por Pascal Jacob
Sin tener en cuenta al caballo que podría ser considerado como un “aparato” del espectáculo, cuando se encuentra inmóvil, sirvió por ejemplo de pedestal a Christian Müller, jinete que actuó en Nuremberg el 18 de mayo de 1647. Es en efecto, la imperiosa necesidad de ser visto por todos, lo que constituye el primer y sólido pretexto para que el acróbata se decida a subirse sobre “algo” que le permita alejarse del suelo y así ser percibido mejor por aquellos que lo admiran y lo aplauden. Esta elección de dominar a aquellos que lo rodean es el inicio de una historia de aparatos inmóviles, también es una manera elegante de definir un eje, generalmente el centro del área de actuación, y de crear una composición con el desplazamiento circular impulsado por los caballos. De esta confrontación entre lo móvil y lo inmóvil va a surgir la trama estética basada en la heterogeneidad de las formas, en el efecto mosaico de la representación, que va a caracterizar rápidamente el conjunto de un espectáculo de circo.
La utilización de un aparato, inmóvil o móvil, simple zócalo o maquinaria compleja, va a nutrir el imaginario de los acróbatas y a ofrecerles posibilidades de desarrollo insospechadas, y también permitir en una misma familia o en una misma compañía, apropiarse de varias técnicas para valorizarlas solas o combinadas.
Bastones y bola de equilibrio, mástil chino, escalera libre, velocípedo, monociclo, alambre, trapecios, barras fijas, y también accesorios sobredimensionados tal como un vaso gigante o estructuras que evocan la luna o las nubes, componen un extraño inventario que no deja de evolucionar, de enriquecerse y multiplicar las referencias: el pizarrón de escuela sobre el cual Chloé Moglia escribe y se cuelga o el impresionante gancho de metal suspendido de Mélissa von Vépy son variaciones sutiles de aparatos, objetos escénicos nutridos por influencias paralelas, inspiradas de lo cotidiano o esculturas monumentales, pero sobre todo, pretextos para la escritura y la creación.