El mundo feriante

Bancos y saltimbanquis

por Marika Maymard

 

El aroma embriagador de misterio y de aventura del pueblo de viajantes, malabaristas, bailarines ambulantes, volteadores, exhibidores de animales, que recorrían las cortes de los castillos y las fiestas litúrgicas – feira – inspiró desde siempre a los poetas, cuentistas y pintores. Acudiendo a los recintos feriales donde los comerciantes instalaban sus puestos y adornaban las logias, eran “feriantes”, extranjeros, literalmente aquellos que provienen de afuera. De Gante a Beaucaire, de Cambridge a Provins, de Londres y su Bartolomew Fair1 Impruneta, al sur de Florencia, de Fráncfort del Meno, a la Plaza Vendôme en París, donde se creó la Feria de Saint-Ovide en 1665, cruzaron puentes y peajes, pagando su tributo con algún “truco” realizado por su animal o algunos malabares. En resumen “monedas de madera”.

En el siglo XIX, con el nacimiento de las ferias, estos viajeros brindaron a la ciudad y al imaginario de los habitantes sedentarios, nuevas habilidades, idiomas y caracteres extraordinarios, que se unirían para alimentar “el banco” y al mismo tiempo, el circo. Un mundo colorido, cambiante, estruendoso, erigido alrededor de algunas tablas, il banco en italiano, una tarima donde se representan las farsas y desde la cual se salta – saltare. Estos saltimbancos provenientes de todos los horizontes y ámbitos sociales, ya sea montando un caballete, una barraca de luchadores, un teatro de feria, un “paraguas” desplegado sobre un círculo de arena o en una ménagerie de varias decenas de metros, pertenecen todos a la misma gran familia: la de los banquistas.

“Fui a la feria del pan de jengibre la otra noche. De todas las fiestas públicas, además de la del 15 de agosto, es aquella que prefiero, porque podemos ver, en círculo, resguardado en sus caravanas y barracas, a todo el ejército de saltimbanquis, raza antigua, extraña, y que me atrae como me atraen todos aquellos que pugnan en la lucha y la aventura”.
Jules Vallès, La Rue, París, 1866.

El término saltimbanquis se refiere a aquellos que ejercen una profesión basada en la actuación, el de banquistas evoca su pertenencia a un cuerpo social común, una forma de gremio o hermandad simbólica, con sus reglas, su ética, una cierta forma de solidaridad a pesar de la contre-carre, esa feroz competencia inherente a la empresa destinada a acumular un máximo de beneficio en un tiempo contado. Forman una misma familia, pero con sus límites: los propietarios de grandes oficios no se mezclan con los de los barracones o los artistas callejeros. Hay bancos y bancos.

El pequeño banco

El pequeño banco reúne actividades polifacéticas, creativas, sin lugar a dudas, pero también inverosímiles hasta el aturdimiento. Los artistas que trabajan al aire libre ofrecen sus actuaciones al margen de las ferias. Charlatanes, bailarines de cuerda, acróbatas, escamoteadores, malabaristas, hércules, músicos acompañados por la marmota del pequeño Saboyano o el mono papión del organista, llevan como único equipaje una alfombra y un costal de accesorios, y la calle como decorado. Pero, ya en aquel entonces, actuaban en un círculo formado por el público.
En todas las grandes ciudades, las ferias, las fairs anglosajonas, presentaban en pancartas o en cuadros pintados sobre las fachadas, las curiosidades ofrecidas a la multitud ansiosa, empleados de las casas o tiendas, obreros, militares de permiso... y aristócratas con deseos de aventurarse en los barrios bajos. A lo largo de los densos pasillos de la feria, se alineaban los barracones, esas casillas en las que se ingresaba por un extremo donde estaba instalada una cajera con vestido negro y un llamativo diadema, que cobraba el arancel y de la que se salía al final de un pasillo o de una arena disimulados detrás de un lienzo.

Todo era motivo de exhibición: monstruos animales o humanos, naturales o fabricados, vivos o moldeados en cera, fenómenos ópticos con apariciones, desapariciones, cabezas colocadas en platos, faquires dislocados o perforados, animales matemáticos, pinturas de grandes maestros reconstituidas con extras, vestidos con trajes desaliñados... Las cabañas de lona presentan animales curiosos como el armadillo y por supuesto, el aterrador hombre salvaje, el Satou o el Divio en lenguaje feriante, frotado con jugo de nuez y alimentado con palomas vivas. Los acordes de alguna orquesta africana o hindú emergen de la cacofonía ambiente de los desfiles, pequeñas demostraciones comentadas por un hablador. La moda del olimpismo hace alarde de la belleza y la fuerza física y asegura el éxito de las arenas de luchadores. Desde el público, el barón empuja al aficionado bravucón a tomar los guantes para enfrentar a la mujer coloso o a los hombres de Ambroise Marseille, alineados en el desfile.

La influencia del otro banco

El término “banco” conlleva el tintineo de las cajas registradoras, evoca la economía de la feria. Desde el tarro de loza escondido debajo de la cama familiar hasta la “lavadora”, las “cajas fuertes” improvisadas que recogen las ganancias de los feriantes no siempre cruzan el camino de los banqueros. Implica gravámenes, a menudo fatales para la empresa, para pagar diversas tasas e impuestos. Muchos autores relatan las quejas de los feriantes que denuncian sus excesos y, en Francia, al sistema de subastas de sitios que favorece a los industriales feriantes más adinerados. El alto costo del transporte de grandes convoyes, así como los conflictos mundiales durante el siglo XX, el freno casi total de las explotaciones y los animales depositados en zoológicos o devorados, modificaron profundamente el paisaje de las ferias y abren el paso para la instalación de nuevas atracciones.

El gran banco

Este término un tanto arrogante reúne a los aristócratas del banco, esos grandes industriales propietarios de ménageries y circos feriantes que presentan en las grandes fiestas, establecimientos y colecciones de animales salvajes considerables. Los nombres de Wombwell y Bostock para los anglosajones, Pezon, Bidel, Laurent, Marck, Amar y Bouglione en Francia, Krone en Alemania, fundadores y directores de imponentes “fosos”, aceleraron, entre las dos guerras mundiales, la transformación de la arquitectura espectacular del circo.
El circo con predominio hípico que se presentaba en los circos estables o las semiconstrucciones de madera hasta el siglo XX, cierra una etapa. Deberá compartir, de allí en más, sus instalaciones y su pista con grandes atracciones, como las entradas de jaulas de grandes felinos. El desarrollo de la carpa, de los aparatos que dieron lugar a grandes actos acrobáticos, así como a las exitosas compañías de payasos, modifica la imagen y la representación del circo de posguerra.

 

 

1. Ver Dr Frances Teague, The Curious history of "Bartholomew Fair", Edición: Lewisburg, N.J. : Bucknell university press ; Londres ; Toronto : Associated university presses, 1985.