Evolución

por Pascal Jacob

Un cable. Un trazo. Una línea. De fuerza y de vida: tender un alambre de un punto a otro es un acto militante. Es una manera de conectar dos puntos, de acercarlos, de eliminar una distancia y de sellar un destino. Tender un cable, estirarlo hasta su punto de tensión más extremo, obligarlo a soportar un peso móvil, un cuerpo en acción, es también simbólicamente marcar un territorio conquistado sobre el vacío. Por medio de partes de madera o metal cruzadas, amarradas por una liana, una cuerda o un cable, colocadas dondequiera, en una plaza pública, en un escenario o una pista, se crea por completo un nuevo espacio de juego, a la vez ligero y afianzado en el suelo. Tender uno mismo su cable, para sí y para los demás, crea costumbres y obligaciones. Un deber de memoria y acción. Pero tender un cable para bailar arriba de él, también es arriesgarse…

Pocas disciplinas llevan en sí tanta ambivalencia contenida, ambivalencia imperceptible para el no iniciado, que sólo retiene a menudo una ligereza artificial. Caminar sobre un cable es un acto de fe. Una prueba de abnegación y valor. Tendido, duro y filoso, el cable es un compañero familiar de aquel o de aquella que lo adiestra a diario. Exigente, el cable es un lenguaje. Se articula a partir de un vocabulario, se basa en un virtuosismo técnico y deja muy poco lugar para la indecisión.
Pero es también un pretexto dramatúrgico formidable. Simbólico, demostrativo, espectacular, el cable atravesó una serie de etapas antes de plantearse su evolución, tanto desde el punto de vista de la técnica como del sentido.
Se trata de una composición con el vacío: sobre su cable, el acróbata se encuentra siempre en el centro de algo. Su cuerpo es un eje, su movilidad el medio para construir una secuencia. Un simple cable tenso, sin otro artificio, y es un primer paso hacia el misterio del equilibrio o del desequilibrio controlado, viva encarnación de la figura del acróbata como factor de progreso.

Filiaciones

En la actualidad, continua practicándose el equilibrio sobre cuerda, y también sobre cable de hierro, tenso, flexible u oblicuo. Según sea que trabajen sobre uno u otro de estos tres tipos de aparato, los artistas efectúan saltos, manipulan objetos, se ayudan con las manos, con un abanico o con una sombrilla, integran el humor y desarrollan un enfoque festivo, desfasado y poético ante un aparato a la vez simple y complejo.

Los equilibristas y los funámbulos que se forman en las escuelas superiores se posicionan, mayoritariamente, en un planteamiento creativo, pero se inscriben también en una filiación histórica e integran intuitivamente las innovaciones previas, tal como ocurrió con Voljansky y su creación de Prometeo en los años 1950, obra de circo para funámbulos que ocupó toda la segunda parte de un espectáculo y dio nacimiento al concepto de pequeña forma monodisciplinaria. Los Voljansky, tropa soviética, fueron precursores: funámbulos de excepción, se basaron en la escritura para concatenar y justificar cada una de sus acciones, para construir una secuencia y asumir la parte de tragedia inherente a la disciplina. La creación colectiva, Prometeo fue un gesto artístico fuerte para una época en la que el cable era ante todo un acto. Su trabajo demostró sobre todo, el potencial de una técnica susceptible de ponerse al servicio de una nueva propuesta, para apoyarla más que para ilustrarla. La creación La Volière Dromesko, a principios de los años 1990, se inscribió en un registro similar: el mito de Ícaro, sugerido por 250 pájaros en libertad bajo la cúpula translúcida de una carpa montada alrededor de un árbol, también fue llevado a cabo por los funámbulos Agathe Olivier y Antoine Rigot, futuros fundadores de la compañía Les Colporteurs. Después de sus creaciones Amore Captus y Filao.

 

“No tengo ninguna razón para tener miedo a caer. No puedo caer. Allí en lo alto, me vienen reservas insospechadas de energía. Es como una madre que viera a un camión rodar sobre su niño y se deslizara hacia abajo para sacar de allí a su pequeño. Si están cerca de un volcán con la pierna rota y que éste entra en erupción, van a ponerse a correr, es cierto… Sobre un cable, me siento indestructible. Si no, no subiría.”

Philippe Petit, Traité du funambulisme, 1999.

El cable bajo la nieve demostró que podía ser, como el malabarismo, el trapecio o la acrobacia, el elemento central de un espectáculo. Ocho cables, tendidos a distintas alturas, que se superponen y se entrecruzan, para siete equilibristas que nunca colocarán un pie en el suelo… La compañía Le Boustrophédon, integra el cable en su enfoque dramatúrgico y crea extraños pequeños personajes algunos de los cuales, inspirados por la técnica japonesa bunraku, deambulan sobre el cable con una gracia mágica. Entre marioneta y fenómeno de “ventriloquia mímica”, la frágil silueta de Pétule abre otra percepción del cable, a la vez emocionante y profundamente teatral, donde el ojo olvida a la marionetista para conservar un momento de poesía bruta encarnado por un personaje minúsculo, una bailarina de cuerda eterna dotada de una vida propia. Con motivo de la creación del espectáculo Camélia, la compañía desarrolla un prodigioso trabajo de equilibrio sobre copas de cristal, desmaterializando el cable para significarlo mejor simbólicamente: Camélia es también un personaje, una pequeña bailarina con pasado lejano, pero cuyo virtuosismo diabólico permanece…

Nuevas direcciones

El cable de hierro, a pesar de sus dificultades de instalación y de sus exigencias de tensión, es una disciplina muy popular en las escuelas superiores donde se enseñan las artes del circo: esta nueva accesibilidad contribuye enormemente a la difusión del cable, pero permite sobre todo apoyar las evoluciones estéticas y fomentar la práctica en múltiples direcciones. Con Danse au fil du vent, un espectáculo realizado con Micheline Lelièvre, Johanna Gallard pone de relieve la fuerza de un enfoque rítmico del trabajo sobre el cable.
Su colaboración con el coreógrafo Thierry Guedj basa una parte de su trabajo en el suelo, compartiendo el equilibrio físico y el desequilibrio de la improvisación para expresar la fragilidad de una disciplina con dificultades múltiples. La equilibrista Marion Collé, formada en la Academia Fratellini y en el Centro nacional de las Artes del Circo de Châlons-en-Champagne, eligió el camino del impedimento y de la dificultad para trabajar otro enfoque. Progresivamente y cargando una piedra atada a su cintura, su marcha sobre el cable reinstaló a Sísifo en el centro del proceso de construcción de una obra acrobática, coreográfica y “cablística”. Es una bonita paradoja, allí donde muchos favorecen la ligereza, el deslizamiento y la rapidez, la idea era afianzarse al suelo y actuar la lentitud. Para ella, el cable y la escritura son formas, estructuras que alimentan la creación. La escritura enriquece al cable, de la cabeza al resto del cuerpo y el cable alimenta la escritura del cuerpo a la cabeza. Una dualidad significativa en un enfoque singular donde lo íntimo se codea con lo demostrativo, donde la línea de escritura se superpone simbólicamente a la línea real del cable de acero. Blue, primera obra de MarionKa, la compañía de la joven alambrista, es también un manifiesto fuerte y vibrante que relata hasta que punto de arraigo de la memoria y del sentido puede fijarse una forma “cablística” contemporánea.
Tatiana Mosio Bongonga, una de las pocas funámbulas formadas en el Centro nacional de las Artes del Circo de Châlons-en-Champagne, introduce una nueva perspectiva en su trabajo, yuxtaponiendo un nivel de actuación excepcional y una aparente deconstrucción del estilo. Formado en Estocolmo, Alexandre Weibel Weibel inventó una estructura inédita: seis cables en vez de uno, que se duplican, se superponen, lo envuelven y lo encadenan, pero sobre todo le permiten confirmar y comprobar que la creatividad es inagotable.