Evolución

por Jean-Michel Guy

Ironía de la historia, la noción de manipulación de objetos, reciente y muy común hoy en día, surgió de la necesidad de fraccionar al malabarismo que se había tornado dominante y “cajón de sastre”, a pesar de que el malabarismo, a mediados del siglo XIX, era una ínfima parte... de la manipulación de objetos. Claramente estos dos subconjuntos del malabarismo comparten varias características como ciertas técnicas y la noción general de “punto de suspensión” o “punto muerto” y son combinables entre sí. Sin embargo, la mayoría de los manipuladores de objetos se autoproclaman de ese modo, más que como malabaristas, especialmente cuando manejan un solo objeto, como un sable, un yo-yo o un bumerán.

La edad de la deconstrucción

La evolución de la manipulación de objetos y la de malabarismo fueron en gran medida solidarias. La caracterizaron tres nociones de igual modo: deconstrucción, modernización y plasticidad. Pero cada una de estas nociones se diferenció según el tipo de malabarismo.
La deconstrucción consistió en cuestionar todo aquello que se había dado por sentado y disociar propiedades que anteriormente se pensaban que eran inseparables. Desde los años 1990, se centró lógicamente en dos nociones: la de manipulación y la de objeto. La deconstrucción más radical, que sirvió como una guía de análisis para todas las deconstrucciones parciales, fue teorizada por la malabarista Phia Ménard bajo el nombre de injonglabilité, y se puso de manifiesto en su trabajo Vortex. Envueltas en torbellinos de aire, que eran por definición invisibles, formas plásticas tales como bolsas “danzaban” como por arte de magia, siguiendo coreografías a la vez descabelladas y muy controladas. No aparecían en la pista ni malabaristas, ni la más mínima figura de malabarismo familiar. El público puso de hecho en duda, de que se tratase de malabarismo. Y, sin embargo, lo fue, en gran medida, no porque la obra estuviese firmada por una malabarista, conocida también por sus juegos de malabares clásicos, sino porque se insertaba en una tradición de manipulación experta, mientras que desafiaba los límites. Lo que se manipulaba no era un objeto material, visible, tangible, audible, ¡sino una corriente de aire! O mejor dicho, un conjunto de veinte corrientes de aire, proyectadas sobre la pista por medio de ventiladores y cuya orientación, potencia, número activo eran “manipulados”, también según técnicas de malabarismo clásicas, utilizando una consola, que se accionaba por medio de los dedos, pero especialmente por el genio creativo de la artista. El objeto es el viento. ¡Era la manipulación sin manos!

Este es el objeto que me manipula

¿Por qué “injonglabilité”? Debido a que el malabarismo no tiene esencia, no tiene una definición estable ni posible, es puro devenir. Adviene, dice Phia Ménard, esencialmente cuando un artista plantea la cuestión de si un objeto es manipulable o no, encuentra las condiciones de posibilidad para hacer malabares con él, y lo logra. Por lo tanto, cualquier objeto es potencialmente “malabareable”, es decir, susceptible de responder a una manipulación sin precedentes. En cuanto a la manipulación en sí, no proviene de gestos estándares, pero de la invención. El malabarista/manipulador de objetos Jörg Muller dijo: “cada objeto tiene algún tipo de deseo de movimiento”.
Phia Ménard y Jörg Muller no hacen más que conceptualizar un principio desde entonces evidente para todos los malabaristas, y que se enuncia trivialmente de la manera siguiente: es el objeto que me manipula.

En realidad, este principio se torna aún más complejo a través de su extensión, que es la manipulación del público, en otras palabras, la dramaturgia. ¿Quién manipula qué y a quién? Debemos reconocer que la manipulación de objetos se extiende hoy en día a estos confines, y que lo que es en realidad “manipulado”, por medio de instrumentos tan extraños como el viento, son los efectos de admiración, extrañeza, reconocimiento, y sentido. El objeto de la manipulación ya no es una “cosa” sino una relación. Y en cuanto a las “cosas”, el período reciente se distingue por la superación del objeto a través de su material: se manipulan yemas de huevo, barro, agua, hielo. Oh, es cierto que la larga tradición de hacer malabares “con todo y con cualquier cosa” no se interrumpió: se manipulan Diábolos de porcelana, bolas de cerámica, cubos de Rubik, como antaño se lo hacia con muñecas, alfombras, libros o embudos. También se manipulan los píxeles. Desde este punto de vista reducido, se puede decir que la manipulación de objetos tiene días muy bellos por delante, por así decirlo, mientras nuestra sociedad de consumo continúe generando nuevos objetos.

El renacimiento tecnológico y artístico

La modernización es otro fenómeno que cabe destacar, a no confundir con el anterior, si bien pueden ser vinculados. La novedad proviene a menudo a través de la tecnología. Los objetos del malabarismo clásico (bolas, mazas, diábolos, aros...) son revisitados, renovados, mejorados a medida que un mercado, es decir, una comunidad de aficionados, se forma. Dentro de un esquema clásico, la innovación técnica introduce nuevas formas de hacer malabarismo, al igual que la aparición del tubo de pintura Bourjois, fácil de transportar, le permitió a Van Gogh dejar su taller para pintar al aire libre... Debemos citar aquí la obra mayor y revolucionaria de Michael Moschen, llamada Triangle, que no habría existido sin la invención tecnológica de la bola de silicona.
El trabajo de Michael Moschen no es revolucionario solamente por esta innovación técnica: rompió con todo lo que se podía llamar juggling antes de él. Y es por eso que solo podemos hablar de la evolución de la manipulación de objetos desde su posicionamiento como artista, frente a los objetos. Fue él quien inventó el malabarismo de contacto, que a pesar de su nombre no es malabarismo, sino una forma singular de manipulación de objetos. Inventó objetos insólitos – y los principios de malabarismo vinculados a los mismos – y allanó el camino para la manipulación gráfica. También contribuyó profundamente en el proceso de deconstrucción, planteando(se) preguntas filosóficas y culturales que nadie había imaginado antes: de que manera distintas civilizaciones perciben el vacío o el hecho de “soltar amarras”.

Admirador de Moschen, Jérôme Thomas, fortalecido por el contexto francés y sabiendo cómo desafiarlo, activó las claves faltantes para lograr en Europa, la revolución nacida en Norteamérica: lograr que el malabarismo sea reconocido como arte, logar que produzca obras de larga duración, involucrarlo en un proceso de creación permanente. ¿Se trata de malabarismo o de manipulación de objetos cuando Jérôme Thomas inventa una pelota en equilibrio sobre la muñeca, que se mantiene fija como por milagro, mientras que el malabarista no deja de girar alrededor de ella? La tecnología inspira al malabarismo: las bolas son manipuladas hoy en día por medio de un control remoto. Mañana, – ¿quién sabe? – un malabarista en Singapur atrapará, en el mismo instante, un objeto lanzado en París...

 

 

Por otra parte, la manipulación de objetos, más plástica que nunca, se combina muy fácilmente desde ahora, con todas las demás formas de manipulación: marionetas, magia, instrumentos musicales y, más generalmente, todas las artes, el teatro, la danza y el video...

A través de esta plasticidad y de la revolución digital en curso, las diversas formas estándares de manipulación de objetos, balística, contacto, gráfico, destreza, están en plena mutación.