por Pascal Jacob
Desde los comienzos del siglo XIX, el circo representa una fuente de inspiración inagotable para los creadores en el ámbito de las artes decorativas. El renombre de los jinetes, de los payasos y domadores incitaba a los fabricantes de loza, los ebanistas, los fabricantes de juguetes y a los modistas a componer su arte en forma dinámica y en constante expansión. La creatividad de los artesanos era desbordante y los escaparates se llenaban con objetos de porcelana, de madera, aleación o bronce. Se produjo seguramente un efecto de moda que los fabricantes supieron aprovechar en varios países de Europa. Los porcelanistas de Staffordshire se apoderaron de las primeras glorias del circo y crearon efigies de Grimaldi, Andrew Ducrow e Isaac Van Amburgh, estatuillas coloreadas que adornaban las chimeneas, mesas y pedestales y se asemejaban a productos derivados de cierto costo. Prefiguraron las siluetas de bronce vendidas por el Cirque du Soleil en sus múltiples puntos de venta, bajo sus carpas y en sus teatros.
El gusto por las estatuillas resulta ser antiguo, cualquiera sea su tamaño: a partir de la segunda mitad del siglo XIX, en las tijeras de Pradier, Fratin, Villanis, Manière o Barye surgieron bellas siluetas fundidas en bronce y destinadas a decorar los interiores burgueses, pero sobre todo, contribuyeron a mantener la fascinación por un pueblo de hombres y mujeres con talentos inusitados. Payasos, acróbatas y jinetes, generalmente anónimos, elegidos sobre todo por su aspecto universal, sirvieron de poderosas evocaciones de un circo inalterable. Los fabricantes de loza y los porcelanistas fueron los primeros en interesarse en un registro decorativo que les permitiría introducirse en la esfera íntima de las comidas: platos, jarros, recipientes para la mostaza, azucareras, se amontonaron sobre los aparadores y en los armarios antes de decorar mesas y buffets. Las manufacturas de Gien, en particular, para un suntuoso servicio de ponche, adornado con dibujos que representaban los ejercicios de Franconi sobre un fondo amarillo limón, los porcelanistas Creil y Montereau para una espléndida serie de platos en versión bicolor o polícroma ilustrados según unos dibujos del pintor e ilustrador Victor Adam, Choisy con platos “divertidos” adornados con adivinanzas ilustradas con acróbatas o payasos, o que describían los placeres feriantes, competían por su originalidad para relacionar los juegos de la pista con las artes de la mesa. Esos utensilios coloridos y a veces un poco ingenuos, objetos de carácter festivo y popular, contribuyeron a dar vida al circo más allá de las representaciones ya conocidas.
Troquelados
Los "troquelados", – "die cut crafts" en inglés – son pequeñas siluetas de cartón cuidadosamente recortadas y barnizadas, a veces gofradas o enriquecidas con un ligero estampado que les otorga cierto relieve y estructura. Contemporáneos a la invención en 1837 de la cromolitografía por el impresor y litógrafo de Mulhouse Godefroy Engelmann (1788-1839), se asemejan tanto al principio de recorte de las sombras chinas como al de las calcomanías. La producción de troquelados se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XIX, principalmente en Alemania, en Berlín hasta 1900, pero también en numerosos países europeos, Francia, Noruega, Inglaterra, Suecia, Hungría, Austria, Países Bajos o Dinamarca, así como en los Estados Unidos. Empresas como Hagelberg-Berlin, Vallet-Minot o Mc Loughlin Bros. (NY), produjeron millones de estas pequeñas figurillas, a veces utilizadas como juguetes pegándolas en pequeños soportes de madera. Los troquelados también fueron utilizados en el campo de las artes decorativas adornando lámparas y muebles, al estilo de los collages venecianos del siglo XVIII, pero también para decorar urnas y soportes de peluca siguiendo la técnica de fijación bajo vidrio.
Los temas son de infinita diversidad y se inspiran tanto en la naturaleza, como en las invenciones del tiempo. Flores, champiñones, frutas, pájaros, mariposas, veleros, locomotoras, submarinos o aeronaves cuyo diseño rivaliza en sutileza y virtuosismo. El circo representa una oportunidad ideal para multiplicar: payasos, acróbatas, jinetes y animales adiestrados, relucientes y coloridos, especialmente durante la época victoriana en Inglaterra. Algunos números excepcionales fueron transferidos en troquelados como el elefante ciclista, hazaña de adiestramiento de la casa Hagenbeck. El japonismo no escapa a la traducción de algunos de sus códigos más tradicionales, sino a veces también a los más imprevistos: un troquelado representa a un simpático dúo de acróbatas con trajes llamativos, como si estuvieran suspendidos de una cúpula invisible, solo unidos entre sí por una simple cuerda...
Algunos temas eran más prolíficos que otros y los payasos particularmente se encontraban en el origen de una multitud de variantes, utilitarias o puramente decorativas, encontrándose tanto en pies de lámparas, en bomboneras o en estatuillas de terracota, yeso o loza: la manufactura de San Petersburgo produciría numerosos modelos inspirados por los célebres payasos de la Unión Soviética, de Karandache a Popov pasando por Viatkin y Dourov.
La personalidad del modelo representado era a veces determinante: cuando Barnum invitió a la cantante sueca Jenny Lind a efectuar una gira en Norteamérica, provocó una forma de idolatría extraordinaria acompañada de varias creaciones en honor de la cantante, y en especial, una cama “a la Jenny Lind”, con un elegante revestimiento de madera, adornado con un medallón tallado. Estos testimonios de admiración comercial perdurarían mucho después de la desaparición del modelo, tal como ocurrió con la mayoría de las efigies y representaciones, garantizando una extraña permanencia simbólica, transmitida de una generación a la otra.
La moda de los panoramas, paneles decorativos pintados sobre rollos de papel para crear fabulosos decorados a la escala de una habitación o de un salón de estar, seguida por la democratización del principio del empapelado con motivos repetidos ad infinitum, suscitaría aún allí creaciones originales, a menudo desvinculadas de una referencia precisa a un modelo existente y como simple sería pretexto para difundir un imaginario fuerte y entrañable. Desde el empapelado con la imagen de Fratellini en los años 1920 al otro propuesto por Pierre Frey para una reciente colección diseñada a partir de una imagen norteamericana que representa a una jirafa en un carro de desfile decorado, y especialmente concebido para permitirle pasar el cuello y la cabeza por una apertura central en el techo, pasando por las variadas colecciones a partir de la atmósfera de varios espectáculos del Cirque du Soleil, los territorios ofrecidos a las artes decorativa han marcado la existencia del circo de una época a otra. Se asemejan, no tanto a los afiches, efímeros por definición, sino más bien a los objetos abandonados por el oleaje en la orilla. Son sin duda, tan inútiles como indispensables y nos agrada imaginar nuevos territorios que podrían ser explorados al servicio de formas contemporáneas que hasta aquí, no han mostrado interés en surgir.