Orígenes

por Pierre Taillefer

En 1855, el negociante de aparatos de física recreativa Jean-Baptiste Delion (1818-1866) publicó la primera edición de su Almanach-manuel du magicien des salons, en el cual describía todo el repertorio de los prestidigitadores del Segundo Imperio francés. Este manual de referencia, publicado todos los años junto con un calendario, consagró la expresión “magia de salón” para designar una forma de espectáculo que practicaban tanto los profesionales como los aficionados adinerados con la ayuda de un material especialmente concebido para los trucos de magia.

Fue, desde nuestro punto de vista, el uso de estos aparatos especializados lo que resultó determinante, (aún más que el lugar de representación), para definir esta magia de salón: en la práctica se la aplaudía tanto en los salones mundanos como en los gabinetes de física, las barracas de feria o en los teatros. Estuvo estrechamente vinculada al desarrollo de la fabricación y la comercialización de aparatos ad hoc, que se inició a partir de la segunda mitad del siglo XVIII en Francia y Alemania.

Los gabinetes de física y los talleres “recreativos”

Hacia mediados del siglo XVIII aparecieron en París los gabinetes de física recreativa. Un puñado de artistas hábiles, a imagen y semejanza de Charles Rabiqueau (hacia 1712-1784) o Nicolas-Philippe Ledru, alias Comus (1731-1807) adaptaron allí los trucos de los saltimbanquis de feria a la curiosidad científica mundana entonces en su apogeo. Los efectos de ilusión complementados por un discurso pseudocientífico, se asemejaban a verdaderas experiencias con aparatos sofisticados. Estas experiencias tendían a demostrar descubrimientos de nuevos principios físicos que entusiasmaban a la flor y nata de París, que se dejaba engañar con avidez. Los artistas-demostradores se concedían así el título de “físicos” y hallaban en esta nueva forma de espectáculo una nueva identidad artística y también una determinada legitimidad científica, regularmente denunciada por los hombres de ciencia como una simple impostura.

A partir de 1766, Comus obtuvo un privilegio real para el establecimiento de una manufactura “de instrumentos de la física de todo tipo”, pero sería solo algunos años más tarde, con la publicación en 1769-1770 de Nouvelles Récréations physiques et mathématiques de Edme-Gilles Guyot (1706-1786), que el público mundano descubriría con estupefacción los aparatos trucados que usaría Comus para parodiar las experiencias de la física experimental en boga en aquel entonces. Las obras de Guyot, rápidamente completadas y publicadas de manera periódica, revelaban en efecto, todo el repertorio de la física recreativa. Al final de cada uno de los cuatro volúmenes era publicada una lista de los aparatos vendidos por el autor, con sus precios, lo cual convirtió a esta obra en el catálogo de prestidigitación más antiguo. Los 108 aparatos propuestos a la venta eran muy variados, recurriendo al imán, a la óptica, a la mecánica o también a la electricidad: ¿se dejaría usted tentar por las cartas cambiantes, la estrella mágica o el libro del destino?

Gracias a los aparatos y a las obras de Guyot, el género inédito de espectáculo iniciado en los gabinetes de física recreativa parisinos – al cruce de la ciencia, el aprendizaje lúdico y el escamoteo – encontró un eco en Europa. En Alemania, en particular, la fabricación y la comercialización de aparatos similares fue iniciada por Peter Friedrich Catel (1747-1791) en Berlín pero se desarrolló sobre todo en Nuremberg en el taller de Georg Hieronimus Bestelmeier (1764-1829). En Francia como en Alemania, los aparatos que habían vuelto célebres a los pioneros parisinos, tales como la “sirena sabia” de Comus (Nicolás-Philippe Landru, 1731-1807), eran fabricados a veces miniaturizados y reunidos en lujosas cajas, para ser vendidos a aficionados adinerados. Así, una gran variedad de aparatos sorprendentes, lúdicos y fastuosos surge en los salones mundanos y anuncia la magia de salón del siglo XIX.

Los físicos en el teatro y las primeras tiendas de magia

Paradójicamente, si bien Guyot hizo irradiar a escala europea los instrumentos y los secretos utilizados por Rabiqueau y Comus, sus libros aparecieron también como la revelación de ilusiones que engañaron durante veinte años a la élite parisina y a veces incluso el mundo científico. Contribuyeron ciertamente a la desaparición de los gabinetes de física “trucados”. A partir de allí, además de la calle y la feria que estos nunca habían dejado, fue sobre los escenarios de los teatros que los prestidigitadores de la siguiente generación buscaron hacerse un lugar. Se podría pensar que la entrada de los prestidigitadores en el teatro puso fin a la ambigüedad de estos gabinetes revestidos de oropeles de la ciencia. En adelante absueltos por las convenciones teatrales, los prestidigitadores tomaron sin embargo recaudos en conservar – y esto hasta mediados del siglo XIX – para ellos mismos el título de “físico” y para sus trucos el “de experiencias”. El más célebre artista de esta generación fue el italiano y aventurero de las Luces Giuseppe Pinetti (1750-hacia 1800), que tenía gran admiración por el doble éxito teatral y científico de Comus. Recorrió durante un cuarto de siglo las cortes principescas y los teatros de Europa con un éxito sin precedentes1. En los primeros años del siglo XIX, se crearon los primeros teatros permanentes de prestidigitación en París, tales como el establecimiento del Hôtel des Fermes dirigido sucesivamente bajo el Imperio por Olivier y luego bajo la Restauración por Comte.

A partir de la Revolución, un primer comercio especializado en los aparatos de prestidigitación abrió sus puertas en el Palais-Royal por iniciativa del prestidigitador Antoine Préjean (hacia 1745 -?). Su catálogo contabilizaba aproximadamente 228 “experiencias y trucos” de los cuales hacía demostraciones y proponía su venta. Por otra parte, el material del cual se servían los prestidigitadores también fue puesto a la venta o fabricado por pedido de los hojalateros que sintieron el deber de conocer los rudimentos de la prestidigitación, como lo demuestra el pequeño capítulo dedicado a los “instrumentos de física recreativa” del Manuel du ferblantier et du lampiste (1830) publicado por Roret. Al final de la edición parisina de 1791 de Amusemens physiques de Pinetti, se señalaba: “Se encontraran estos cubiletes en lo del sieur Rougeole, hojalatero en el Louvre […] se encontraran también distintos objetos en relación con esta obra.” En el inventario después de la muerte de Pierre Roujol (? - 1802), entre los centenares de objetos de toda clase encontrados en su taller y su tienda, se mencionaban “dos molinos de escamoteador, de dos francos” y “un trono de escamoteador, de cincuenta céntimos2”.

Alexandre-François Roujol (nacido en 1776) heredó del taller de su padre a principios del siglo XIX. Antiguo proveedor designado de piezas de orfebrería para Napoleón I, se especializó en los años 1820 en la fabricación de instrumentos de física recreativa. Fue en la tienda de la calle Richelieu de este “padre Roujol” – como lo llamó afectuosamente Robert-Houdin en sus Confidences d’un prestidigitateur – que se reunía la élite de los prestidigitadores bajo la Restauración. En 1834, Roujol publicó a su vez un catálogo de los 132 principaux instrumens de physique récréative amusante, tours d’adresse et de gibecière de los cuales era el inventor y fabricante. Contenía los principales efectos practicados por los prestidigitadores de aquella época y que Robert-Houdin contribuiría a mejorar, como el Naranjo misterioso.

La edad de oro de los decorative conjurers y el desarrollo de los artefactos de lujo

El ascenso social de los prestidigitadores y la creación de salas parisinas dedicadas a la prestidigitación desde principios de siglo, permitieron dar a conocer esta disciplina a los estratos sociales más altos de la sociedad. Prestidigitadores tales como Comte o Jean-Eugène Robert-Houdin se convirtieron así en una atracción anhelada por los salones mundanos. Al crear en 1845 sus Soirées fantastiques en el Palais-Royal, Robert-Houdin se propuso reconstituir el universo refinado del salón burgués para presentar en él un espectáculo permanente de lo que se podría llamar, más que nunca, una “magia de salón”. Sobre el mismo modelo, a partir de 1857, los esposos Hofzinser recibían al público en su domicilio de Viena, en el Salón Wilhelmine Hofzinser. 

Una serie de imágenes estereoscópicas de Paris realizadas hacia 1860, proporcionaban una idea de las sesiones de un mago de salón anónimo rodeado de una abundancia de aparatos. Más generalmente, Sidney W. Clarke dio el nombre de decorative conjurers3 a los prestidigitadores de mediados del siglo XIX que promovían el lujo y la abundancia de sus instrumentos destellantes, a la vez como decorado de escena y como demostración de su prosperidad. Este fenómeno fue propiciado por las grandes figuras tales como Bosco, Döbler, Philippe, Anderson, Bénita Anguinet o también Robin. En sus espectáculos de dos a tres horas, todos o algunos de los aparatos expuestos sobre las gradas, en el fondo del escenario serían utilizados por el artista. A diferencia de esta tendencia, renunciando al uso de todo aparato, Alfred de Caston (1822-1882), pionero del mentalismo moderno, ironizaba acerca de los “brillantes gabinetes de la física recreativa” de sus contemporáneos, que se asemejaban a veces “a la vidriera de una batería de cocina flamenca, no teniendo a [sus] ojos otro mérito […] que el del dinero gastado para poseerlos” [Alfred de Caston, 1858].

Esta estética de la abundancia y el gusto por las piezas mecánicas deben ponerse en paralelo con el desarrollo sin precedentes de la fabricación y el comercio de instrumentos de prestidigitación en aquella época. Hacia mediados del siglo, el prestidigitador y tornero en metal André Voisin (1807-1875) abrió su taller de fabricación de instrumentos de física recreativa rue Vieille-du-Temple, retomado a su muerte por su nieto Émile Voisin (1857-1918). Gracias al talento de los Voisins en el trabajo con el bronce y la marquetería, su negocio se impuso como el mejor fabricante de aparatos de prestidigitación del siglo. Hasta fines de siglo, aficionados adinerados y profesionales de toda Europa se proporcionaban allí lo necesario para constituir sus gabinetes de aparatos de física [Voignier, 1993]. El grabado que publicó en aquel entonces en toda la prensa, otorgó una idea de la imagen de magnificencia que Voisin quería dar de su comercio. Su comparación con un escenario de teatro de magia como el de Bénita Anguinet en el Pré-Catelan en 1856 fue desconcertante: se diferenciaba con dificultad el teatro de la tienda.

El fin del reino de la magia de salón

Si bien la fabricación de objetos lujosos de magia de salón de Voisin continuó hasta alrededor de 1900 y que talleres rivales como el de Carl Willmann (1849-1934) en Hamburgo continuarían proveyendo al mundo de estos aparatos, la disciplina sufrió profundas mutaciones a partir de 1865 y aún durante medio siglo: hicieron poco a poco retroceder la magia de salón y su lote de aparatos resplandecientes.

En primer lugar, la fascinación por el espiritismo, el mentalismo y luego la hipnosis llevó la magia por nuevas vías y suscitó la reconversión de una serie de prestidigitadores hacia formas de espectáculos más despojadas. A continuación, a fines de siglo, los prestidigitadores se convirtieron en una atracción ineludible del género naciente de los espectáculos de Music-hall. Este cambio afectó profundamente la forma de la representación, que desde entonces, a menudo, se redujo a una única presentación dentro de un programa variado, no precisando de ninguna preparación de la escena y favoreciendo los números dichos “de manipulación”. Por último, lo que quedaba de la magia de salón parisina a principios del siglo XX se vio desmembrado por el desarrollo sin precedentes en los Estados Unidos e Inglaterra del close-up por una parte y de los shows de grandes ilusiones por otra parte.

 

Para más información

1. Pietro Micheli, They Lived by Tricks, Livorno, edición a cuenta del autor, 2017.
2. Inventaire après décès de Pierre Roujol, [Inventario después de la muerte de Pierre Roujol], 1802. París, Archivos nacionales, MC/ET/XCVI/25.
3. Sidney W. Clarke, The Annals of Conjuring, Seattle, The Miracle Factory, 2001, pág. 203 y siguientes.