En resumen

por Pascal Jacob

El caballo es la conquista más bella del circo. La complicidad entre el hombre y el animal, domesticado hace 9000 años en Oriente Medio y compañero de labranza como de combate, favoreció la aparición de vínculos singulares entre el jinete y su corcel. Asociado al arte de la guerra desde la Antigüedad, el caballo figura en todos los campos de batalla y su aprendizaje dio lugar a numerosas variaciones virtuosas entre las cuales el volteo, emancipado y convertido en técnica de circo, es la más espectacular.

 

Las pirámides, los pas-de-deux, los portés acrobáticos y las poses plásticas, también los saltos de barra y La Poste o Courrier de Saint-Pétersbourg, constituyen los elementos destacados del repertorio de la acrobacia ecuestre, desde la segunda mitad del siglo XVIII.
Estas disciplinas desarrolladas progresivamente, poseen códigos específicos y forman el zócalo del primer espectáculo de circo. Las completaron el volteo en línea, el volteo cosaco o el volteo Richard, cuyas variaciones técnicas derivan de la antigua práctica del caballo con arzones, aparatos de gimnasia y soporte de silla de montar, para desarrollar un vocabulario a la vez dinámico y guerrero. Saltar a tierra y volver a subir sobre el caballo, recoger pequeños objetos sin desequilibrar al caballo lanzado al galope y bajarse en el último instante, ponerse de pie y manejar sus armas, y también deslizarse bajo el vientre o bajo el cuello del caballo son “figuras” clásicas, también comunes a los jinetes comanches, sioux, mongoles u osetos. La dimensión “de seriedad” de estas proezas es contradicha con humor por la acrobacia cómica cuyo mejor ejemplo es el sainete ecuestre Rognolet et Passe-Carreau, inspirado por un hecho real de aquella época y que incita a los jinetes a demostrar originalidad y virtuosismo.