por Frédéric Tabet
El mago-manipulador presenta generalmente un espectáculo en solo, en traje de noche, frente al público, sin decorado, sin aparatos, utilizando monedas, cartas, cigarrillos, y también bolas de billar, flores, pañuelos, o incluso pequeños animales.
Una evolución moderna de la magia
La etimología de la palabra manipulador describe una concepción técnica de la forma, aún más marcada por el hecho de que no se trata de un término nuevo. La palabra latina manipulus designa el “puñado” de trigo que se toma en la mano para sembrar. La manipulación es el acto de sostener, de poner en acción con la mano. Si excluimos el significado de “maniobra sospechosa”, hallamos que el término se utilizaba originariamente para designar a sabios y científicos que con sumo cuidado, manejaban productos químicos y soluciones. El término entró en el ámbito del espectáculo a través de las manifestaciones científicas. Luego se aplicó a los malabaristas o a los marionetistas. Fue solamente a principios del siglo XX que los magos retomaron esta denominación, reconocida por la prensa.
La implantación del término y de esta forma de espectáculo coincidió con la llegada de magos extranjeros al circuito naciente del Music-hall francés. Más concretamente, con las giras de magos norteamericanos fue que emergió como género, en primer lugar con Nelson Downs en 1900, luego con Howard Thurston y Harry Houdini en 1901 y 1902. La expresión se tornó de uso corriente en la primera década del siglo XX y el término se declinó rápidamente al conjunto de los objetos utilizados. Weyer era el “manipulador de cartas y flores”, El Señor y la Señora Servais Leroy presentaban manipulaciones de cartas y monedas, y ulteriormente con pañuelos, Warren Keane era el “card manipulator”.
¿Una magia pura?
A primera vista, la manipulación plantea un espectáculo que regresa a las fuentes de la prestidigitación tomada en el sentido literal de “manipulación rápida”. Estas actuaciones parecen ser doblemente especializadas, en primer lugar por los soportes utilizados: monedas, cartas o cigarrillos que pueden constituir la base de un espectáculo. Pero también por la exclusividad de los medios técnicos, cuando el mago “sólo” utiliza la habilidad manual y la destreza de los dedos. Sin embargo, en sus inicios, esta práctica estaba lejos de ser aceptada unánimemente. La prensa mágica incipiente de aquella época dio prueba de controversias: los números de los manipuladores generaban numerosos cuestionamientos relativos al lugar del gesto técnico en el espectáculo. Los detractores del género, tales como Édouard Raynaly o el Prestidigitateur Alber, juzgaban que se trataba de una magia incompleta, repetitiva y sin misterio. Sus discípulos veían en ella la quintaesencia del arte mágico: una forma de pura prestidigitación donde se prescindía de accesorios trucados o disimulados. En cualquier caso, la forma se desarrolló rápidamente ya que correspondía perfectamente a un nuevo espacio de representación.
Una magia de Music-hall
En los primeros años del siglo XX, el Music-hall se estableció en Francia, principalmente, bajo el impulso de antiguos prestidigitadores, los hermanos Isola, Émile (1860-1945) y Vincent (1862-1947). En un “temible caos” descripto por Gustave Fréjaville, los números se sucedían rápidamente. Se favorecía el choque de atracciones más que una continuidad armoniosa. Para los artistas, los preparativos previos debían hacerse rápidamente. Los números de manipulación por ser cortos, a menudo mudos y relativamente estáticos, se adaptaron por ende perfectamente y se instalaron en forma duradera en los programas del Music-hall.
Un número para concurso
La manipulación perduró, en particular, bajo la influencia del concurso. Al agruparse en sindicato y asociaciones, especialmente, en torno a revistas, los artistas magos procuraban tanto la defensa de su arte contra las prácticas fraudulentas y las revelaciones de trucos, como la posibilidad de otorgar distinciones a algunos de sus miembros. A partir del primer número de la revista especializada L’Illusionniste, en 1902, la dirección anunció la instauración de un concurso que permitiría a los “lectores y suscriptores” dar “libre curso a su imaginación e ingenio”. En 1909, la manipulación se convirtió en una categoría premiada. Los concursos buscaban estimular la creación, y también evaluar a los competidores y clasificarlos. Segmentaron el arte mágico definiendo categorías y generando una búsqueda de virtuosismo. El éxito y la persistencia de los números de manipulación se inscribían en esta perspectiva, ya que si bien el espectador no estaba completamente “ilusionado”, “el especialista conocedor […] comprendía y apreciaba la dificultad”. Hoy en día, esta forma sigue seduciendo a los magos que admiran el virtuosismo de sus pares.