La cuerda floja

por Pascal Jacob

En 1780, un tal Señor Dawson presentó un acto en el Anfiteatro Astley, en cuyo texto introductorio sugería al aparato como una cuerda flexible: esta técnica, descripta también como “cuerda floja”, combina entrega total y flotación, pretextos para ofrecer virtuosismo. La horizontalidad del cable tenso contradice obviamente la oscilación de la cuerda floja que dibuja una curvatura, pero se practica también en modo oscilatorio y ofrece otra disponibilidad corporal.
La lista de los bailarines de cuerda y de acróbatas que hicieron de la inestabilidad su cotidiano y su razón de ser es larga. La cuerda des-tensada – transformada en cuerda floja después del abandono del tejido vegetal originario por un fino cable de metal – es seguramente la manera más simple “de hacer” cuerda.

“La malla del Circo ajustada, el jersey rojo-sangre (…) ciñe perfectamente tu musculatura, te enfunda, como un guante, pero, del cuello – abierto en redondel, cortado con precisión como si el verdugo fuera a cortarte la cabeza esta noche – del cuello hasta tu cadera una banda, roja también, pero cuyos lados flotan – con franjas doradas. Los escarpines rojos, la faja, el cinturón, el borde del cuello, las cintas bajo las rodillas, bordadas con lentejuelas de oro. Seguramente para que brilles más, pero sobre todo, con el fin de que pierdas algunas lentejuelas mal cosidas sobre el serrín, durante el trayecto de tu camerino hasta la pista, como emblemas delicados del Circo.
Durante el día, cuando vas al almacén, algunas caen de tus cabellos.
El sudor ha pegado algunas sobre tu hombro.”

Jean Genet, Le Funambule, 1958

Es quizás también la técnica más natural, derivada de los puentes de lianas, estructuras improvisadas para cruzar ríos y precipicios. La cuerda floja es una mezcla de equilibrio, ligereza e inestabilidad, oscilando sin cesar, animada por una marejada permanente, entre cuerda volante y hamaca… Es la curvatura la que lo hace todo: el cable o la cuerda curvados, simbolizan a la vez el hueco y el refugio, pero es un recubrimiento ficticio, ya que modifica la percepción del vacío para el acróbata cuando éste se mueve sobre su aparato. El cable tenso autoriza y favorece un trabajo a base de cruces rápidos y saltos, la cuerda floja en cambio es una disciplina de equilibrios y precisa accesorios diferentes a los de los alambristas de cable tenso. Si bien la sombrilla o el abanico son sus “socios” clásicos, los expertos de la cuerda floja prefieren integrar objetos sorprendentes en la construcción de sus números: escaleras derechas o curvadas, monociclo, etc.
En 1877, sobre la pista del Cirque d’Hiver, Oceana Renz realizó un acto de malabarismo sobre cuerda des-tensada, haciendo girar platos sobre varillas de bambú y lanzando cuchillos, un ejercicio retomado un siglo más tarde por el dúo Tornados. A fines del siglo XIX, Amalia Travaglia, amazona y alambrista, considerada por Alberto Zucca, teórico de la acrobacia, como un “pequeño prodigio”, realizaba un número de cuerda floja donde ejecutaba deslices similares a los de los patinadores sobre hielo y hacía todas las figuras clásicas de la disciplina, hasta el ballant sobre una pierna.

 

 

Poner en escena la caída

Germain Aeros creó en 1919 un número de cuerda floja donde personificaba a un vagabundo ebrio, que se aventuraba con decisión sobre este extraño instrumento que reinaba sobre el escenario o sobre la pista, según los lugares donde actuaba. Tras algunos titubeos, acababa por izarse sobre la cuerda para el mayor placer de los espectadores que veían en este humilde personaje enfrentado con la duda y la inestabilidad, una metáfora de muchas situaciones de la vida diaria… El arte de Germain Aeros era doble, ya que era ante todo un equilibrista excepcional capaz de actuar la torpeza y de multiplicar caídas y resbalones, marcados por un leitmotiv cómico: ¡“pero viejo, qué aventura!”. El registro no era nuevo, los payasos y los augustos lo utilizaban sin cesar, pero era inusual en una disciplina donde se privilegiaba por lo general el heroísmo, la elegancia y la gracia. Fue allí, seguramente donde residió la fuerza de este trabajo, fino y distinto, fascinante por su compromiso físico, bastante cercano al requerido por la acrobacia ecuestre cómica tan popular en el siglo XIX. El control de la caída, en una técnica que aborrecía y que desafiaba la acrobacia. fue una formidable paradoja, una ilustración de la capacidad humana para romper los códigos más estrictos, también allí donde la exigencia técnica era sinónimo de precisión, sino incluso de perfección.

 

 

La práctica de la cuerda floja es más bien solitaria, pero los Revheros aportaron, en los años treinta, una nueva dimensión, creando un número de a tres en el cual el aumento constante de acumulación de accesorios rozaba la obsesión pero que siempre se realizaba con elegancia. Algunas figuras eran una adaptación sobre la cuerda de las figuras del malabarista Enrico Rastelli, en particular cuando se mantenía en equilibrio sobre un brazo y hacía girar con sus pies y su otro brazo aros y bolas sujetando al mismo tiempo con sus dientes, una fina barra donde se mantenía en equilibrio un último accesorio.
Fue a partir de este principio del “siempre más fuerte” que se elaboraron estos montajes a la vez ingenuos y espectaculares, presentados con un cuidado muy particular de la progresión de los efectos y de los grados de dificultad.
Como arquetipos del virtuosismo puro, estos números fascinan por su nivel de dominio y la impresión de infalibilidad que transmiten cuando son perfectamente controlados. Uno de los actos más atípicos en la materia es seguramente el de Andrei Ivakhienko, equilibrista llevado a escena por Valentin Gneouchev en los años 1990, vestido con un extraño traje rojo erizado con espinas, con puntas y conos, a la vez metáfora del virus del VIH y soporte práctico para colgar los aros necesarios para el buen desempeño del número. La búsqueda estética que caracterizaba esta obra corta abrió la vía al humor y al desfase en una técnica poco usual.  

 

 

Evoluciones técnicas

Los acróbatas chinos han bailado sobre la cuerda desde hace varios milenios y si bien el cable tenso no es su disciplina de predilección, la cuerda floja le permitió a algunos acróbatas excepcionales hacer progresar la técnica desafiando aún más los límites hasta allí considerados insuperables. Cong Tian, Zhang Fang y Li Wei fueron tal vez los representantes más significativos de esta exploración de los “confines” del virtuosismo humano. Medalla de oro en numerosos festivales, estos acróbatas multiplicaron sobre la cuerda los equilibrios más increíbles, integrando accesorios y técnica pura, hasta la aplicación de un mecanismo inédito y espectacular para Li Wei que le ha permitido elevarse a varios metros del suelo mientras que se mantenía en equilibrio con un solo brazo sobre una cuerda… Dos jóvenes acróbatas de la compañía acrobática de Shanghái crearon un número de doble cuerda floja, en el cual los aparatos se superponen permitiéndoles pasar de uno al otro o trabajar en simetría.

En 2009, Maud Grüss, heredera de una larga dinastía de equilibristas, creó un número de cuerda floja en el que practicaba las tres disciplinas, conectadas por un dispositivo técnico e ingenioso, que le permitía transformar el cable tenso en cuerda floja durante su actuación sobre el cable: una situación de desequilibrio voluntario, de dificultad asumida, que refuerza aún más la inestabilidad del acróbata.
La cuerda floja, secular y contemporánea, si bien suscitó poco la creación de espectáculos dedicados enteramente a ella, permanece como una de las técnicas más atractivas, tan solo porque aún queda mucho por investigar, descubrir e interpretar…