Culturas

por Pascal Jacob

La figura del malabarista proteiforme, puede encajar en hiancias o intersticios culturales insospechados. Cuando los vigías amerindios o chinos iniciaban incendios en la cima de las colinas o de las torres para enviar mensajes codificados, usando nubes de humo cuidadosamente “manipuladas”, actuaban como malabaristas jugando con la habilidad del equilibrio del viento y de las trayectorias.

El salón de los malabaristas del Castillo de Torrechiara, cerca de Parma, fue pintado por Cesare Baglione entre los años 1576 y 1585. Ilustra la diversidad de las prácticas populares, de la acrobacia y del malabarismo en aquella época, en particular, con una maravillosa pirámide de malabaristas capaces de hacer rotar aros alrededor de sus cuerpos en posiciones insólitas. Este lenguaje singular también se vio magnificado en los escenarios de varios cabarets de artistas en los confines del malabarismo y la magia. La Jongleuse, una polka para piano, compuesta por Auguste Bopp en 1878 o Le Roi des jongleurs, una obra muy ritmada de 1958 de Georges Durban, integraron la figura del artista en un imaginario y en una sonoridad populares. Esta noción también fue encarnada por El Bateleur, (El Mago) carta del juego de Tarot, a veces representada bajo los rasgos de un malabarista. Arcano positivo, El Bateleur abre los arcanos mayores y simboliza un punto de partida o un comienzo. Más allá de una cita literal, se trata también de cuestionar otra relación con el virtuosismo, en la búsqueda de un punto de equilibrio, ya sea virtual o real. Este concepto subyace también en el capítulo 17 del La Promesse de l’aube, novela de Romain Gary publicada en 1960.
“En los pasillos de la escuela, bajo la mirada deslumbrada de mis compañeros, hacía malabares con cinco o seis naranjas y en algún lugar dentro de mí, existía la loca ambición de alcanzar la séptima y quizás la octava, como el gran Rastelli, e incluso, quién sabe, hasta la novena, para convertirme finalmente en el mayor malabarista de todos los tiempos”.

Más allá de su virtuosismo, el malabarista encarna una cierta forma de inestabilidad constitutiva y ha sido a menudo víctima de una percepción negativa, ligada a su capacidad de esquivar con orgullo esta fragilidad. La caricatura subrayó de un siglo a otro esta maleabilidad del gesto y de su dominio aleatorio. El desequilibrio instalado de estos personajes encontró un eco directo en su supuesta inestabilidad política, en representaciones llenas de humor o... ¡ácidas! La portada del suplemento ilustrado del Petit journal del 19 de agosto de 1893 fue explícita: Georges Clemenceau, víctima de una feroz campaña de la oposición durante las elecciones legislativas de 1893, fue representado como un malabarista esbozando lo que el ilustrador describió de "No patrocinado" mientras manipulaba pesadas bolsas de dinero. El ataque fue publicado unos días antes de la votación en la cual Clemenceau, a pesar de su condición de favorito, perdió por unas centenas de votos de diferencia contra su rival. Otra caricatura, de Izel Rosental, publicada en 2009, muestra al Presidente norteamericano Barack Obama en un equilibrio muy inestable sobre una báscula, representada por un tablón posado sobre un globo terráqueo. Hace malabares con dagas llamadas Erevan, Ankara, Irán, Irak y Afganistán y se muestra preocupado por la caída de las dos primeras, posicionadas en equilibrio, de punta en punta sobre su frente, y que podrían comprometer el frágil equilibrio de la región y del mundo... Una figura de estilo ya utilizada a expensas de Otto von Bismarck, malabarista a pesar suyo, en otra caricatura estadounidense de 1887 intitulada El equilibrista europeo.

Esta búsqueda de aplomo y de perfecta estabilidad resuena simbólicamente en las obras del escultor Alexandre Calder y caracteriza en particular sus bien llamadas Stabiles, así como también identifica algunas de las obras del artista plástico Richard Mac Donald. Al mostrar a Viktor Kee en equilibrio sobre un rombo de bronce, este combina la fluidez del gesto con el desequilibrio controlado y transciende de esta manera, a través de la materia, el virtuosismo insolente del malabarista. Figura alegórica, objeto de arte u obsesión literaria, el malabarista está al alcanza de la mano en la cajita “Gran número de malabarismo” ofrecida por las Tiendas Nature et Découvertes, y es ilustrada en forma virtual en los videojuegos Donkey Kong Country : Tropical Freeze, con su personaje del malabarista ruidoso encarnado por una foca severa y bigotuda. El juego, entre interpretación y deslizamiento de sentido, no es trivial y estigmatiza esta integración del malabarismo en estratos culturales inéditos. Hoy en día, innumerables comerciales utilizan la figura de un consumidor haciendo malabares con una multitud de objetos, para representar en especial, el dilema de la elección.