por Pascal Jacob
Relacionados con prácticas chamánicas, algunos ejercicios acrobáticos se asemejan a ciertos ritos primitivos. Dejan al sujeto en manos de la divinidad invocada o lo deifican ante la comunidad concediéndole el dominio de un virtuosismo sobrehumano.
Relacionados con prácticas chamánicas, algunos ejercicios acrobáticos se asemejan a ciertos ritos primitivos. Dejan al sujeto en manos de la divinidad invocada o lo deifican ante la comunidad concediéndole el dominio de un virtuosismo sobrehumano. Acróbatas o bailarines ansían que esta liberación de la gravedad, llevada al extremo de las posibilidades humanas, los entregará a la fuerza de un poder tutelar que actuará en y a través de ellos, para que sus gestos se identifiquen con los del divinidad creativa y den prueba de su presencia. En Camboya por ejemplo, la desarticulación lenta y precisa de cada una de las partes del cuerpo, desde la espalda hasta los dedos, le permite a la bailarina liberarse de una gestualidad demasiado humana y realizar los movimientos que la asocien a una encarnación mítica. En estos gestos, nada es anodino: cada posición
funciona como una imitación trascendida de seres sobrenaturales. Se invocan y convocan poderes del río o del bosque para afirmar y apoyar el desarrollo de la ceremonia. En este contexto particular, la acrobacia simboliza el acceso a una condición sobrehumana. Es un éxtasis del cuerpo. Y todo lo que viste la piel – pintura, aceite, piel o plumas – contribuye a expandir el misterio de la elevación y la transcendencia. En la actualidad, los contorsionistas asiáticos u occidentales prosiguen esta tradición en un registro profano y espectacular.
El fenómeno de dislocación del cuerpo actúa en gran parte por la sensación de repulsión que sienten algunos espectadores observando un número de contorsión. Arevik Seyranyan – que incluye en su número una dislocación de los hombros y se encierra en una caja minúscula con su hermana – o Sacha la Grenouille, capaz de efectuar una rotación casi completa de la pelvis, causan inevitablemente una impresión inquietante de un cuerpo maltratado.
Elegancia y flexibilidad
Hay seguramente también una amalgama fácil y demasiado rápida con la reptación de la serpiente, una impresión a veces reforzada en la historia de la disciplina por la creación de sainetes dramatizados donde los contorsionistas visten trajes ceñidos y con una textura que se asemeja a la de la piel de serpiente. El carácter “reptiliano” de la proeza, a menudo impresionante, se integró acertadamente a las pantomimas del siglo XIX y fue particularmente eficaz en un decorado ingenuo de cartón representando una selva.
Si bien ya no se hace beber vinagre puro a los contorsionistas para conseguir mayor flexibilidad, o para disolver algún cartílago molesto que obstaculice su elasticidad, aún existe sin embargo, una lógica de predisposición física y/o fisiológica para la práctica de la dislocación, o en términos menos aterradores, para el ejercicio de la flexibilidad. En Rusia, aún se sigue utilizando la palabra “caucho” para definir la contorsión y aclarar toda ambigüedad sobre el fondo y la forma de la disciplina. Flexibilidad anterior, flexibilidad posterior, rotación de la pelvis, se solicita al cuerpo para dar una sensación de “sinuosidad” y fluidez en la estructura y la secuencia de las posturas. El desafío de la modernidad de la contorsión se halla en la búsqueda de elegancia y de distanciación para transformar una flexibilidad “sobrenatural” en un lenguaje corporal fluido y refinado. En los años 1960, la contorsionista Fatima Zohra contribuyó en gran medida a darle a la disciplina un aura de encanto y de sensualidad mientras que el dúo constituido por Archie y Diana Bennett le sumaron la fuerza y la gracia.
De aquí en más, la frontera es a veces tenue entre equilibrio y contorsión, pero los acróbatas Anastasia Mazur, Lunga o Natalia Vasiliuk, encarnan una nueva generación de “artistas de flexibilidad”, que no reniegan de la dimensión espectacular de sus antecesores, pero que añaden un toque de tensión o de ironía y una mezcla de abandono e indiferencia que crea su virtuosismo.