por Pascal Jacob
Eje principal de la definición de un determinado tipo de circo, el adiestramiento y la presentación de animales salvajes contribuyeron, a partir de fines del siglo XIX, a tornar numerosos espectáculos europeos, norteamericanos o australianos en un laudatorio del exotismo y un espejo de la colonización. La fascinación por lo desconocido sirvió durante años de incentivo para el desarrollo de iniciativas lanzadas en una carrera frenética por la hazaña. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, decenas de millares de animales salvajes contribuyeron a construir un inmenso fresco a su vez dócil y rugiente, sin embargo la toma de conciencia de las sociedades occidentales a principios de los años 1970, asociada al desarrollo de las leyes para la protección de la fauna, debilitaron singularmente un universo aún afianzado un poco al margen de las otras formas de entretenimiento.
La curiosidad fue mutando, la mirada y la percepción del público evolucionaron y si bien el animal vivo siguió causando asombro, a partir de allí movilizó también un haz de emociones contradictorias en cuanto a su condición y su posición sobre una pista o un escenario. A partir de los años 1970, el concepto de adiestramiento desapareció progresivamente en favor de la simple presencia de una criatura salvaje como un indicio de naturaleza y una respuesta a un deseo de un fuerte imaginario, a la vez que creó siluetas sustitutas, estilizadas o hiperrealistas.
El concepto de evocación es determinante para comprender el impacto del cambio que se inició a fines de los años 1990. La creatividad de las compañías era inagotable y las obras que citaban o daban un lugar preponderante a animales interpretados se multiplicaron. La obra Les chasseurs de Girafes de la Compañía Royal de Luxe en el año 2000, infringió la norma llevando verdaderas esculturas “vivientes” al espacio público, de gran tamaño y animadas por manipuladores visibles, en el estilo de un bunraku revisitado. En 2003, el Sugar Beast Circus, “circo indisciplinario” según su fundadora Geneva Foster Gluck, jugaba con los códigos de un circo plagado de reglas, utilizando en particular, máscaras de leones de gran tamaño para crear secuencias llenas de humor en contrapunto con imágenes potentes. Una forma de fantasía que el Théâtre de la Licorne integró con Le Bestiaire forain en 2002 o Les Encombrants font leur Cirque puesto en escena por Claire Dancoisne en 2012. El rinoceronte creado para este espectáculo era una formidable silueta animada, enorme y móvil, a la vez conmovedora e impresionante, y también muy eficaz para afianzar el espectáculo en el universo del circo y de la exhibición.
Hacia la abstracción
Trabajados en caucho de recuperación importado de Kenia, los animales de Cirkafrika, espectáculo del Circo Phénix creado por Alain M. Pacherie, fueron realizados de manera artesanal en un pequeño taller de Dar es-Salam en Tanzania. Los animales estuvieron inspirados en las criaturas emblemáticas de la sabana africana, oscilando de una obra a la otra entre realismo y estilización, mezclando fibras vegetales, pintura y caucho para realizar un zoológico desfasado, pero cuyos pensionistas eran perfectamente identificables. Un cocodrilo y dos elefantes fielmente representados, una tortuga y una jirafa de colores vivos, pero con un andar más irónico que realista, un antílope fiel en términos de colores y proporciones y dos jirafas más, concebidas más bien como siluetas y soportes de danza, con largas faldas franjadas de rafia, completaban un conjunto alegre y festivo. El desfile de estos animales es un eco de una práctica antigua donde los payasos daban lugar a unos compañeros de trapo pintados para crear parodias ligeras con falsos caballos o en el caso de los Fratellini, con una vaca con ojos irresistibles para una corrida con acentos isabelinos. Cuando “destripaba” al caballo de un picador, éste abandonaba sobre la pista una hilera de vísceras de tela, un realismo teatral similar al de la tela roja que los actores del Globe, de la Rose o del Swan hacían subrepticiamente brotar de su casaca para significar una herida. Estos animales ficticios, realistas sin exceso, son también los antepasados de los personajes creados por Julie Taymor para la adaptación escénica del Rey León en Broadway. Animados desde adentro, están dotados de una capacidad de movimiento inédita, pero siguen perteneciendo al registro figurativo. Poseen la misma fascinación por la imitación y la semejanza, el juego y el desfase con lo viviente, a veces hasta la ósmosis entre cuerpo y piel, músculos y caparazón, entre el actor y la criatura que anima.
El deslizamiento hacia una forma de abstracción en la representación de animales salvajes es una mutación interesante que se produjo progresivamente. El animal se tornó metafórico. Les Oiseaux du Cirque Réinventé, espectáculo del Cirque du Soleil donde el gusto por la animalidad se expresa también en un colectivo de báscula en el cual los acróbatas evocan a unos pingüinos estilizados, sugiere un primer desfase. ¡Las características esenciales del animal son respetadas, pero surge rápidamente de manera evidente la idea que un simple amontonamiento de telas puede resultar tan poderoso como un animal… vivo! El elefante imaginado y creado por Victoria Chaplin para Raoul, espectáculo de James Thiérrée creado en 2012, resulta de esta magia singular, cuando una forma a priori abstracta toma vida y se convierte en una gran ventana abierta sobre el imaginario. Esta disolución de lo real es aún más fuerte con un proceso de montaje de elementos dispares, tal como ocurre con un corsé de terciopelo asociado con dos candelabros y una amplia tela para dar apariencia y “vida” a un impulso de líneas impecables y de una precisión desconcertante. Este principio de construcción al descubierto, donde no se le adelanta nada al espectador, determina otro nivel de entendimiento de la animalidad en una pista o un escenario.
En un registro similar pero desfasado, la Compañía catalana Animal Religion creó en 2015 Tauromaquina, una corrida acrobática y coreográfica en la que el animal es personificado por un carro elevador cuyas cuchillas representan los cuernos afilados del toro. La implicación es fuerte, las ruedas del vehículo hacen volar el polvo de la arena y las relaciones de poder entre el hombre y la máquina evocan por momentos mucho más que una simple imagen hasta el punto que por momentos, lo creemos real.
El proceso de disolución de la apariencia, la abolición de signos evidentes de identificación de cualquier animal real, la puesta en práctica de una forma de depuración sugestiva, alcanzó su plena resolución en 2002 con la parodia de adiestramiento de una criatura sugestiva con aspecto de monstruo de lona, una enorme estructura inflable, de un perfecto gris mate, similar a la piel de elefante, “amaestrada” por Bruno West sobre la pista del Cirque dans les Étoiles. La Bête criatura sugestiva, era sucesivamente y según las imaginaciones, similar a un elefante de mar o de tierra, a un hipopótamo o a un rinoceronte, y también, por qué no, a una construcción del espíritu, abstracta y figurativa a la vez. Nada permitía identificar a un animal en particular, pero todos los códigos de representación eran respetados y la masa ligera del objeto, enfrentada al tamaño del domador luciendo todos los atributos de su función, no dejaba lugar a dudas. Se trataba efectivamente de una “bestia”, imprevista e imprevisible, salvaje quizás, exótica sin lugar a dudas.
Mutaciones
Esta indecisión marcó también al improbable animal de dos cabezas imaginado por La Tribu Iota, espectáculo de la 12a promoción del Centre National des Arts du Cirque de Châlons-en-Champagne puesto en pista por Francesca Lattuada. Una extraña silueta que podría pertenecer a la vez a un perro o a un oso, pero que suscitaba sin duda alguna la sorpresa… La promoción siguiente con el espectáculo Cyrk 13 puesto en escena por Philippe Decouflé integró con humor una figura contemporánea del domador jugando con un tigre de peluche, montado sobre los hombros de Gaël Santisteva como solían hacerlo Claire Héliot o Eugène Weidman con sus verdaderas fieras. El Cirque Plume puso en escena a otro animal, aún más indefinido, encarnado por un grupo de paraguas rojos, sometido por medio de chorros de agua lanzados por un hábil y persuadido domador.
Cuando este agregado rojo sangre se desplazaba sobre el escenario de Plic Ploc, el público contenía la respiración, a la vez sorprendido y maravillado: solitario, el paraguas es anodino. En grupo, se torna aterrador, capaz de tragarse al imprudente domador que se le acercó sin precaución. Esta acumulación de objetos de lo cotidiano, trascendidos tanto por la imaginación del director como por la del público, es una maravillosa manera de borrar a la fiera en favor de todos los animales de la Creación, reunidos sin límites ni contornos en una alegre construcción llena de fantasía. Las estructuras móviles inventadas por Johann Le Guillerm para sus creaciones sucesivas pertenecen al mismo registro: dotadas con una vida propia a través del juego de sutiles montajes, sin engranajes ni mecanismos complejos, provienen de una inquietante organicidad. Como sacadas de un gabinete de curiosidades contemporáneo, son movidas por un soplo creativo excepcional que se nutre de las mismas fuentes que la exhibición y el desvío.
Esta forma de abstracción elaborada y asumida, podría marcar el declive definitivo de cualquier otra forma de representación, pero el animal tiene una vida fácil y como el circo, sabe revelarse proteiforme: en el extremo opuesto de las creaciones de la Compañía de Rasposo o del Cirque Plume, el espectáculo de navidad creado en el Circo Price de Madrid en 2016 causó una verdadera sensación con un número de osos polares completamente ficticios, pero realizados con un cuidado del detalle bordeando con el hiperrealismo. Entre innovación provocativa y sutil paso al costado, estos animales más reales que los auténticos, capaces de crear una ilusión duradera al estar cuidadosamente iluminados, son una divertida manera de perturbar las cartas que se creían ya distribuidas. Este efecto de proximidad, como un formidable atajo entre el hombre y la fiera, la expresión de una distorsión de una realidad desde ahora imposible de seguir asumiendo por mucho tiempo. Últimas piruetas de la historia, el marabú “amaestrado” de la Volière Dromesko o la integración de una secuencia de adiestramiento con un “verdadero” tigre como conclusión del espectáculo Morsures, estigmatizan la relación intuitiva y compleja que el hombre mantiene con lo viviente desde tiempos inmemoriales. Con esta fiera, Marie Molliens vuelve a entablar el diálogo con una disciplina refutada u olvidada por las corrientes sucesivas del Nuevo circo, del circo contemporáneo o de la estructura arborescente aceptada de las Artes del Circo. La Compañía Rasposo integró regularmente animales vivos en sus espectáculos, pero la intrusión de una fiera movió el cursor de manera significativa. Con La Dévorée, Marie Molliens una vez más, le devolvió a unos galgos borzoi su parte salvaje original e instauró una singular violencia en sus imágenes. Este juego con la historia, entre atajo brutal y alegoría, fue personificado por este animal con una densidad singular. Un eco, más que una continuidad.