El mundo feriante

Los « fenómenos »

por Pascal Jacob

 

Hasta donde podemos recordar en la historia de los hombres y las sociedades, la curiosidad y la diferencia están implícitamente vinculadas. Dependiendo de la época, toman diferentes formas e intensidades, entrando alternativamente en la esfera de lo sagrado o de lo profano, pero también están estrechamente asociadas con el mundo feriante y, en menor medida, con el del circo.

Varios emperadores romanos, desde Tiberio hasta Domiciano, mantuvieron dentro de sus respectivas cortes a numerosos liliputienses y algunos siglos más tarde, cuando Hernán Cortés ingresó al Palacio de Moctezuma en Tenochtitlán en 1519, descubrió a miles de criaturas vivientes entre las cuales había seres humanos diferentes, más pequeños o más grandes de lo que la naturaleza brinda habitualmente, reunidos allí para ofrecer un contrapunto a la perfección del emperador. Esta noción de alteridad es esencial para comprender el entusiasmo del público por aquellos conocidos como los “fenómenos” y a quienes Phineas Taylor Barnum elegirá rebautizar “Prodigios de la Naturaleza”. Hombre esqueleto, hombre león, la mujer barbuda, prodigios matemáticos, siameses y siamesas, gigantes, colosos y liliputienses se convirtieron en objetos habituales de exhibiciones llamadas “sideshow” por los empresarios estadounidenses a finales del siglo XIX, literalmente presentaciones paralelas, bajo una carpa especial “al lado” de la gran carpa y de la menagerie.

Un pequeño fascículo publicado en febrero de 1818, Précis historique sur Babet Schreier, surnommée la lilliputienne et notes sur quelques autres nains et naines célèbre, disponible en París en lo de los hermanos Franconi y Barba, narra el éxito extraordinario de una niña de origen alemán de ocho años, muy cómoda en el escenario, pero sobre todo de un tamaño diminuto. Veinte años más tarde, Charles Sherwood Stratton tenía sólo cuatro años cuando fue “arrendado” por sus padres a Barnum: él también era muy pequeño y sus médicos aseguraban que no crecería mucho más... Fiel a su reputación, después de exhibir a la niñera del General Washington y a una “sirena” de las Islas Fiyi, Barnum enfatiza y transforma al niño en el General Tom Tom antes de embarcarlo en dirección a Europa, donde conocería la gloria y haría rico a su representante. Phineas Taylor Barnum, autoproclamado “Príncipe de los vago”, permanece en el imaginario colectivo como un notable oportunista y un hábil “milagrero”, pero probablemente no ha hecho más que capitalizar este paradójico deseo de ser engañado, descaradamente y con humor.

 

Sin lugar a dudas, hay un antes y un después de Barnum, ya que los principios de la exhibición y de la comunicación parecen haber sido moldeados a su medida. Tom Pouce fue sin duda el mayor éxito del empresario estadounidense, pero durante su estadía en Europa, también supo aprovechar otras oportunidades imprevistas para perfeccionar su técnica. Barnum descubrió a un enano particularmente ágil, Harvey Leach, a quien envolvió en pieles y presentó, con cierto éxito, como una criatura desconocida mitad hombre, mitad simio. Los numerosos afiches « What is it ? » en las paredes de la ciudad bastaron para atraer multitudes.

Elogio de la diferencia

Si nos referimos a las creencias más antiguas, el primer gigante en la historia de la humanidad fue Adán ya que se supone que alcanzó una altura de más de 41 metros, Eva limitándose a 40 metros... Una anterioridad legendaria, que simboliza hasta qué punto el gran tamaño puede nutrir las fábulas y curiosidades. Los hombres y mujeres de gran tamaño siempre han marcado su época y si bien muchos permanecían vinculados a una corte, otros fueron centro de atracción al ser exhibidos en teatros o salones. En 1664, un gigante de origen alemán actuó en Londres, promocionado por medio de folletos distribuidos en la ciudad. Entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XX, muchos gigantes de ambos sexos maravillaron a la gente común y a los poderosos, reviviendo mitos y leyendas con su mera presencia. Blocker, Charles Byrne, Patrick O'Brien, Louis Frenz, Joachim Eleicegui, cuyas manos fueron moldeadas por los famosos fundidores Susse Frères, Robert Hales, el Chino Chang, Hugo, pero también Catherine Bockner, Marianne o Clothilde Schneider supieron colmar con simplicidad el desconcierto, generado por la diferencia, que hacía correr a la multitud. Estos gigantes tenían a su favor el hecho de ser reales, bellos y elegantes a veces, capaces de dar carne y alma al personaje de Gulliver, remitiendo a los espectadores a su condición de liliputienses...

Fue este cambio de roles lo que motivó el gusto inmoderado por lo desmesurado o lo diminuto, pero siempre humano. Esta propensión por jugar con la diferencia no ha desaparecido por completo de los recintos feriantes: el Brothers Grim’s Sideshow producido por Ken Harck todavía ofrece una exhibición semicientífica, semidistanciada, con gradas adornadas con terciopelo rojo, destinadas a recrear la preciosidad del entorno donde se presentan verdaderas maravillas de la naturaleza, reviviendo por su mera presencia las tensiones y la fascinación de la edad de oro de este tipo de exhibición.

En 2003, la empresa estadounidense HBO produjo Carnivale, una serie completamente desarrollada en la cotidianeidad de una compañía itinerante de fenómenos. Traducida al francés bajo el título de La Caravane de l'étrange, las dos temporadas realizadas sumergían al espectador en un universo escrupulosamente reconstituido, una atmósfera marcada por las revueltas sociales resultantes de la crisis de 1929 y donde la comunidad ambulante funciona como un espejo fascinante de la sociedad. Esta serie es parte de un interesante linaje simbólico, desde Freaks de Tod Browning hasta Elephant Man de David Lynch, ambas producciones notables que se nutren de cierta forma de diferencia para exaltar mejor la tolerancia y el respeto. Esta lectura sensible atraviesa también el trabajo de Jeanne Mordoj y la compañía Bal, en particular con L’éloge du poil, un espectáculo protagonizado por una joven con barba, un vello que luce como una máscara, una forma de cuestionar el género y la identidad, la aceptación del otro. Una dimensión que Le Palais des Découvertes de la Compañía Off, creada en 1993, cuestiona con humor, invitando al público a entrar bajo una pequeña carpa llena de espejos deformantes y donde lo anormal es encarnado por un atleta escultural considerado la “vergüenza de la familia”...