Culturas

por Pascal Jacob

Desde el punto de vista etimológico, el acróbata es aquel que camina sobre las extremidades. Una manera de jugar con su cuerpo, de divertirse con las dificultades impuestas por la gravedad, de producir un efecto de sorpresa y de suscitar la admiración. El éxito de una maniobra acrobática se obtiene a través de un entrenamiento regular y el desarrollo físico de aquel que desea llevarla a cabo. En este sentido, la acrobacia se nutre de fuentes comunes a la práctica de la gimnasia, el gumnòs griego, es decir, literalmente la desnudez. El gimnasio es el espacio donde uno se ejercita desnudo, para prepararse en el atletismo, término cuyo significado es sin ambages: la lucha y el combate. Estas raíces predisponen al acróbata, tradicionalmente representado desnudo sobre frescos y cráteres griegos, a reivindicar una puesta en valor de sus aptitudes físicas, pero también a inspirarse a través de la energía de la confrontación para caracterizar algunas de sus proezas.

De Babilonia a Cnosos y de Rayastán a la China

El aprendizaje de los acróbatas está vinculado al manejo de un vocabulario para construir frases ensambladas en secuencias y series acompañadas por una música apropiada. De Babilonia a Cnosos, de Rayastán a la China, los objetivos son idénticos y a lo largo de los siglos y de los progresos sucesivos de práctica casi universal, una diáspora intuitiva se fundó en torno a un reportorio común. La trayectoria de los acróbatas es paralela a la de los gimnastas, pero a veces, en el siglo XIX, se acercaron y fusionaron, cuando el circo buscó innovar, cuando el atractivo de una carrera artística comenzó a motivar a los gimnastas para dar el gran paso y dar forma de “número” a su práctica, vistiendo un vestuario y convirtiéndose en artistas de circo.
El 1° de enero de 1818, un militar de origen español, el coronel Amoros, abre gracias a una suscripción municipal, el primerestablecimiento público francés de educación física destinado a los niños de escuelas. Teoriza su enseñanza y publica su Tratado de educación física, gimnástica y moral donde define la gimnasia como “la ciencia razonada de nuestros movimientos, de sus relaciones con nuestros sentidos, nuestra inteligencia, nuestras costumbres y el desarrollo de nuestras facultades”. La técnica de Amoros se inscribió en la línea de los trabajos de Johan Heinrich Pestalozzi (1746-1827) y Pehr Henrik Ling (1776-1839), pero desarrolló ampliamente el trabajo con aparatos, viga, pórtico, octógono y escaleras así como las pirámides humanas. Al interesarse en estas construcciones solidarias y colectivas, se acercó a prácticas comunitarias que se vinculan de manera informal con la acrobacia de espectáculo.

 

Formas colectivas

La superación de los límites con motivo de celebraciones colectivas, ya sean votivas, carnavalescas o fúnebres, fue a menudo pretexto para la inclusión de formas acrobáticas, a veces a muy gran escala en el corazón mismo de la ciudad. En el siglo XVIII en Venecia, el período del Carnaval es uno de los hitos para los ciudadanos de la República y numerosas manifestaciones se llevan a cabo con la participación del conjunto de la comunidad. La Forze de Ercole, es una competición que opone desde el Renacimiento dos facciones rivales, los Nicolotti y los Castellani, que consiste en competir para construir la pirámide humana más alta posible sobre plataformas rudimentarias, a veces simples ensamblajes de tablas sobre barriles. Los representantes de los dos principales barrios de Venecia se enfrentan en la Plaza de San Marcos, así como en otras plazas de la ciudad y a veces incluso sobre el Gran canal utilizando embarcaciones con capacidad para varias decenas de personas con el fin de construir espectaculares andamios humanos. Los acompañan músicos, flautas, tambores y trompetas que dan ritmo a las distintas etapas de la construcción. Los dos grupos rivales se enfrentaron en duras batallas, en particular, sobre el Canal Santa Barnaba hasta los primeros años del siglo XVIII. Los primeros pisos de la pirámide eran sostenidos por vigas de madera colocadas sobre los hombros de los portores y permitían estabilizar un poco, la base de la estructura. Sobre la mayoría de las representaciones gráficas de Forze de Ercole, en referencia a las montañas que bordean el estrecho de Gibraltar y que simbolizaban en la Antigüedad la frontera entre la civilización y un mundo desconocido y peligroso, el pintor o el grabador colocó al pie de la pirámide un grueso cojín, predecesor de los modernos colchones de protección instalados a veces bajo los aparatos suspendidos a mayor o menor altura. Los pintores Balthasar Nebot (1700-1770), Francesco Guardi (1712-1793) y Antonio Canaletto (1697-1768) así como numerosos grabadores anónimos han inmortalizado la Forze de Ercole, dando prueba así de su importancia y su dimensión unificadora en una sociedad de cara al mundo. 

 

Juegos catalanes

Estos juegos venecianos nos recuerdan los Castells catalanes, manifestación tradicional de esta parte de España que consiste en elaborar construcciones humanas de seis a diez pisos. Sus orígenes son casi desconocidos, pero estos “castillos” podrían derivar de pequeñas torres humanas compuestas al final de una antigua danza del país valenciano y del sur de Cataluña a principios del siglo XVIII. El deseo de elaborar torres cada vez más altas y complejas condujo al desarrollo de la técnica hasta que esta se tornó completamente autónoma y una disciplina en sí. Para estructurar esta práctica simbólica y colectiva, los practicantes se agruparon en “colles castellerres”, para ensayar y concebir nuevas maneras de elaborar las torres. Para "validar” una torre, un niño debe izarse hasta la cima y levantar el brazo dando así la señal del final de la demostración.
La edad de oro de los castells es el período que se extendió desde mediados del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Las actuacions castelleres, literalmente “representaciones de castillo”, se practicaban regularmente en el sur de Cataluña en un triángulo formado por las ciudades de Valls, Tarragona y Vilafranca del Penedès. Las migraciones campesinas masivas del principio del siglo XX fragilizaron la práctica de los castells que también debían competircon el desarrollo de los deportes populares. A pesar de un interés renovado entre las dos guerras, fue necesario esperar hasta los años ochenta para que los castells recuperen la predilección de los practicantes y del público. Se crean nuevas figuras tal como el “nueve de ocho” y sesenta asociaciones, de colles, durante la década siguiente tanto en otras regiones de España como las islas Baleares como en Brasil, Canadá, Francia, Chile o China.
Considerada práctica acrobática ancestral y popular, los Castells fueron declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO el 16 de noviembre de 2010. El lema de los castellers, “Fuerza, Equilibrio, Valor y Cordura” concuerda con las cualidades básicas de la práctica de la acrobacia desde sus orígenes, e incluso si bien es difícil considerar a los castellers como “verdaderos” acróbatas, no obstante su preparación y su compromiso físico son notorios.

El Dahi Handi

Acróbatas ocasionales, los castellers se asemejan a los millares de participantes que se reúnen cada año por centenas de equipos para celebrar el aniversario de dios Krishna a través de la inmensa metrópolis de Mumbai y en todo el estado de Maharashtra. El objetivo consiste en formar una pirámide suficientemente alta como para permitirle al acróbata situado en la cima, que rompa una vasija de tierra suspendida a gran altura llena de leche, agua, mantequilla, yogur y frutas. La tradición del Dahi Handi, literalmente el “tarro de yogur”, se asocia a un rasgo característico del dios Krishna que tenía de niño, según la leyenda, la costumbre de robar tarros de yogur y mantequilla. Extraída del Mahabharata, una de las dos grandes epopeyas de la mitología hindú con el Ramayana, la anécdota fue a partir de allí, pretexto para la edificación de estas pirámides erguidas hacia el cielo, un acontecimiento festivo y popular que se ha convertido en una cuestión política. Numerosos concejales se lanzan en una competencia feroz y organizan cada cual su Dahi Handi dotándolo de recompensas que pueden alcanzar sumas muy atrayentes: hasta ciento cincuenta mil dólares para el equipo ganador que llegará a derramar la leche, la mantequilla y los frutos después de haber roto la vasija de tierra… Los participantes se preparan con varias semanas de anticipación y elaboran estrategias de construcción que consolidan al mismo tiempo con numerosos ensayos. Los miembros de un equipo son llamados govindas y su grupo es un mandal: durante las celebraciones, se desplazan de una localidad o de un barrio a otro e intentan romper tantas vasijas como les sea posible reconstruyendo incansablemente la pirámide. Los primeros niveles de la torre deben ser sólidos y los portores son a menudo macizos. La corpulencia de los hombres se va reduciendo a medida que progresa la edificación de la pirámide y un niño trepa a través de la torre humana para erguirse en la cima y conquistar de esa forma la victoria de su equipo.

En 2012, Jai Jawan Govinda Pathak, mandal de un barrio de Mumbai entró al libro Guinness de los récords por haber formado una pirámide de trece metros treinta y cinco de alto, batiendo el récord de España de 1981. El acontecimiento incitó a varias personalidades a proponer la idea de convertirla en una práctica deportiva oficial, pero numerosas voces inmediatamente se elevaron para exigir que se mantenga el Dahi Handi en su estatuto de celebración de calle, con carácter simbólico, ritual y específico. Las torres se erigen tradicionalmente en medio de una muchedumbre compacta, los espectadores más próximos de la base rocían a los participantes de agua para desalentarlos mientras que otros corean una frase ritual que anuncia los govindas. La evolución de las torres es a menudo acompañada por músicos y bailarines que crean una animación paralela. La dimensión festiva del acontecimiento no debe ocultar los riesgos inherentes: las torres se desmoronan muy a menudo causando heridas graves y muertes… Entrenados para encontrar los mejores puntos de equilibrio y para distribuir lo mejor posible las masas en función de los individuos que componen sus equipos, los govindas son más estrategas que acróbatas, pero sus edificios efímeros e intuitivos se inscriben en el registro de las prácticas acrobáticas por defecto, destinadas sobre todo a causar un impulso participativo para unir a un grupo y afirmar una solidaridad colectiva. 

 

Parkour

A principios del Siglo XX, un oficial de marina francés, Georges Hébert, desarrolló ejercicios gimnásticos inspirándose de las capacidades naturales que observó durante sus estadías en África en los rastreadores y cazadores de quienes se rodeó.

De regreso a Francia, en Reims, crea un método basado en las aptitudes naturales de sus alumnos y que hace referencia a procesos fundamentales: caminar, correr, saltar, trepar, balancearse, arrastrarse, nadar, etc. Reanuda implícitamente las ideas vinculadas con las raíces de la acrobacia primitiva, fundada en la observación de los animales, cristalizada en ritos de imitación y transformados poco a poco en un repertorio de figuras e intenciones. Su técnica se convierte en la base del entrenamiento militar del ejército francés. Inspirado por sus trabajos, un arquitecto suizo imagina y desarrolla una sucesión de obstáculos destinados a poner a prueba la fuerza, la rapidez y la resistencia de los soldados: “El Curso del combatiente”.
Al final de los años 1980, David Belle, un atleta inspirado por la experiencia de su padre en términos de entrenamiento físico, y deseoso de experimentar otra aprehensión del movimiento, integra los principios del recorrido militar, pero los trasciende con un enfoque más libre, sin poner en cuestión el rigor del aprendizaje. Con un grupo de amigos, Sébastien Foucan, Châu Belle Dinh, Williams Belle, Yann Hnautra, Laurent Piemontesi, Guylain N'Guba Boyeke, Malik Diouf y Charles Perriére, desarrolla un conjunto de reglas y códigos para construir un vocabulario inédito que condujo a la elaboración de una forma de acrobacia urbana. La ciudad surge como un territorio estupendo para explorar y al precio de un entrenamiento intensivo, se entrega a los herederos de los antiguos corredores del bosque como un magnifico “recorrido” (Parcours). En 1997, invitado a presentarse en público, el grupo decide presentarse bajo el nombre de Yamakasi, un término proveniente del Lingala, lengua hablada en el Congo, que significa la fusión de la fuerza y el espíritu en un mismo cuerpo. Sébastien Foucan sugiere calificar su enfoque del movimiento como “el arte del desplazamiento”. El grupo se separa poco tiempo después y Hubert Koundé, un amigo de David Belle le sugiere hacer evolucionar el término de “Parcours” al de de “Parkour”: desde ese momento, el método de entrenamiento desarrollado por David Belle no se podrá definir de otra manera y sus adeptos son denominados Traceurs. El parkour se volvió popular en los años 2000 y se beneficia, en particular, del impacto de la película Yamakasi producida en 2001 por Luc Besson después de haber integrado Traceurs en su película Taxi 2 en 1998. En 2003, el documental Jump London con Sébastien Foucan utilizó el término Freerunning en lugar de Parkour con el fin de volverlo más accesible para la audiencia anglófona. El Parkour, como arte del desplazamiento y el Freerunning, más allá de sus diferencias vinculadas a la personalidad de sus creadores y adeptos, definen una práctica y un arte a la vez. En 2006, la película de Martin Campbell Casino Royale integró una secuencia de Parkour con Sébastien Foucan y marcó un giro en la percepción de esta disciplina.
El manejo del Parkour es el resultado de un entrenamiento intenso y riguroso y su fundador reivindica explícitamente los orígenes guerreros para calificar su método como la adquisición de una técnica exigente y que puede resultar peligrosa para adeptos mal preparados. Concentración, control de los reflejos, capacidad de percibir distancias y sentido del espacio y el vacío son algunas claves para comprender y dominar saltos, impulsos y propulsiones. Acrobacia urbana, símbolo de libertad y medio de expresión, el Parkour es ante todo un principio de vida donde el cuerpo y el espíritu se ejercitan para sortear obstáculos y barreras, ya sean metafóricos o reales. Una manera de superar sus miedos y de transfundir esta fuerza nueva en lo cotidiano…

 

Celebrar

En Taiwán para algunas ceremonias funerarias taoístas, la familia del difunto recurre a veces a acróbatas para acompañar al alma del fallecido en su último viaje. El ritual puede desarrollarse en plena ciudad, en una plaza o un estacionamiento, en medio de los coches, de los transeúntes indiferentes y los ruidos incesantes de la ciudad. No hay público y a pesar de todo, la celebración parece un espectáculo… Para los no entendidos, una compañía circense decidió presentarse al aire libre, sin espacio predeterminado, con el cielo, el sol, las nubes o la lluvia como decorado. Un malabarista hacía girar un sombrero de paja sobre una sombrilla sin seda de la cual solo se veía la estructura frágil: su manipulación ilustra metafóricamente las rotaciones del sol… Los acróbatas atraviesan de un salto aros colocados sobre una simple mesa de madera: sus saltos son las puertas atravesadas por el espíritu del difunto para alcanzar el objetivo final de su periplo… Un equilibrista se apoya sobre su cabeza y utiliza sus manos para mantenerse perfectamente recto separando al mismo tiempo las piernas para formar simbólicamente un receptáculo: ilustra así con su cuerpo como único medio, el ding secular, la vasija de bronce de las dinastías arcaicas indispensable para la celebración del culto de los antepasados. Con estos acróbatas cuyos conocimientos son milenarios, acostumbrados a las escenas de los teatros y a las representaciones para los turistas, pero que también son capaces de contribuir a un ritual ancestral, con las pirámides humanas que desde Venecia a Mumbai reúnen a las comunidades, con los Traceurs que piensan y viven la ciudad de manera distinta, el gesto acrobático, más allá del circo y las fronteras, se encarna con fuerza a través de los siglos, se afianza en el tejido social y se afirma como un potente vector de la memoria colectiva.