por Marika Maymard
Proteiforme, el payaso de circo se constituyó poco a poco a partir de personajes cómicos cuyos orígenes remontan a tiempos inmemoriales. Su capital es la risa, vital, liberadora, cuya necesidad da legitimidad a todos los medios y a todos los vocabularios. A través de la sátira, la parodia, la multiplicación de efectos groseros, incongruentes y absurdos, este desvía la razón, revoluciona el orden establecido y embarca a los hombres en una locura colectiva anodina y grave a la vez. Indecente, jubiloso, provoca gratitud a primera vista y en cambio con el tiempo, a menudo una forma de rechazo o desprecio. Así pues, burlonamente, la expresión popular “hacerse el payaso”, reduce el trabajo del cómico a una actividad inútil e inoportuna. Una percepción peyorativa que afecta más globalmente a los saltimbanquis herederos de los joculadores, titiriteros y otros hacedores de trucos.
Nacido acróbata
El actor cómico que surgió en el círculo del circo naciente, a fines del siglo XVIII, no llevaba aún el nombre de clown proveniente de la escena inglesa. Según sus orígenes, se lo designaba bajo el nombre de bromista, bufón o payaso. El payaso que surgió a mediados del siglo siguiente fue esencialmente acróbata, según Bouillet1: “El talento de los payasos consistía sobre todo en realizar ejercicios de equilibrio, flexibilidad y agilidad, juegos en los cuales varios desplegaban una habilidad y una destreza verdaderamente notables”. Una visión retomada por Alfred Delvau2, que presentó a Léotard, el precursor del trapecio volante, como un payaso, o por el escritor y gimnasta Pierre Loti, cercano a la familia Frediani, que describió su participación como acróbata en una velada de gala en el circo Toscan: “Apareceré mañana en el Cirque Étrusque como payaso enmascarado, vistiendo un traje amarillo y verde3”.
Jinete… desmontado
Antes de finales del siglo XIX, no era fácil ejercer un arte en el universo del espectáculo dominado por los privilegios concedidos a los teatros oficiales, en donde la palabra, en particular, estaba prohibida a los banquistas. En este contexto, los primeros payasos de pista fueron acróbatas ecuestres que montaban de manera excéntrica. El primero sería Billy Buttons que actuó en el Anfiteatro de Astley en Londres en 1768, en Tailor's Ride To Brendford, muchas veces retomada cambiando los nombres de los personajes según los países. Otros escenarios en picaderos pusieron en escena a Antonio Quaglieni, travestido en Madame Angot en lo de Franconi o de Tom Belling, este “Augusto” torpe del Circo Renz, con la nariz bermellón de borracho, que se mantenía con dificultad sobre su corcel. Belling creó incluso en febrero de 18814, un personaje de augusto femenino en una parodia de pas-de-deux ecuestre, “Augusto y Augusta” en dúo con Madame Gontard (Caroline Strassburger), una escena cómica que prefiguró las hazañas de los Mullens, volatineros holandeses o de los suecos Svenson.
Clown saltarín
El jinete Ducrow hizo entrar en la compañía de Franconi en 1819 los primeros payasos a pie, Derwin, Garthwaeth y Blinchard5. Actores de la farsa inglesa, contribuyeron junto con los “grotescos” del Cirque Olympique, entre los cuales Gaertener (o Guerdener), alabado como un verdadero fenomeno6, a definir los contornos del cómico de la pista. Increíbles acróbatas como Little Wheal, Chadwick, Griffith o William Kemp provocaban la risa realizando ejercicios serios por definición como el salto mortal. Théophile Gautier observó la locuacidad del actor cómico mudo, hábil intérprete en la intriga de una pantomima de circo. Entusiasmado por la actuación de Lawrence y Radisha, flexibles ranas en Les Pilules du Diable, en el programa del Cirque Olympique en 1837, no tuvo palabras lo bastante elogiosas para alabar al payaso Auriol. Más intrépido aún que Gaertner, peinado con un gorro de cascabeles de Gontard, el mítico saltador, comparado a un hombre-pájaro o a una ardilla voladora, se lanzaba haciendo piruetas por encima de un regimiento de hombres, con bayonetas caladas, o a través de un aro erizado de pipas de tierra sin romperlas7, lanzando su famoso “¡allí!” con una voz aflautada.
Cuando el ritmo de los saltos se incrementó para multiplicar los efectos cómicos, el payaso pasó de saltarín a cascador. Inspirados por los hermanos Price, los Hanlon-Lees, explosivos “Pierrots negros” ingleses, desafiaron los límites de la proeza hasta tomar riesgos absurdos. A través del desorden calculado de las volteretas de los grupos de acróbatas, el verdadero payaso podía perder su identidad a favor de una locura colectiva cuya perfecta sincronización tenía por objeto sorprender al espectador. Adaptada a la escena del Music-Hall como a la pista, la fórmula se reinventó constantemente con los Crosby, los Craddock, los Bono, los Charlivels, los Pauwels, los Manetti Twins, sobre tablado, o los Platas, todos europeos, pero también los Yankov, rusos o los Halfwit's, norteamericanos, sobre un caballete con arzones, a la manera de los Spider Austin.
Pasar la posta
En la pista se codearon poco a poco payasos saltarines, payasos mimos y clown-actores, herederos de la elocuencia cínica del jester, entre los cuales W. F. Wallett8 del que George Foottit se inspiraría ampliamente a finales del siglo XIX. El patrimonio acrobático se reinventó con el objeto de ser transmitido. Las botellas paradas, acostadas y luego vueltas a parar bajo los pasos de Jean-Baptiste Auriol, resurgieron un siglo más tarde bajo los zuecos de Johann el Guillerm en Où çà ?. Jamie Adkins hizo bailar las escaleras en Circus Incognitus, a la manera de James Boswell, “el payaso gentleman” 9, le quitaba a la suya los peldaños a medida que iba ascendiendo para hacer un brindis, con una copa en la mano, en equilibrio de cabeza sobre la extremidad de la pértiga restante. En la línea de Candler con su pértiga o de los Hermanos Price, creadores de Escaleras animadas que ellos ascendían tocando la flauta y el violín, Moïse Bernier, payaso en Galapiat Cirque, realizó la ejecución a lo largo de un mástil sin dejar de tocar el violín en Risque Zéro. Bajo el impulso de Lucho Smit, todas las creaciones de la compañía tejen con humor relaciones sumamente físicas con el entorno.
De un siglo al otro las prácticas se respondieron. De este modo, las excentricidades de Bill Randall en su tablón elástico a finales del siglo XVIII, encontraron un eco en las payasadas de Super Sunday en el trampolín de la compañía contemporánea Race Horse. Una tendencia del circo contemporáneo es la de ocupar todas las dimensiones del espacio espectacular enfrentando talentos acrobáticos y un enfoque payasesco que según la intención y el compromiso del artista, dan lugar a toques poéticos, lúdicos o ásperos. En Extrêmités, los artistas del Circo Inextrémiste desafían alegremente la fatalidad enfrentándola al cuerpo a cuerpo. En equilibrio precario sobre largas tablas de madera que se mecen sobre garrafas de gas, se mofan del peligro hasta embarcar a Rémi, acróbata parapléjico, en un juego cuya audacia, a la vez petrifica al público y lo sacude de olas de risa.
1. M.-N. Bouillet, Dictionnaire universel des sciences, lettres et des arts, [Diccionario Universal de la Ciencia, Letras y Artes], Paris, Hachette, 1854.
2. Alfred Delvau, Les Lions du jour : physionomies parisiennes, [Los Leones del día: fisionomías parisinas], Paris, E. Dentu 1867, p.179.
3. Pierre Loti, extrait de Un jeune officier pauvre, [fragmento de Un joven oficial pobre] editado por Samuel Viaud en 1923.
4. Alwill Raeder, Der Circus Renz in Berlin, temporada 1896-97.
5. Según Tristan Rémy, Les Clowns [Los payasos], París, Grasset, 1945.
6. La Pandore du 5 octobre 1823, [La Pandora del 5 de octubre de 1823], edición reproducida in extenso en Le Miroir des spectacles, des lettres, des mœurs et des arts, vol. 2, 1825.
7. Théophile Gautier, Histoire de l’art dramatique en France depuis vingt-cinq ans, [Historia del arte dramático en Francia desde hace veinticinco años, Tomo I], Bruselas, Hetzel, 1858.
8. William Frederick (1813-18), The Public Life of W. F. Wallett : the Queen Jester, Londres, J. Luntley, 1870. Citado par John Stewart en The Acrobat: Arthur Barnes, Londres, McFarland, 2012.
9. Ernest Blum, « Adieu à Boswel » [”Adiós a Boswel”], en Le Voleur, el 20 de mayo de 1859, publicado en Le Cirque dans l’Univers n°43, 4o trimestre de 1961.