espectáculo.
Progresivamente, Lou Jacobs adquirió un estatuto diferente y se convirtió en una de las estrellas de la compañía. Su cara se volvió popular por medio de carteles y numerosas publicidades y se convirtió en uno de los “iconos” del circo americano. Su personaje era el de un augusto, suponiendo que la distinción hubiera tenido algún valor en América, y aunque fuera asociado a todas y todos aquellos que componían el Clown Alley, su silueta reconocible entre miles se destacaba del grupo. Excelente pedagogo, Lou Jacobs, al igual que Otto Griebling, enseñó en el Clown College fundado en 1968 por Irvin Feld, un centro de formación destinado a formar el relevo para abastecer, en particular, a las tres pistas de las dos “unidades” creadas por la familia Feld. Formadas por profesores con perfiles múltiples, desde Rob Mermin a Philippe Petit, personalidades tan diferentes como Barry Lubin, Bill Irwin, Peter Pitofsky, el actor David Strathairn o el mago Penn Jillette se graduarían en esta institución singular. El Clown College cerró sus puertas en 1997.
Nuevas risas
Imponiéndose como las figuras del circo Ringling Bros. and Barnum & Bailey a partir los años 1990, David Larible y Bello Nock, dos artistas oriundos de viejas dinastías europeas, reavivaron la posibilidad para el payaso, de infundir a todo el espectáculo un espíritu inédito. Acróbata, Bello Nock desarrolló represas extremadamente físicas mientras que David Larible adaptó por su parte, con mucha exactitud, entradas del repertorio clown. Sus estilos muy diferentes se integraron sin embargo muy naturalmente, en la trama del circo de tres pistas donde los efectos tendían a reducirse en función de las distancias.
La escuela americana de payaso se nutrió de referencias europeas, pero también logró liberarse de ellas formulando tipos que le eran propios tal como fue el caso del tramp u hobo. La crisis de 1929 dejó sobre las carreteras a millares de personas en la ruina y sin techo: los vagabundos, o tramps, se convirtieron en una categoría de la población de pleno derecho y dos jóvenes payasos se nutrirían de este desasosiego para crear una identidad inédita. Otto Griebling adoptó los atributos del tramp – sin hogar o vagabundo en francés – en 1930 y algunos años más tarde lo haría Emmett Kelly. Por una hábil mezcla de simplicidad e ironía, asimilados a un fenómeno de sociedad, se ganaron el corazón del público: separado de la compañía de los payasos, Emmett Kelly en su personaje de Weary Willie, deambulaba solitario bajo la carpa mordisqueando corazones de col y se detenía a intervalos regulares ante una sección de gradas para fijar a un espectadora hasta hacerla sonrojar o bajar los ojos… Caricaturista de formación y buen actor, logró actuar con sutileza minúsculos sainetes en un contexto poco afín. El maquillaje de Otto Griebling y Emmett Kelly era similar: la parte baja de la cara pintada de negro, como maculada por una barba de varios días, y llevaban trajes similares, más desprolijos que elegantes. Inusual, aunque se asemejaba al personaje del augusto tal como se lo representaba a veces en Europa, el tramp americano siguió siendo una contribución singular para la escritura del clown moderna y contemporánea. Restableció, en particular, la dimensión “vagabunda” del augusto, a menudo considerado como un casi mendigo en cuanto a su apariencia, estructurada a partir de trozos de vestuario mal ajustados, amplios hasta la desmesura con zapatos y un abrigo fuera de norma. Michael Christensen, cofundador en 1977 del Big Apple Circus de Nueva York, fue seguramente uno de los últimos en mantener esta silueta extraña, gris y desencantada.
Apariencias
Montajes de colores vivos, a veces llevados hasta una forma extrema de vulgaridad visual asumida, líneas y volúmenes exagerados y maquillajes excesivos caracterizan a la mayoría de los payasos americanos. Explícitamente asociados a personajes infantiles, algunos artistas supieron hacer una selección en las referencias y nutrirse de un repertorio simbólico de líneas de fuerza para constituirse de manera diferente. Una nueva generación de payasos nacidos en los años 1950, contribuyó muchísimo a renovar el gesto cómico en América, modificando los códigos de la actuación y de la representación clásicos para volver a anudar los hilos de una larga tradición teatral iniciada sobre los caballetes isabelinos. Barry Lubin, David Shiner, John Gilkey, Peter Shub, Bill Irwin, Peter Pitofsky, Jango Edwards y los Canadienses Marc Favreau y Luc Durand – los famosos Sol y Gobelet –, Louis de Santis – el clown Bim –, René Bazinet (René Fiener), Denis Lacombe o Joe de Paul – Mr. Joe – consiguieron sintetizar un personaje con múltiples facetas para forjarse identidades singulares ofreciendo al mismo tiempo a sus payasos territorios nuevos por explorar. Si Barry Lubin eligió travestirse para componer el personaje de una abuela dinámica, otros eligieron una apariencia simplificada para permitirles graduar diferentemente su registro cómico. David Shiner rompió un tabú integrando a los espectadores en sus represas, creando así un concepto de agradable depredación para hacer reír a costa de sus “víctimas”. Jugando en ciertos casos con los códigos del stand up, pasando sin dificultad de la pista a la escena o a los sets de televisión en otros casos, las líneas de fuerza de un “payaso de origen americano” evolucionaron considerablemente para valorizar en adelante algo más cercano al mosaico de alteridad y singularidades al servicio del humor y la irrisión.