En las raíces del circo y de la danza
por Marika Maymard
El circo y la danza comparten ciertas influencias y sus historias respectivas se nutren por momentos de las mismas fuentes. Resultantes de los ritos de imitación forjados por las sociedades primitivas de cazadores cosechadores, los gestos, las posturas y las figuras fueron caracterizando de un siglo al otro estas dos disciplinas.
Simbólicamente, la historia asoció muy rápidamente el desplazamiento coreográfico y el gesto acrobático. A este respecto, el salto es a la vez un punto de acercamiento y una línea de demarcación entre los bailarines y los acróbatas. Simboliza todo lo que dos disciplinas a priori diferentes pueden tener como semejanzas en sus evoluciones respectivas, en particular, en términos de espectáculo y performance. El circo y el ballet comparten una serie de elementos técnicos, pero su virtuosismo se expresa de manera distinta en la realización de las frases y las secuencias.
La compañía de los Grands-Danseurs et Sauteurs du Roy fundada por Jean-Baptiste Nicolet, estaba compuesta en partes iguales por actores, bailarines y artistas de agilidad… La calidad de su compañía fue la que le permitió obtener en 1772 privilegio real y acceder así a una formidable notoriedad, un reconocimiento que le incitaría más tarde a oponerse a las innovaciones de Astley cuando este deseó instalarse en París con sus acróbatas y jinetes.
En el siglo XVIII, el circo y la danza se inspiraron en los actos de las ferias: se apoderaron, en particular, del volatín de cuerda y del equilibrio en puntas, una disciplina y una técnica que contribuyeron a la eclosión de un lenguaje nuevo sobre la pista y sobre las tablas. Cuando el circo moderno se afirmó en Londres a partir de 1768, comenzó a fagocitar otras formas artísticas y se apropió de posturas y actitudes rápidamente transformadas en códigos de representación que parecían pertenecerle desde siempre. El mejor ejemplo fue sin duda la adición de la figura de la bailarina, “trasplantada” de la escena a la pista y montada sobre un caballo: en 1832, Marie Taglioni creó el papel de la Silfide y vistió por primera vez en la historia del ballet clásico una larga falda vaporosa, el tutú. Inspiradas por el éxito de la bailarina, las amazonas adoptaron el mismo traje y adaptaron las escenas claves del ballet sobre una silla recta, denominada panneau (baste). La asimilación fue inmediata y el tutú marcó por más de un siglo la figura etérea de la amazona, también fue usado por las bailarinas de cuerda y equilibristas, creando así otra analogía directa con el modelo inicial.
El término de danza de cuerda es inequívoco, el repertorio de pasos y de saltos es el mismo: variaciones, adagios, portés, pas de deux, contradanza, son términos compartidos por los bailarines y los equilibristas, pero los acróbatas también utilizan varios de estos términos técnicos. Adagios y portés definen en particular, algunas formas del mano a mano y el Pas de deux pertenece también al repertorio de los jinetes desde el siglo XIX. Más allá de estas influencias notorias, es evidente que la danza marcó la práctica acrobática desde el siglo XVIII: influenciados por el desarrollo de formas musicales y coreográficas ligeras, tales como la Burletta o la Cachucha, varios números de circo se basaban en la danza, ya sea acrobática, serpentina o de carácter, mientras que las llamadas reprises y cuadrillas ecuestres formaron parte del repertorio de las compañías ambulantes a partir de la primera mitad del siglo XIX. La danza alimentó e influyó las transformaciones del circo, contribuyó a volver más fluidas las secuencias acrobáticas, a alisar las asperezas inevitables generadas por la sucesión de movimientos complejos y a reducir la dureza de la técnica pura. Tal como ocurrió con las producciones sobre el escenario, la danza sobre caballo o sobre cuerda estuvo al servicio de la narración.
A partir de los años 1930, la práctica de la danza contribuyó a transformar física y artísticamente varias generaciones de acróbatas soviéticos, influyendo en la escritura de verdaderas partituras coreográficas relacionadas en particular, con la creación de extraordinarios ballets aéreos: The Cranes, coreografía de Piotr Maestrenko sobre barra aérea. La síntesis de estas dos prácticas inició el desarrollo de una estética singular, consustancial a los circos de los países del Este, una manera de cimentar el número acrobático dándole elegancia y fluidez.
De la danza al circo, del circo a la danza…
por Odile Cougoule
A principios de los años 1960, la danza era aún en su representación clásica, potencialmente burguesa y sus reglas se establecían según la tradición.
Arabescos, attitude, giros en el aire, écarts y piruetas, el vocabulario que la describía era característico de la atención puesta en una búsqueda de virtuosismo y belleza, dado que el dominio de la ejecución y la calidad de interpretación establecían una jerarquía entre los artistas. Eran criterios similares a los que animaban entonces el mundo del circo.
La danse ouvre la voie de la modernité
Pero las mutaciones que transformaron a la sociedad de aquella época provocaron una apertura mayor sobre el mundo. Los intercambios artísticos se multiplicaron y nutrieron el debate sobre el arte y las formas de su presentación al público. Por una parte, en la danza se encontraba el expresionismo alemán que defendía la interiorización del movimiento. Esta corriente representada en Alemania por Mary Wigman, fue desarrollada en Francia a partir de 1958 por sus llamados “pioneros”: Françoise y Dominique Dupuy – profesor histórico del CNAC –, Karin Waehner y Jacqueline Robinson. Por otra parte, se encontraban los representantes de la abstracción que deseaban despojar al gesto de todo afecto. Una línea defendida por los norteamericanos posmodernos como Merce Cunningham que había ido a París en 1964 o Lucinda Child en 1972 y Trisha Brown a partir de 1974. Estas influencias poderosas y radicalmente opuestas, condujeron a una generación de bailarines contemporáneos nacida en mayo de 1968 a plantearse la cuestión del sentido más allá de la forma. Esta interrogación les permitió liberarse y desafiar los códigos, hacer caso omiso de “la estrella”, de abandonar el argumento del ballet clásico como base de la creación para ir a buscar la inspiración del lado de los conceptos, de la experimentación gestual y poner la mirada en el gesto cotidiano.
Danza contemporánea y nuevo circo: un estado de ánimo común
La transformación de la reflexión sobre el arte iría a invadir muy rápidamente el universo circense donde todo debía aún ser inventado. Compañías como Archaos o Cirque Plume, que marcaron, a partir de 1980, el surgimiento “del nuevo circo”, se apoyaron en las otras artes para repensar el espectáculo de circo y la idea de “número” y no dudaron en buscar herramientas y conceptos en el arte coreográfico para renovarlos. Sería la representación en primer lugar, la que iría a basarse en esta nueva libertad adquirida por los bailarines. Para Archaos, por ejemplo, el cuerpo en sí mismo era factor de sentido y su presencia en el escenario ya no debía sugerir, idealizar, deslumbrar o hacer soñar sino más bien desorientar e “impactar” al público. Tal como fue el caso con la danza, que invitó a lo cotidiano y a la representación, Pierrot Bidon – fundador de Archaos en 1984 – inició el renacimiento del circo, mezclando los géneros y las personas. Favoreció el choque de culturas y provocó al espectador desde el comienzo con una carpa invadida por motos, camiones y stock-cars incendiados, como en Métal Clown (1986). El número se inscribió a partir de allí, en una gran epopeya contemporánea que hablaba del mundo y de los hombres de hoy, en una dramaturgia que eludía la tradicional sucesión de hazañas y la distinción de tal o cual artista. La atmósfera y el colectivo prevalecían.
Libertad, puesta en peligro, audacia, una nueva dinámica se puso en marcha. El circo, goloso, ingería con gusto a las otras disciplinas y la danza, generosa, atraída por todos los cuerpos en movimiento adoptó también el gusto por la toma de riesgo. Coreógrafos y bailarines comenzaron entonces a colaborar regularmente con los artistas de la pista. Las orientaciones pedagógicas y artísticas definidas entre 1990 y 2002 por Bernard Turin, para el CNAC (Centro Nacional de las Artes del Circo) de Châlons-en-Champagne acompañaron este movimiento. El encargo hecho al coreógrafo Josef Nadj para poner en escena el espectáculo de egresados de la séptima promoción de la escuela, confirmó la evidencia de esta relación entre danza y circo así como permitió, gracias al vigor de la propuesta del famoso coreógrafo, elevar el espectáculo de circo a la condición de obra.
Le Cri du caméléon (1995), inspirada en el universo del escritor Alfred Jarry y más precisamente en su novela Le Surmâle, le daba, durante una hora, el poder a la imaginación… Juego teatral, situaciones cómicas, humor, hazañas, cuerpos, música y vestuario fueron tratados en pie de igualdad al servicio de la representación. Diez jóvenes actuaban sobre el escenario con una presencia corporal fuerte pero sin embargo sobria, que no se basaba en la proeza sino más bien en la capacidad de hacer surgir, por el simple juego de los cuerpos, la tensión y la atención en el espectador. La implicación del artista en el espectáculo era total: corazón, cuerpo, cerebro… La relación singular construida en este trabajo entre el movimiento, el espacio y el tiempo – fundamentos de la danza – era especialmente visible en la secuencia que llamaré “Malabarismo con sombrero, sobre sillas y pared, de a varios”. La técnica era allí, impecable: el timing de las manipulaciones al igual que el tiempo global de la secuencia eran medidos con gran cuidado, creando un fraseado musical y gestual; la precisión de los apoyos permitió jugar con la oposición entre estabilidad e inestabilidad y manipular la deformación del cuerpo; la organización del espacio en tres dimensiones – vertical, horizontal, sagital – convocó los fall and recover americanos y la relación con el suelo consustancial “al arte de la caída” de los bailarines alemanes. Los sombreros, hilos conductores de la dramaturgia de esta secuencia, circulaban entre las manos y sobre las cabezas de los unos y los otros sin imponerse a la mirada: se trataba de malabares sin estar no obstante, en el dispositivo circense del malabarismo. No había narración sino más bien un juego con el imaginario, con el cuerpo como mediador.
Seguiría, en 1999, Vita Nova, una creación para la undécima promoción del CNAC que los coreógrafos Héla Fattoumi y Éric Lamoureux abordaron con estas palabras: “Todo está aquí, contenido en estos fragmentos de “materia bruta” con texturas tan singulares. Se trata de poner a prueba estas materias primas, no precipitar antes de tiempo el sentido”. Estos “fragmentos”, son las numerosas disciplinas a las cuales los coreógrafos debieron enfrentarse. Tierra-cielo: el juego de los cuerpos se instaló en este entredós tomando de la danza la vitalidad otorgada por el principio del movimiento “sujetar-soltar”, concediendo al espacio su papel de narrador y también aceptando dialogar con la música. El fraseado de la danza tomó su lugar y bonitas secuencias, en particular la de las acrobacias en el suelo que comienzan con carreras contoneadas, se desarrollaban sin que surgiera nada fuera del viaje de los cuerpos en el espacio: la organización del espacio y del tiempo creaba el movimiento. El juego de los desplazamientos del peso del cuerpo en el cuerpo y del peso del cuerpo en el espacio infunde los tempi, define los encuentros, moldea individuos listos para su número. Ya que los números están allí y el “final” también con un trío de trapecio volante impresionante.
Estas experiencias dieron un impulso a esta joven generación de alumnos del CNAC, convencidos de que era necesario atreverse al encuentro sin temer la pérdida de su especificidad. Así, João Paulo P. Dos Santos invitó al coreógrafo portugués Rui Horta a colaborar en Contigo, un solo de mástil chino creado en 2006 en el marco del Festival de Avignon (SACD/ Le Sujet à vif). Dio lugar a un espléndido diálogo del cuerpo del hombre y su mástil, gracias a un trabajo muy sutil sobre los apoyos, la lentitud y el “soltar-sujetar”.
Circo: de la hazaña a la escucha del cuerpo
El circo es un universo más duro que la danza: el cuerpo está constantemente enfrentado al riesgo. Sin embargo, es posible solicitarlo con un objetivo diferente que no sea el de la eficacia y el rendimiento. Desarrollar un cuerpo más sutil en su virtuosismo, es ciertamente el lugar donde el encuentro con la danza se produce a largo plazo. Thierry André, creador de la Compañía de l’Ébauchoir y malabarista formado en el CNAC dice, por ejemplo, “que avanza en la vida con objetos en la punta de los dedos”. Habla de su solo Petite Pièce issue du cirque (1996) en términos de musicalidad, de armonía corporal, de equilibrio y afirma que “el movimiento se inventa en el tiempo y en el espacio”. Los pies en la tierra y la cabeza en las estrellas – en referencia a la doble dirección que es la base del movimiento bailado –, el cuerpo central solicitado al comienzo de cada acción, esculpe el espacio y juega con el tiempo. A lo largo de la obra, la relación cuerpos-objetos toma la delantera sobre la hazaña del malabarismo y sin embargo las mazas de malabares juegan con las tres dimensiones, se cruzan, se responden pero se hacen olvidar en beneficio de una danza poética y musical.
Cuerpo eficiente del circense, cuerpo sensible del bailarín, Stéphane Ricordel y Olivier Meyrou parecen poseerlos en Acrobate (2013). Apoyos, pre-movimiento centrado, vuelo o caída, estamos en presencia de la organicidad de la danza contemporánea que solicita la exactitud de la intención del movimiento en el cuerpo y la inteligencia emocional del artista para dar vida al gesto. La secuencia circular que alterna saltos, caídas al suelo y figuras acrobáticas otorga toda su medida a este trabajo de interiorización del movimiento del cual emana el sentido.
Para Nos Limites (2013) Matias Pilet y Alexandre Fournier convocaron a Radhouane El Meddeb, coreógrafo y director, para guiarlos en su investigación en torno al impedimento, a la falta de movilidad, a la verticalidad imposible. Su dúo da cuenta de un conocimiento fino de la mecánica del movimiento que recuerda los efectos en la danza, del análisis funcional del cuerpo en el movimiento bailado y también de una mirada benevolente sobre el cuerpo. Cuerpo a cuerpo suave o impetuoso, portés íntegramente realizados en el suelo: las sucesiones impulso-suspensión-caídas son llevadas en una conciencia precisa del rol del peso del cuerpo que permite dar vida “el entredós” dónde reside la calidad del movimiento. La textura de los cuerpos se ve modificada. Se está más allá de la proeza o de la técnica pero en la más justa interpretación de lo que se plantea en el encuentro entre dos cuerpos: el reparto del peso. Este intercambio entre unos y otros es visible y conmovedor por la confianza que se tienen los intérpretes y le otorgan su tonalidad a la representación sin pasar por ningún artificio dramático.
Este trabajo, cuyo material es el cuerpo y su peso en un juego de transferencias llevado al extremo, recuerda a Bambou de souffle (2006) de Bruno Krief y Armance Brown cuyo enfoque resulta de la abstracción. La exactitud y la precisión de los cuerpos en movimiento, la perfección técnica motivaron su creación. Rechazando la exhibición, procuraron experimentar toda propuesta gestual olvidando las prácticas formales hasta encontrar al estado que les iba a permitir que surja el sentido. El cuerpo se convirtió entonces en el único hilo conductor del espectáculo y construyó la dramaturgia por sus cambios de estado.
En este mismo orden, se puede también citar Appris par corps (compañía Un loup pour l’homme, 2007) de Alexandre Fray, portor, y de Frédéric Arsenault, acróbata, en un número combinando juegos icarios y mano a mano, y maravillosos bailarines, o también Offrande (2010) de Marie-Anne Michel que realizó “exploraciones sobre un mástil – entre cielo y tierra”.
Para la danza como para el circo, la evolución de las técnicas pasa por la confrontación con otros cuerpos y se integra en el corazón de la modernidad de las disciplinas. El espectáculo en vivo ya sea de circo o de danza, supo sacar partido y hasta a veces confundir las pistas. ¿Es circo? ¿Es danza? La porosidad entre ambos es tal que a veces resulta difícil responder a esta pregunta. ¿Pero en definitiva, es realmente necesario dar una respuesta?