por Pascal Jacob
Ligados a los hombres desde la Antigüedad, los monos acompañan a los saltimbanquis en sus peregrinaciones y se afirman como compañeros resistentes, animales estoicos que se contentan con poco. Pero fue sobre todo su aptitud para aprender juegos malabares, muy apreciados por el público, lo que contribuyó a tornarlos valiosos ante sus dueños.
Los monos, criaturas salvajes, se han convertido en “sabios” cuando el hombre descubrió la antropomorfización, pertenecen a una categoría particular en el “catálogo” de los animales amaestrados, pero todas las especies no son iguales y pocas son las que finalmente son adoptadas por los domadores para satisfacer sus exigencias en cuanto a la actuación y el aprendizaje. Los primeros en ser amaestrados fueron los macacos y los babuinos, seguramente debido a su proximidad geográfica con Europa, y también por su facilidad para integrar un repertorio de actitudes susceptibles de seducir a un público rápidamente deslumbrado.
A pesar de su carácter independiente, el alemán Rudiger Probst consiguió amaestrar a un grupo de mandriles, estos monos cinocéfalos cuyos machos poseen colmillos impresionantes y una crin gris suntuosa. Potentes y rápidos, estos animales se inscriben en el registro de los animales de riesgo, sin ser comparables a fieras como tigres o leones, pero seguramente tan peligrosos como los perros salvajes. Otras especies, de los titíes a los gibones, serán amaestrados, a veces para apariciones simples, tal como el minúsculo tamarindo montado sobre el hombro de su amo o sobre la espalda de un rinoceronte. Los gibones fueron amaestrados, esencialmente para realizar figuras acrobáticas debido a su disponibilidad extrema para la locomoción arborícola. El antepasado común de los homínidos podría haber sido un trepador arborícola, el hombre moderno conservó muchas de sus características físicas, en particular, las articulaciones flexibles de los dedos y hombros, analogía significativa con los acróbatas.
El mono rey
El rey de los monos para el circo es el chimpancé, un animal tan dotado de razón como podría serlo el delfín, pero sobre todo, un primate capaz de reproducir gestos y posturas humanas con una simplicidad asombrosa. El más famoso de todos es Consul, un animal de excepción vestido de los pies a la cabeza como un hombre mundano, capaz de comer en una mesa, fumar, de desvestirse para ir a dormir sin olvidar de soplar la vela. Este chimpancé tendrá varios sucesores, pero permanecerá como un individuo notable por su facultad para imitar a los hombres, incluso si fuera justo pensar que vestir así a un animal salvaje es más una caricatura que un homenaje a su inteligencia.
La fuerza de un chimpancé adulto es una ventaja para los domadores que lo entrenan para hacer trapecio, acrobacias en las barras fijas o como compañero del mano a mano. Los Rech, los Niccolini, Willy Kubler o Fawcett presentaron a sus animales en toda Europa, sacando provecho de la agilidad de sus pensionistas para componer un repertorio singular, en relación directa con su inteligencia.
El adiestrador ruso Vladimir Dourov amaestró un número incalculable de animales entre los cuales supo controlar el comportamiento, a veces imprevisible, de animales tan insólitos como los lémures. Pero amaestró también varios chimpancés, una especie rara en Rusia a fines del siglo XIX. Sus descendientes, que aún permanecen instalados en el Teatro de los Animales de Moscú, un establecimiento fundado para presentar espectáculos enteramente actuados por animales amaestrados, todavía poseen chimpancés a los que hacen trabajar al estilo de Cónsul.
Atracciones
El primate más impresionante, el gorila, es también aquel que fue poco presentado en las pistas y aún más raramente domado. Sin embargo, tanto en Europa como en América, este mono más potente que todos los demás protagonizó carteles con títulos impresionantes. En los años 1960, los hermanos Bouglione tuvieron la posibilidad de adquirir a Jacky, un gorila macho adulto destinado a su Ménagerie. El animal, de tamaño imponente, era puesto dentro de un coche especialmente confeccionado y exhibido junto con las fieras, los elefantes y los otros monos que poseía el circo. Jacky nunca fue presentado sobre la pista, pero su mera presencia en los carteles y en la Ménagerie bastó durante varias temporadas para atraer a numerosos curiosos que venían a admirarlo. Jean Richard obtuvo algunos años más tarde a Zazie, una hembra adulta presentada en su “palacio de vidrio”, un coche con paredes de vidrio para que el animal pudiera ser visto, sin ser ocultado por barrotes.
El circo Knie también poseyó una pareja de estos primates excepcionales en los años 1980, transportados en dos remolques ensamblados en cada una de las etapas de la gira para darles mayor espacio. Todos estos gorilas fueron atracciones exitosas, pero el más famoso de todos, aquel que de sobra contribuyó a preservar de la quiebra al circo más grande del mundo sigue siendo Gargantua, un animal adquirido por John Ringling North en 1938 y que conoció la gloria durante cerca de una década. Capturado muy joven en África, la facies deformada por un chorro de ácido, Gargantua se desarrolló hasta convertirse en un macho adulto de un tamaño excepcional. Vivió sus últimos diez años en un remolque blindado, llevado sobre la pista por medio de caballos mientras que el ringmaster narraba las características significativas de la vida de los gorilas en general y de la de Gargantua en particular.
Si bien no hubo prácticamente nunca gorilas amaestrados, los orangutanes en cambio participaron al menos de una atracción excepcional, un prodigio de impregnación y de indicaciones de adiestramiento casi invisible cuyo resultado causó una polémica violenta que condujo : al cierre de la exhibición. Los orangutanes de Bobby Berosini se comportaban en escena como verdaderos actores, a veces al límite de la improvisación, aunque la secuencia estaba obviamente muy escrita. Los animales parecían actuar solos, respondiendo a indicaciones tan discretas que se volvían imperceptibles, causando la hilaridad del público noche tras noche. El método empleado para llegar a este resultado increíble condujo a la dirección del teatro a cesar las representaciones, abriendo así la vía a un mejor reconocimiento de las dificultades inherentes al adiestramiento y a una sensibilización inédita con respecto a la presentación de primates. Una evolución necesaria que contribuyó a enrarecer este tipo de actos.