por Pascal Jacob
La primera mención documentada del “Augusto”, personaje cómico identificado como una silueta y un carácter en sí, se encuentra en un libro raro1 publicado en 1897 con motivo del cincuentenario de la Fundación del Circo Renz. El volumen, puramente conmemorativo, enumera el conjunto de los artistas y acontecimientos implicados en un gran número de representaciones brindadas entre 1846 y 1896. En la fecha del 3 de noviembre de 1874, el autor, Alwill Raeder, menciona a un “jinete de 30 años” calificado como Augusto y que aparece sobre la pista, según las fuentes, debido a una circunstancia fortuita o bien a un gesto razonado y planificado. Esta imprecisión histórica es reveladora de la versatilidad del personaje y de la dificultad de circunscribirlo en el tiempo, pero define también implícitamente la diversidad de sus orígenes.
La versión comúnmente admitida implica al Circo Renz, a Tom Belling, contratado como artista “cómico” y miembro de la compañía desde 1871, y a la ciudad de Berlín. El personaje original estaba supuestamente borracho por convención y ello justificó la caída que provocó carcajadas, pero se admite también que tropezó para escaparse de la ira de Ernst Renz después de haber intentado esquivar sus obligaciones de mozo de barrera.
Una noche en Berlín un artista anónimo, o Tom Belling, intentó quizás escapar de su servicio, vistiendo ropa demasiado amplia o demasiado pequeña. Ernst Renz comprendió seguramente el subterfugio y entró en una de sus legendarias cóleras. El artista prefirió huir en lugar de enfrentarlo y perseguido, se precipitó en el vomitorio, cayendo redondo al suelo. Atontado, provocó la hilaridad del público al intentar levantarse, recibiendo también alegres abucheos. La historia cobró un cierto sabor ofreciéndole al torpe una identidad imprevista. El público berlinés, directo y revoltoso, no dudó en tratarlo de idiota, august en la jerga de aquella época y Ernst Renz percibió instantáneamente la precisión de la burla, perfectamente acorde con el andar y el estupor del artista burlado. Augusto, acróbata o jinete torpe, había nacido.
Siluetas y personajes
Muy rápidamente, el personaje va a desarrollarse y a ganar una cierta autonomía. El Señor Augusto aparece solo en la pista o contrasta junto a una amazona indiferente, fijando así para la eternidad su imagen de enamorado despechado y desesperado. Pierde su título y su mayúscula cuando llama la atención del Clown, ya muy presente sobre la pista desde principios del siglo XIX. Este último va a entender muy rápidamente el interés de una asociación con este recién llegado y promover así la creación del dúo cómico y las primicias de un repertorio. En un primer momento, los programas de los circos esencialmente ecuestres mencionaban la presencia sobre la pista del Clown, expresamente seguido de su nombre, y del payaso Augusto, una denominación genérica, que indicaba sobre todo una identidad singular susceptible de diferenciar a dos “payasos” en potencia.
Al tornarse dos entidades de una pareja, clown y augusto revolucionan las líneas maestras que los constituían hasta entonces. El clown descarga su dimensión de victima sobre el augusto y se convierte progresivamente, en déspota y valedor a la vez. Resulta una ironía del destino que el primer payaso isabelino, tenga la apariencia de un… augusto tal como va a ir formalizándose al compás de sus mutaciones. En cierta medida, Tom Belling es “elegante”. Luce un traje de etiqueta ligeramente desfasado, pero conserva un cierto andar. Muchos otros seguirán después de él, luciendo levitas y fracs antes de que la apariencia del augusto se multiplique francamente y que los trajes coloridos substituyan a los colores más sobrios de las chaquetas y pantalones lucidos por los herederos directos de Belling.
Nariz y máscara
Una de las características principales del augusto es la desmesura de su vestuario: Albert Fratellini estructuró una silueta muy diferente de las de sus antecesores inspirada en un vagabundo con quien se había cruzado en un bar de Londres. Seducido por el aspecto del hombre, le propuso un intercambio de prendas de vestir y se fabricó una silueta singular. Los elementos determinantes de esta “creación” eran un abrigo amplio y un par de zapatos demasiado grandes y muy usados. Estos dos elementos se convirtieron en una matriz eficaz para las generaciones siguientes de augustos. El deslizamiento hacia un vestuario con colores vivos transitó por una etapa intermedia hecha de rayas y cuadrados demasiado amplios, por no ser caricaturescos.
Sin embargo, más allá de su apariencia, es lo que lo compone teatral y artísticamente en lo que el augusto se revela y se diferencia del clown. Impone una forma de fragilidad vinculada a la infancia y desarrolla un vocabulario particular donde se mezclan candor e ingenuidad, y también glotonería, inclinación por el juego y el disimulo sin consecuencias. En ello, se acerca curiosamente de algunas características del personaje de Arlequín, pero se forja también un carácter con múltiples asperezas. El augusto es ante todo un compañero, asociado al clown a partir de fines del siglo XIX. Inicialmente el dúo toma forma naturalmente con artistas tales como Foottit y Chocolat, pero muy rápidamente aparece un primer trío compuesto por Paul, François y Albert Fratellini. Este nuevo orden enriqueció la disciplina e inspiró a numerosos equipos clownescos.
Entre 1900 y 1930, dúos y tríos se multiplicaron, a menudo con éxito, pero la relación de poder entre el clown y el augusto, uno ordena, el otro obedece, era a veces difícil de llevar. Uno de los primeros augustos en liberarse de tal tutela fue Grock. Progresivamente, los augustos eligieron expresarse solos y de Charlie Rivel a Achille Zavatta, fueron numerosos en conocer carreras notables. En la actualidad, la frontera es cada vez más porosa entre los dos caracteres cómicos y artistas como los Colombaioni, David Shiner, Peter Shub o Ludor Citrik se encuentran en la encrucijada de las expresiones, mezclando sutilmente características distintivas vinculadas a dos caracteres mucho tiempo opuestos y que se han convertido en complementarios.
1. Alwill Reader, Der Circus Renz in Berlin, 1846-1896, Berlin, Ullstein & Cie, 1897.