Malabarismo a caballo

por Pascal Jacob

La yuxtaposición de una o más disciplinas en los espectáculos de circo tuvo lugar de manera muy natural a partir del final del siglo XVIII. Fue favorecida, en particular, por la adición de elementos técnicos a menudo provenientes de la vida cotidiana. Pero, antes de que los ciclos de todos los tamaños invadieran la pista, fue el caballo quien se impuso como un primer soporte viviente para desarrollar un nuevo registro de malabarismo. ¡Si matabare y desultor antiguos pueden ser sólidos antepasados, fue quizás un tal Taillefer, soldado de Guillermo el Conquistador, quien en la batalla de Hastings en 1066 intimidó al bando opuesto manipulando su lanza con una destreza impresionante! Desde los inicios del circo moderno, jinetes tales como Price y Balp tomaron el riesgo de subirse de pie al lomo del caballo, lanzados al galope para incluir en la práctica de la acrobacia algunas figuras del malabarismo. La contradicción de las fuerzas presentes, la inestabilidad del caballo y et reto de la fuerza centrífuga, aumentaron la dificultad del trabajo, pero esta combinación inesperada le trajo al circo otro nivel de valoración técnica y artística.

 

Evolución

En el siglo XIX, el malabarismo a caballo se convirtió en una disciplina independiente. Andrew Ducrow, Pierre Mayheu y Henri Franconi hacían girar banderas mientras que Catherine Franconi, elegante amazona, hacía juegos de malabares con manzanas que recuperaba… con la punta de un tenedor. En un registro similar, un afiche del litógrafo alemán Adolf Friedländer mostraba también a un malabarista de pie sobre un caballo con platos oscilando sobre finas varillas de bambú. El contraste entre una técnica de manipulación proveniente de Asia y una práctica de la equitación muy occidental, le permitió a malabaristas tales como Jean-Baptiste Auriol, Léopold Loyal o Charles Ducos demostrar su doble virtuosismo. Tradicionalmente pesado, entre caballo de tiro y percherón, el caballo era embridado corto el lomo cubierto con una gruesa alfombra de ensillar o muy empolvado con resina para garantizar una perfecta adherencia del jinete de pie.

 

 

Esta estabilidad le permitió a la técnica evolucionar y diversificarse, en particular, en la Unión Soviética y en Hungría. El Gonka de Moscú presentó al público parisino una sucesión de proezas a caballo, incluyendo el célebre acto de los hermanos Zapachny, malabaristas a caballo de excepción. En 1960, cuando Nikolaev Olkhovikov actuó en París con una compañía del Circo de Moscú, causó la estupefacción de los aficionados y especialistas. Dotado de un extraordinario sentido del equilibrio, hacía juegos de malabares con copas que caían dentro de aros donde se mantenían gracias a la fuerza centrífuga, con tres mazas y una pelota o también controlaba con facilidad una cascada de seis bolas. Manipulaba también antorchas encendidas, de pie sobre una montura más liviana y creó un “asombroso acto de malabares con fuego, parado a 45 grados sobre un caballo galopando literalmente vientre a tierra…” Dotado además con una bella voz de barítono, Nikolaev Olkhovikov estudió el arte lírico en el Conservatorio de Moscú y hacía malabarismo a caballo, interpretando al mismo tiempo aires de ópera.

 

 

Filiación

La Chevauchée Tartare, creada por Stephan Gruss en 1984, se presentó como un concentrado de energía bruta y virtuosismo puro. De pie sobre un caballo potente al galope, el muy joven malabarista hace malabares con amplias chapkas de piel negra o con antorchas encendidas y tira al arco sobre un blanco de paja colocado delante de la cortina de los bastidores. La rapidez de las secuencias y la precisión de cada una de sus manipulaciones convirtieron a este número en uno de los momentos fuertes del espectáculo y sin lugar a dudas, en una de las creaciones más logradas de Alexis Gruss. El jinete personificado por Stephan Gruss desciende de una larga filiación donde jinetes alemanes, belgas, rusos y húngaros marcaron el terreno de manera singular. Los Brumbach en los años 1950 y 1960, Harry Mullens y Margot Edwards en los años 1960, los Picards, los Silagy' s y los Dunaï en la década siguiente, pero sobre todo el extraordinario Sarvat Begbudi hasta en los años 1980, han elevado el nivel de la disciplina. En la actualidad, Charles Lamarche y Sébastien Chanteloup, los Sadoev o Alexandre y Charles Gruss, los hijos de Stephan, mantienen esta tradición particular de malabarismo a caballo, un registro que se ha vuelto poco frecuente y completamente ausente del repertorio contemporáneo.