por Pascal Jacob
Inicialmente vinculadas a lo sagrado y al juego de poder, las grandes ilusiones pertenecen a la historia de la humanidad desde hace varios milenios. Asociadas al desarrollo de la maquinaria teatral, se desarrollaron ampliamente en el siglo XIX, multiplicando sus efectos e integrando cada vez más decorados, figurantes y animales en sus aplicaciones y realizaciones.
En paralelo a lo maravilloso y a la sorpresa, los magos combinan también el pavor, el terror y, afortunadamente, una cierta forma de poesía. Robert-Houdin fue el precursor de la magia moderna y logró que todo París acudiera a sus Veladas Fantásticas. Este concepto de espectáculo completo irrigaría la creatividad de numerosos ilusionistas deseosos de ofrecer una gran variedad de trucos a su público. Kellar, Leroy, Thurston, Cárter, Carmo, Bénévol, Houdini, Penn y Teller, Siegfried and Roy o Copperfield, entre tantos otros, marcaron la era de la gran ilusión e inscribieron a la magia en el rango del entretenimiento popular. La televisión ofreció también un nuevo territorio de exploración para los magos que vieron en ella la posibilidad de un segundo impulso creativo.
Algunos magos contemporáneos transponen en ella una magia callejera cuando otros ven allí la oportunidad de jugar con las nuevas tecnologías para crear bonitos efectos a partir de pantallas múltiples, iniciando una magia digital siempre sorprendente. El movimiento artístico de la nueva magia indujo otra dimensión y desarrolló procesos narrativos inéditos en los cuales la ilusión se puso al servicio del planteo artístico. Así la Cia 14:20 concibió espectáculos potentes como Vibrations o Wade en the Water, emblemáticos de una estructura arborescente de técnicas susceptibles de definir otra relación a la magia. Contribuyó también a densificar la percepción del espectador en creaciones teatrales o líricas como Faust de Goethe, sobre la escena del teatro Du Vieux Colombier en 2018 o Der Freischütz de Carl Maria Weber en el escenrio del Teatro de Caen en 2019.