Origenes

por Pascal Jacob

El circo es la conquista más bella del caballo…
Según recientes descubrimientos arqueológicos, en particular, de pequeñas estatuillas y de algunas grandes esculturas halladas en Arabia Saudita, el nacimiento del adiestramiento, en cuanto a su fecha, debería ser reconsiderado. Hasta donde sabíamos, se mencionaba una presencia del animal junto a los hombres desde hace 6 000 años atrás, en una región del mundo que corresponde hoy a Ucrania. En adelante, es necesario más bien contar 7 000 años antes de nuestra era, es decir, 90 siglos de cercanía entre el hombre y el caballo a partir de Oriente Medio. Esta anterioridad aboga por más complicidad entre dos criaturas del mismo reino y legitima sobre todo la posición del caballo como compañero de todas las evoluciones de rango mayor de la Humanidad. Caballo de tiro, caballo de guerra, este animal participó de todas las mutaciones, del registro utilitario y vital hasta el registro del espectáculo.

Las prácticas guerreras constituyeron la primera fuente de inspiración para el desarrollo de un repertorio ecuestre dado a conocer al mayor número de aficionados. Las técnicas de combate común entre los diferentes pueblos de jinetes, ya sea aquellos que merodeaban por las estepas de Asia Central o de las Primeras Naciones de los grandes llanos de Norteamérica, formaron el zócalo intuitivo de la acrobacia en línea, denominada en el Cáucaso bajo el término de Djiguitovka. Arte ecuestre inicialmente practicado por los Cosacos del Térek y de Kubán, su enseñanza era común a todos los hombres sin excepción y se convirtió muy rápidamente en pretexto para las competiciones. Saltar a tierra y volver a subir sobre el caballo, recoger pequeños objetos sin desajustar la montura del caballo al galope, sólo inclinándose hacia abajo a último momento, ponerse de pie, manipulando las armas, y también deslizarse por el vientre del caballo o bajo su cuello, eran “figuras” clásicas, comunes tanto a los jinetes comanches, sioux, mongoles u osetios. 

Transposiciones

Las proezas a su vez vitales y espectaculares contribuyeron a formalizar el repertorio de la acrobacia ecuestre llevada a la pista del circo a partir del siglo XVIII. Dos siglos más tarde, a partir de 1965, el Gonka de Moscú, una compañía esencialmente compuesta por jinetes, en particular, por los Zapashny y sus pirámides a caballo, anunció todos los espectáculos monodisciplinarios que iban a desarrollarse veinte, treinta y cuarenta años más tarde, especialmente con la creación del Circo Zingaro, del Théâtre du Centaure, de le Luna Caballera, del PferdePalast, del Cheval Théâtre o de Cavalia.

 

El caballo es la razón de ser de la pista y del circo
Fue para favorecer los equilibrios de pie, los saltos y la acrobacia que fue determinándose progresivamente el diámetro del área de juegos, que se volvió universal a partir de 1779. Como eje primordial de la representación, el círculo de 13 metros somete a la silueta abandonada en su centro a una extrema visión. Estos famosos 360° le imponen al jinete que su espalda sea igual de expresiva que su rostro: un juego complejo de “cara o seca” que se basa en la tridimensionalidad del circo. De la relación frontal con el público no se deducen las mismas causas o los mismos desafíos y el hecho de girar sin cesar, en torno a la pista y sobre sí mismo, representa una dificultad suplementaria, pero es también un formidable código de interpretación que solo le pertenece al circo.

 

Los meandros de la Historia son a veces crueles. Sólo el nombre de Philip Astley parece haber sido retenido en el tamiz del tiempo. Hijo de ebanista, domador de caballos difíciles, oficial desmovilizado, aún así, con apenas 25 años, no fue el primero en elegir, en 1768, delimitar un picadero circular en un terreno próximo al Támesis en Lambeth, un suburbio de Londres, para realizar un espectáculo a caballo al sonido de tambores. Jinetes como Johnson, Wolton, Bates, Hyam, Price o Simpson también presentaron sus exhibiciones ecuestres en un campo o en una plaza de mercado frente a espectadores maravillados por tanta audacia.

Algunos como Johnson, incluso ya habían trabajado en un espacio circular diez años atrás, y como Wolton, habían incorporado a veces otras atracciones a sus ejercicios a caballo, algunos meses antes de la iniciativa de Astley. Pero la mayoría de estos jinetes solo tuvieron una carrera efímera. Philip Astley fue el primero en organizar su actividad como genuino empresario de espectáculos cuando decidió proteger sus exhibiciones dentro de un recinto de madera para obligar al público a pagar un derecho de entrada para asistir a la función.
Progresivamente, asoció el circo al teatro, a la ópera y al ballet construyéndole un recinto propio: el primer circo estable donde se presentaron espectáculos ecuestres y acrobáticos en una pista circular de 13 metros de diámetro fue construido en Londres en 1779. Una medida cuyo radio, de seis metros cincuenta, deriva de la longitud del látigo de los jinetes, accesorio indispensable para regular el paso de los caballos.

 

Encarnaciones

Si se admite que el circo comienza a caballo, eso significa también que el artista ecuestre tiene un rol preponderante en el orden de la representación. Al estar de pie sobre un caballo al galope, Philip Astley y todos sus seguidores forjaron un modelo fuerte que fundó el registro de espectáculo del circo moderno. Las chaquetas Brandenburg de los Húsares o de los Dragones eran una metáfora del esqueleto humano, una osificación simbólica para intimidar al enemigo cuando el sol hacía centellar los bordados de oro o plata que cruzaban en diagonal el torso de los jinetes. Oficial uniformado, Astley sugirió un primer esbozo visual abundantemente retomado a través de los siglos. Pero, paradójicamente, los jinetes fueron rápidamente abandonando el uniforme para favorecer vestuarios más sugestivos y sobre todo en vínculo directo con el tema de la exhibición: mientras que los ejercicios que estructuraban el repertorio ecuestre se estabilizaron poco a poco, la imaginación de los artistas ecuestres, en cambio, no tenía límites. Andrew Ducrow desplegó una creatividad inagotable para ilustrar sus presentaciones a caballo, inspirándose en la escena de los sepultureros de Hamlet para crear el Armario Volador o nutriéndose de las descripciones de los viajeros para el número del Cazador Indio. La misma diversidad era perceptible a través de las estampas de aquella época que ilustraban con sutileza el refinamiento de los trajes para divertir el espectador y sugerir en cada ocasión un contexto diferente. Las proezas se parecían, pero en este contexto era sin duda el traje el que “hacía al personaje”. La conquista de Egipto ofrecía un repertorio visual colorido y flexible que permitía todas las interpretaciones: a partir de pantalones anchos, pañuelos anudados en la cintura, chaquetas cortas y boleros trenzados y bordados. Una serie de láminas realizadas a partir de ejercicios ecuestres presentados en el Cirque Olympique ilustra el gusto por lo oriental y afirma la inclinación significativa hacia la diversidad de las representaciones. 

 

Ecos

La apropiación en el circo va a ser entonces como una segunda naturaleza. El ballet clásico aportó su contribución a partir de 1832 con la creación por Maria Taglioni de La Sílfide, un ballet que imponía para la misma ocasión un traje “con gran futuro”, un bustier muy ajustado y una larga falda vaporosa, en muselina ligera y transparente colocada sobre una enagua de crepé, el tutú romántico. Se trataba entonces de asociar ballet y circo, de ofrecer una imagen a la vez fuerte y dinámica capaz de integrar los desequilibrios de la amazona y de asimilarlos a la gracia de la bailarina. Para su adaptación a la pista, la intriga fue reducida considerablemente y sobre todo, el ejercicio desarrollado sobre una silla recta de cuero, acolchada, plataforma también llamada baste. Era un verdadero escenario en miniatura, en movimiento perpetuo que permitía a la bailarina a caballo retomar las actitudes clásicas reservadas hasta entonces únicamente a las bailarinas. Más específicamente aún, se asistía a la recuperación de un fenómeno de moda de importancia significativa si se tiene en cuenta la broma admirativa de Balzac que rebautizó a las amazonas como las Taglioni ecuestres… La imitación de una figura clásica transcendida y renovada logró así crear una relación entre dos disciplinas de espectáculo, vecinas, por tener en común la elegancia y el erguido, pero que hoy en día ya no son tan asimilables. Por más que su presencia en las pistas contemporáneas sea infrecuente hoy en día, la bailarina a caballo sigue vistiendo el tutú. En ocasiones, del tul frágil de los principios, se ha pasado a un vestuario definitivamente más moderno, sumando al estilo de las bailarinas en el escenario, un tul clásicamente blanco pero a veces mejorado de un delicado tono pastel, en un afán de diferenciación.

De la prensa a la pista

El deseo de identificación se afirmó anteriormente con la recuperación de un suceso que se

convirtió en materia para una escenificación a caballo, que rápidamente codificada recorrió el mundo. La escena transcurría en 1768: Philip Astley ofrecía al fisgoneo de los curiosos, una fantasía ecuestre extraída de un diario de la época. Una elección en un condado próximo de Londres oponía un candidato repudiado por la Cámara de los comunes al Gobierno. El denominado Wilkes se oponía a un poder conocido por ser recio y el público-elector seguía las peripecias de la aventura en la prensa diaria. Un sastre, y es allí donde la historia gana en sabor y en sentido, entusiasmado por el valor del candidato y deseoso de alentarlo en su Condado, decidió emprender ese viaje y hacerlo a caballo. Ahora bien, en la sociedad inglesa del fin del siglo XVIII, los sastres tenían la reputación de ser pésimos jinetes. Y esto, el público de Astley lo sabía perfectamente. El éxito de la parodia fue tal que se extendió sobre otras pistas, bajo distintos nombres, La Course du tailleur, Rognolet y Passe-Carreau, pero siempre con un éxito idéntico. El traje era fácilmente reconocible por un público en búsqueda de identificación. Su apariencia era sin duda un poco más remendada que de costumbre, quizás incluso algo más colorida – pero se sabía de los sastres la costumbre de hacer sus propias ropas con retazos de sus clientes… Podríamos detectar, sin relación aparente, un vestigio con la idéntica propensión del arlequín de vestirse con pedazos de telas para remendar o adornar su librea, víctima de la codicia de su amo… Al fin y al cabo, la confección del traje era relativamente cercana a la realidad, mucho más que cualquier adaptación, desde ya carente de un sentido único pero esencial. A pesar de algunos adornos, era un verdadero sastre el que caía del caballo y causaba las risas. A partir de este elemento simple pero eficaz, se desarrolló una comedia payasesca rica en caracteres múltiples y que se convirtió en parte ineludible de un espectáculo de circo clásico. Representada cinco años más tarde en América del norte, la escena tuvo un éxito considerable y como símbolo de su renombre, tuvo nuevas adaptaciones. Así el primer Sastre tradicional se convirtió en 1787 en The Taylor humorously riding to New york.

 El circo en guion

Con la creación de “escenas de carrusel”, elaboradas como el Rêve de Raphaël, el Garde-robe volant y el Courrier de Saint-Pétersbourg, los jinetes, y en particular el Británico Andrew Ducrow, ganaron un reconocimiento que rápidamente trascendió las fronteras de sus países respectivos. Por la elección de los vestuarios, se trataba en aquel entonces de narrar una historia a partir de algunas posturas y, por medio de algunos elementos decorativos, de evocar una región más o menos alejada o de ilustrar una referencia mitológica. En este juego de correspondencias, resultó ejemplar un número como el del Courrier de Saint-Pétersbourg. Imaginado en Londres en 1827 por Andrew Ducrow, el ejercicio consistía en que el jinete se mantuviera de pie sobre dos caballos, un pie sobre cada uno, esforzándose en mantenerlos suficientemente separados para permitirles a otros caballos pasar por debajo de ese puente humano improvisado. Sobre la espalda de todos los caballos se hallaban envueltas largas riendas que el hombre cogía al pasar y que se desenrollaban al ritmo del galope de los animales, creando la tracción virtual de una diligencia imaginaria. Era ante todo una verdadera proeza tanto física, por la fuertísima tensión causada por los nueve caballos de frente, lanzados al galope y por ser extremadamente difícil mantenerse de pie sobre dos caballos que se apartaban instintivamente cuando un tercero se deslizaba entre ellos. Una vez que la hazaña estaba controlada técnicamente, todas las fantasías decorativas eran posibles y si bien el exotismo era a veces puesto en escena con la Fuite du Pacha, se trataba más bien de vestir al jinete para ofrecerle, el tiempo de su paso sobre la pista, una pequeña identidad teatral. La trama del número era muy simple, pero respondía perfectamente al deseo del jinete de dar una connotación “teatral” y simbólica a su hazaña. En la realidad de la creación de Ducrow en 1827, pequeñas banderas colocadas sobre cada uno de los caballos representaban la diversidad de los países recorridos y hablaban por sí solos del viaje, flotando al ritmo del galope de los caballos… Imitado, adaptado, este número que se ha vuelto un clásico, conoció según las naciones y los regímenes, una serie de nombres diferentes, pasando de la bonita imparcialidad de Courrier de Saint-Pétersbourg a Poste Royale, pero también a Poste Impériale o Nationale y pasó de La Fuite du Pacha a Postillon de Longjumeau. Dramatizado, omnipresente en la ciudad, ya sea de tiro, de escuela o de guerra, el caballo encuentra en el circo un eco de su supremacía en un cotidiano construido en función de él y de sus aptitudes para servir a los hombres. Con todo, vencido por la revolución industrial que se desarrolló al final del Siglo XIX, desaparece progresivamente del paisaje y tiende a desaparecer completamente, excepto en las esferas periféricas del deporte, del ocio y del entretenimiento.

 

Evolución de la presentación

La importancia del arte ecuestre disminuyó considerablemente en el contexto del circo tradicional tratándose allí generalmente de una presentación libre o deuna versiónde alta escuela. Si bien la ropa o la chaqueta militar de color oscuro seguían siendo de predilección de algunos jinetes, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial fue la imaginación la que prevaleció. En 1958, los Schuman actuaron en la Olympia de Londres en Bertram Mills. Paulina era la coreógrafa ecuestre de la tropa y hallaba su inspiración en las grandes películas de esa época: Doctor Jivago, My Fair Lady, Robin Hood o Gigi. En 1965, su creación ecuestre sobre la Rhapsodie in Blue de Georges Gershwin fundó las bases de la presentación moderna de los caballos en libertad: los animales fueron presentados sin artificios, desarrollando su número en una luz enriquecida por efectos de humo que reforzaban la dimensión onírica de la presentación. Paulina Schumann introdujo en su presentación una investigación musical y artística inusual, muy costosa, en particular para la creación de los trajes. Mezclando iluminación, música, vestuario en torno a un tema, produjo un verdadero acontecimiento ecuestre. Los Schuman trabajaban esencialmente en circos estables donde permanecían varios meses y podían así tomarse el tiempo para ensayar sus números, embellecidos luego por las ideas de Paulina. Inspirada por el folklore internacional creó esplendidos cuadros donde varias decenas de caballos desempeñaban el papel principal. Carnaval de Venise, Madame Bovary, Fiesta à Séville fueron algunas de sus creaciones más significativas. En Francia y Suiza, los Grüss y los Knie continuaron esta reflexión sobre el arte ecuestre y crearon suntuosos cuadros donde los trajes, las luces y los ornamentos de los caballos se conjugaban de manera fusional para sintetizar en un número todos los sortilegios del circo original.

 

Dos siglos después de su aparición, para crear el pictograma destinado a ilustrar la palabra circo en referencia a una forma artística occidental, los lingüistas chinos asociaron recientemente el círculo al caballo: es decir, vemos hasta qué punto el animal se impregnó del imaginario circense para concederle tal dimensión simbólica…