por Marika Maymard
En su relación con el caballo, el hombre desarrolla una historia de doma, domesticación e instrucción, que define o por lo menos modifica su actividad, su personalidad y toda su vida. En su afán por alcanzar el ideal de pureza de la actuación, el vocabulario del circo puede también a veces ir en contra del sentido común. ¿Qué queda realmente del sentido de la palabra “libertad” en una presentación, ciertamente sin obstáculos, pero en la que los animales obedecen y realizan figuras y pasos?
“En la doma de los caballos en libertad, un tipo de educación especial para los circos, no es la inteligencia de los caballos lo que se manifiesta principalmente, sino la capacidad y la ingeniosidad del hombre lo que hay que admirar; ya que éste aprovecha las disposiciones naturales del caballo y su instinto de domesticidad.”
Jules Pellier, Le Langage équestre, 1889
Una caballería para el circo
El caballo perdió su condición de animal salvaje mucho antes de la invención del circo moderno. Separado de su grupo original, fue alojado, según las necesidades del jinete, del auriga o del guerrero, en una casa, una caballeriza, o una caballería. El hombre especialista en caballos lo sabe: cuanto más deje a su corcel con la brida sobre el cuello, en el prado o durante un paseo, menos podrá lograr que éste acepte la dificultad del ejercicio. ¿A qué se aplica entonces el término de “libertad” para el caballo de circo? La respuesta es simple: un caballo presentado en libertad actúa sin jinete, bajo la dirección de un maestro de equitación de a pie o a veces, a caballo. Destacado por su belleza, su entusiasmo o su gracia, puede actuar solo en la pista y figurar bajo su nombre en el programa junto a su amo, como un dúo de socios. Se lo presenta a menudo, sin silla, con falsas rienda o incluso con un bridón simple colocado sobre la cabeza del caballo, que le permite a los mozos de pista sujetarlo, o por el contrario, se lo presenta aparejado, enjaezado, emplumado.
La libertad está compuesta por caballos de la misma especie, blancos lipizanos, palominos dorados, caballos rusos alazanes, frisones negros de ébano. En los carteles, el término de “Libertad” está a menudo acompañado del nombre del caballerizo: la Libertad de Alexis Gruss, de William Heyer, de Georges Loyal, de Albert Carré, de Jules Glasner o de Henry Rancy. Poco a poco, las mujeres toman el látigo de su padre o de su marido, al mismo tiempo que la dirección del circo, como Eugénie Martinetti-Farina, Tilly Rancy, Paula o Micaela Busch, Frieda Krone o Christel Sembach. Aprenden el oficio en el núcleo familiar, como Sabine Rancy, Carola Althoff-Williams, Silvia Zerbini, Suzanna Svenson o Yasmine Smart, y hacen girar y hacer piruetas a sus caballos, luciendo vestidos de gala. Para animar la presentación incluyen atracciones insólitas: una caballería de falabellas, de cebras, un Mini-Maxi o la participación de uno o dos elefantes.
La carrera hacia la libertad
Al igual que otras capitales europeas, se construyen en Paris, entre 1845 y 1905, varios hipódromos, que abren la vía a juegos y pantomimas a gran escala. Las caballerías eran puestas a disposición para los argumentos de revistas históricas o militares y actuaban también en libertad, en pistas montadas a pedido. Incluso en este marco gigantesco y ruidoso, jinetes de familias de renombre dirigen caballos educados para un movimiento en conjunto y para realizar los pasos básicos, atentos a la voz y a la promesa de una recompensa por parte de su protector. Pero la inmensidad del espacio de actuación permite la exhibición de grupos de caballos apenas domados que realizan carreras planas o saltos de obstáculos en libertad, es decir, sin jinetes y sin brida. Por ultimo, en el siglo XX, grandes empresarios europeos y de América del Norte revisitaron la tradición de las “libertades” presentadas sobre tres pistas en simultáneo o sobre una pista de hipódromo, bajo carpas gigantes como Ringling Bros. and Barnum y Bailey Circus (1918-2017) y por mucho tiempo, también lo hicieron la mayoría de los circos norteamericanos: Krone (1924), Barnum’s Circus de los hermanos Court y Pierre Périé (1928), American Parade de Bouglione (1981), Il Circo Americano des Togni (desde 1963), Chipperfield (1946-1955), Gleich (de 1928 a 1933) o Kludsky. Consustanciales al espectáculo de circo, las libertades prolongan y completan el abanico de un adiestramiento “académico” cuyo futuro es incierto fuera de las compañías familiares.