por Pascal Jacob
El hombre siempre ha soñado con apropiarse de la movilidad de los animales más veloces y nunca ha dejado de buscar medios para correr más rápidamente o saltar más alto. Desde el siglo XIX, los acróbatas imaginaron regularmente aparatos muy simples o increíblemente sofisticados para propulsarse a alturas y distancias más allá de las posibilidades ofrecidas por el cuerpo humano. Las técnicas de propulsión son múltiples y dieron lugar a la creación de números colectivos, así como a un nuevo registro de prácticas individuales.
Los orígenes de la propulsión son claros: elevarse hacia el cielo, volar, intentar acercarse a los pájaros, al sol y a Ícaro, esto fue una tentación común a todos los pueblos. Batuda, trampolín, cama elástica, barra y columpio ruso, báscula húngara y coreana, pero también trabuquete, catapulta, ballesta y cañón, le permitieron al hombre transformarse en proyectil viviente, regalarse vuelos espectaculares y aprovechar ese impulso fuera de lo común, para desarrollar un nuevo repertorio de figuras, hechas realidad gracias a ese fugitivo estiramiento del tiempo, a esos momentos en que el cuerpo propulsado efectúa planchas, giros y rotaciones en el espacio y aterriza en una red, una colchoneta, una tela tensada o sobre una simple barra sostenida al hombro por dos portores atentos a la precisión de la recepción. La idea de proyectar el cuerpo vertical u horizontalmente, a partir de la fuerza física pura de los acróbatas o con el apoyo mecánico de un aparato desarrollado específicamente, fue la que moldeó el imaginario de los saltadores desde el texto fundador de Archangelo Tuccaro, Trois Dialogues de l'exercice de sauter et voltiger en l'air. Esta fascinación antigua se materializó en épocas sucesivas al ritmo de las invenciones. El principio de propulsión, amplificación mecánica de la aptitud humana para saltar, halló su fuente tanto en la guerra como en el entretenimiento: una dualidad que caracteriza finalmente, bastante bien a la historia del circo en su conjunto…