El Mástil

por Pascal Jacob y Bruno Krief

Trepar. Elevarse siempre más alto para ver mejor, atrapar, vigilar, contemplar un peligro, protegerse. Los orígenes del mástil son a la vez orgánicos, defensivos y lúdicos. Al evaluar la posibilidad de tomar altura, de alejarse del suelo para anticipar un desplazamiento, las sociedades de cazadores cosechadores sacaron partido ante todo de lo existente: un promontorio, un amontonamiento de rocas, un árbol. Fue ese último elemento el que resultó ser más eficaz para dominar una situación. Esa verticalidad natural iba a ser adaptada progresivamente a las necesidades guerreras, utilitarias y espectaculares. El ascenso, necesario y práctico, vinculado a la protección o a la recolección, iba poco a poco a convertirse en un pretexto para jugar con los límites impuestos por la gravedad. Los más ágiles, los trepadores más rápidos formaron un grupo específico y siguieron intentando trepar aún más velozmente la cima de los árboles, aún más alto. Allí nació el principio de vigía. Y también los juegos de agilidad alrededor de un mástil de madera. Una necesidad vital se cristalizó poco a poco en un pretexto acrobático antes de convertirse en una disciplina de espectáculo, codificada y muy asociada a los pueblos de Asia.
Los petroglifos encontrados en una tumba de la dinastía Han en Chengdú muestran a acróbatas sobre soportes verticales, seguramente árboles finos o bambúes y un primer repertorio de figuras fue inscripto en la Théorie des 100 Divertissements del emperador Wu Di (156-87) elaborada en 108 antes de nuestra era.

 

 

Verticalidad y colectivo

La verticalidad del aparato induce ascensos, descensos, el agarre de manos o pies, ascensos en proyección de hombro, deslices, banderas y enrosques. El vocabulario, más bien estático, se enriqueció con el desarrollo de un repertorio de saltos que aportaron un carácter dinámico al trabajo: pirueta o doble pirueta, salto hacia delante o hacia atrás, giros recuperados en ovillo… La técnica no dejó de evolucionar y de transformarse y sus mutaciones en los últimos veinte años fueron espectaculares.
Las compañías chinas y norcoreanas favorecieron mucho tiempo una práctica colectiva, fundada en el impulso y la sincronización, complicada por figuras con portor, pero cuando se convirtió en una forma más individual, en particular, en Occidente, la fluidez de sus secuencias suplantó lo que durante mucho tiempo solo fue pura demostración, a veces incluso con cierta connotación militar. Un gran clásico del género fue el “número de los marineros”, donde en un decorado anticuado e ingenuo, los mástiles representaban los soportes de una hipotético velamen y donde una o dos decenas de acróbatas multiplicaban las poses y los saltos de un mástil al otro.
La compañía Hacuna Matata, formada en la Escuela de acrobacia de Dar Es-Salam, asoció el rigor chino a la energía de la calle africana, una mezcla que recuerda a la Compañía Havana de Cuba. La integración de este aparato en los programas de las escuelas europeas, divertida evocación de la viga de acero que se encuentra en todos los cuarteles de bomberos, modificó considerablemente su percepción y su identidad. En solo, en dúo o en trío, el mástil chino fue a partir de allí, un pretexto para variaciones acrobáticas y coreográficas con un enriquecimiento técnico regular.
Vertical Tango, dúo creado a mediados de los años 2000, ilustra con elegancia la fusión entre una forma bailada y la acrobacia. 

 

 

Oscilaciones

Ya se trate de un simple bambú, o que sea de madera, de acero, de aluminio o de fibra de carbono, el mástil conoció y conoce aún adaptaciones, según lo que deseen expresar los acróbatas o en función de su posible contribución dramatúrgica. Formado en el Centro Nacional de las Artes del Circo de Châlons-en-Champagne, Joao Peirera dos Santos creó en 2005 Peut être, una forma monodisciplinaria a partir del mástil chino e impuso un estilo singular donde su fuerza se combina con una calidad de movimiento excepcional. La obra Le Mâtitube de Christophe Huysman con William Valet, Sylvain Decure, Antoine Raimondi y Tsirihaka Harrivel, es a la vez una propuesta escenográfica para el espacio urbano y una bella reflexión sobre el eje y el equilibrio, llevado a cabo por un acróbata impetuoso.
La técnica para las distintas tomas de manos, la reptación y la ascensión es de alguna manera el código genético de la disciplina y suscita desde el siglo XIX sutiles variaciones a partir de la problemática común de la verticalidad. Los mástiles oscilantes, muy en boga a principios del siglo XX, en particular en Suiza, donde las familias Nock y Bauer se especializaron en esta disciplina y cuya memoria perdura con Bello Nock, artista polivalente que para convertirse en payaso no renegó de aquello que hizo la gloria de sus antepasados. Este juego en torno a la oscilación, Fattini lo popularizó en los años 1950, simulando la embriaguez colgado de un farol alargado, creando casi por defecto una nueva técnica del desequilibrio basada en una amplitud de movimiento impresionante.
En la actualidad, la compañía australiana Strange Fruit monta sus mástiles oscilantes en el centro de las ciudades para ofrecer extrañas coreografías al ritmo de la música y el viento.

 

 

Evolucionas técnicas

El mástil pendular o giratorio es otra variante sobre el tema de una verticalidad contrariada, fuente de dificultades imprevistas. Cuando Foucauld Falguerolles imaginó un mástil volador cuyos movimientos eran moldeados por un contrapeso humano, le concedió una filiación natural a los mástiles pendulares de Edouard Doyle y de Maud Ambroise y la barra curvada de Alix Bouyssie. Saulo Sarmiento desarrolló un trabajo similar con un mástil suspendido, otra captura de la verticalidad y de la oscilación aleatoria, pero también una manera sutil de jugar con un aparato de gran simplicidad, trascendido por una nueva orientación.
La compañía Arts des Airs varió la técnica a través de un trío giratorio en 2007 para el espectáculo Vertige de l’ombre. Esta apropiación del aparato, fuente de inspiración para numerosos jóvenes artistas, reveló a la vez su maleabilidad y su intensidad. La compañía francesa Mauvais coton inventó un mástil Tentetieso para su Vol du rempart, otra interpretación del balancín, mientras que Marianne-Michel desarrolló un trabajo coreográfico a partir de un mástil clásico. La importancia de las transiciones, la aplicación de una nueva escritura a partir de una gestualidad ligera, fluida, construida a partir del soltar y rotar, fundaron el enfoque contemporáneo y marcaron el tiempo de una disciplina milenaria incansablemente renovada.

 

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