Orígenes

por Pascal Jacob

Cuando Archangelo Tuccaro, “Saltarin du Roy”, publicó en París en 1599 sus Trois dialogues de l'exercice de sauter et voltiger en l'air, contribuyó a popularizar la acrobacia y se inscribió en la continuidad del escrito De Arte Gymnastica publicado en Venecia en 1569 por Girolamo Mercuriale. Estos dos libros constituyeron las primeras teorizaciones del gesto acrobático, pero sugieren sobre todo su inscripción en una perspectiva social y literaria por la aparición de una cultura física en sentido literal del término.

Del ritual al espectáculo

Definir la acrobacia con precisión es un ejercicio arriesgado, ya que el término designa hoy como en su origen, a una multitud de disciplinas que provienen más o menos de un mismo concepto inicial. Compuesto del griego acros, extremo, y bates, caminar, avanzar, el término induce a una idea de progresión y también de desfase respecto del común de los mortales: designa tácitamente a todas y todos aquellos que juegan con este principio de extensión y volteo, es decir a los bailarines, los funámbulos y los saltadores en suelo. Todos son acróbatas. “Se desplazan en las extremidades”, sobre las manos o la punta de los pies y fundaron una primera diáspora artística única y simbólica. El malabarista medieval, sutil narrador, cantante y manipulador de objetos también era a veces, un acróbata: capaz de saltar, de mantenerse en equilibrio sobre una pierna o sobre las manos, multiplicó los conocimientos técnicos y definió por sí mismo a toda una casta. En cierta medida, el término “acróbata” reemplazó al de “malabarista” que designa hoy en día a una ramificación de disciplinas en torno a la manipulación de objetos pero también al de “saltimbanqui”, connotado de manera peyorativa, y de “tumbeor”, término proveniente del inglés tumbler – del verbo tumble, “tumbar” – que define a todos aquellos que tienen por oficio hacer saltos combinados con giros. La práctica actual del tumbling, obviamente, se sustenta en esta influencia.

 

Una estructura ramificada de formas

Lo que caracteriza la importancia de la acrobacia, es el desarrollo de la terminología vinculada a su práctica. El cybisteter griego, el cernuus latino, palabra proveniente del verbo cernuo, “caer con la cabeza hacia delante”, “hacer la voltereta”, comparable con una forma de volatinero, definen lo que consideramos hoy como equilibristas y el funambulus y el oreibate designan a los expertos de la cuerda floja y el cable tenso.

La acrobacia es una ramificación de formas, y también un vocabulario compartido por todas las disciplinas.

Es un lenguaje espectacular y universal pero también un juego intuitivo y dinámico en torno al cuerpo y su explosividad, a su potencia y su elegancia. Sin embargo, el juego y aquello que está en juego no es gratuito. Este frenesí, esta fuerza y elegancia se reflejan en un fresco descubierto en Cnosos, pintado en 1500 a. de C. que representa a jóvenes acróbatas saltando por encima de los cuernos de un toro en plena carrera. A aquel que estaría tentado en ver allí las primicias de la corrida, se le responderá que la curvatura de los volatines remite más a una conciencia del salto que a una simple voltereta para escapar de los cuernos del animal… La curvatura precisamente, prueba de una flexibilidad sapiencial, evoca a su vez otros frescos elaborados dos milenios antes de nuestra era y revelados en Egipto como esbozos de una ciencia del cuerpo sagrada y espectacular.

 

 

En sus orígenes, la acrobacia era a su vez formulación de un rito y revelación de una sabiduría secreta. En la Antigüedad, en Sumeria, Egipto o en los confines del Río Indo, se la practicaba generalmente en el contexto de ritos funerarios. El salto o la flexibilidad tenían una función de conjuro oponiéndole a la muerte allí presente, una sucesión de figuras que representaban la vitalidad irrefrenable de la vida. Al dominar simbólicamente su cuerpo, el acróbata era una figura de progreso: ningún cuerpo invertido puede escapar a su enderezamiento, siendo fuente de renacimiento y traducción de la transición de un mundo a otro. Aún hoy podemos ver esta dimensión funeraria en la liturgia taoísta donde algunas ceremonias son realizadas por sacerdotes acróbatas. Ilustran cada una de las etapas del viaje de los difuntos hacia el más allá, a travésde actuaciones simbólicas donde entran en juego manipulación de objetos, saltos y acrobacia en el suelo. El ritual puede llevarse a cabo al aire libre, en medio de la ciudad, sin ser interrumpido por la agitación de la vida diaria.

Inspiraciones

Las raíces de la acrobacia son planetarias y “multimilenarias”. Los ritos de imitación del comportamiento

animal se encuentran en el origen del desarrollo de las primeras formas acrobáticas. Para convencer a los dioses de que coloquen sobre el camino de los cazadores el mayor número de presas, el grupo empezó a imitar a algunas creaturas de manera muy explícita, vistiendo plumas, cuernos o pieles para aumentar el realismo y disipar las últimas vacilaciones de las fuerzas benignas… La rapidez, la fuerza, la agilidad y la flexibilidad caracterizan a numerosas especies: al imitarlas, al seleccionar dentro del clan a los individuos más dotados, los hombres adquirieron de a poco las mismas aptitudes. La comprensión de estos extraños conocimientos técnicos incitaron el ansia de competición para alcanzar la precisión y el virtuosismo.

Cuando las comunidades de cazadores cosechadores se transformaron en sociedades sedentarias de agricultores ganaderos, conservaron la memoria de estos ritos de cacería y los convirtieron progresivamente en un vocabulario artístico y profano. Así nació la acrobacia de espectáculo. De estos juegos de imitación, de estos placeres, de la competición por trepar un árbol con más rapidez, de esta aptitud para reptar de manera veraz, de la necesidad de sostenerse y de alzarse para acercarse a las estrellas, nacieron técnicas circenses como el mástil chino, la contorsión, el equilibrio, las pirámides, los portores y el mano a mano…Estas figuras seculares y estos rituales orquésticos resuenan hoy como una memoria fecundante: la acrobacia contemporánea no tiene otras fuentes, aunque por supuesto, no ha dejado de desarrollarse y de enriquecerse a partir de esta base poderosa y simbólica, enriquecida por los cruces y las interpretaciones. Las caravanas que cruzaban incansablemente las tierras alejadas de Asia Central para traer a Europa mercancías extraordinarias, así como las expediciones guerreras de Gengis Kan y de sus descendientes que se apropiaban de hombres y tesoros, garantizaron el vínculo y la diseminación de los juegos de destreza, actuaciones y manipulaciones virtuosas. A lo largo de la ruta de la seda, unión entre Oriente y Occidente, se formó un repertorio universal, compuesto por encuentros azarosos, confrontaciones, intercambios y ensamblajes, una suerte de inventario de proezas, camino intuitivo entre los hombres y las civilizaciones.

Migraciones gitanas

A medio camino de una historia que atraviesa dos milenios, hacia el siglo X, un pueblo entero se puso en marcha para escaparle al hambre y a los abusos de otras comunidades. Esta inmensa migración con tintes de éxodo, es la metáfora de lo que lo iba a constituir en los diez siglos que siguieron: el vagabundeo iba a convertirse en su modo de vida y “otro lugar” en su objetivo… Guiado por las estrellas, organizado en grupos de varias decenas, o incluso de centenares de individuos, el pueblo gitano se puso en movimiento para la marcha más larga de su historia. Abandonaron el Norte de la India y lentamente, a paso de hombre y animales, avanzaron en búsqueda de un territorio más seguro para proteger a sus familias. El camino, azaroso, era interminable: tardaron varios siglos en recorrer miles de kilómetros y llegaron algunos de ellos, a la frontera de Europa alrededor del siglo XIV.

Eran portadores de conocimientos extraños e inéditos, heredados de formas antiguas, entre mitos y rituales. El Kalaripayattu es una danza guerrera y acrobática originaria del Kerala, un Estado de India del sur, cuyos primeros rastros han sido descubiertos por dibujos sobre hojas de palmera que datan del siglo II a. de C.

El Kalaripayattu se codificó en el siglo XII y conoció una edad de oro entre el siglo XV y el siglo XVII. Considerado como el antepasado de las artes marciales, esta danza se nutrió de fuertes referencias.

Se inspiró de la cultura dravidiana, vinculada al conocimiento del reino animal y vegetal y del budismo, a través de la ciencia del cuerpo energético e indo-europeo con las técnicas holísticas de dominación y de conquista.

Sus practicantes, entrenados en el kalari, pequeño anfiteatro cerrado de 14 metros por 7 y cubierto con arena, realizaban saltos extraordinarios pero eran también capaces de moverse sigilosamente, desarrollando una forma de mimetismo animal. La energía y la fuerza desplegadas daban una dimensión espectacular a los enfrentamientos, ampliada por una gestual a la vez fluida y precisa. Al extremo opuesto de esta danza marcial, el Gotipua, era una danza pacífica del estado de Orissa, interpretada desde el siglo XVI por jóvenes muchachos vestidos con llamativos trajes femeninos. Mezcla de contorsión y acrobacia, el Gotipua honra al dios Krishna y ofrece una asombrosa síntesis entre performance y coreografía, apoyada por percusiones, ampliadas por el martilleo rítmico de los pies de los bailarines.

 

El mallakhamb, una práctica poco conocida iniciada en la India a partir del siglo XII, forjada a partir del malla, “hombre fuerte” y el khamb, “pilar”, era una disciplina deportiva que fue codificada en el siglo XVIII en el estado de Maharashtra y desarrollada en el siglo siguiente bajo el impulso de Sir Balambhatt Dada Deodhar. Practicada con un palo de teca o palo de rosa de tres metros de alto, consistía en realizar un máximo de figuras en un minuto treinta. El mástil era pulido y engrasado cuidadosamente para evitar las asperezas que pudiesen herir a los practicantes, vestidos simplemente con un taparrabos de color anaranjado. Las tomas y combinaciones eran espectaculares y mezclaban una extrema flexibilidad de los hombros con la fuerza y la rapidez. Puramente gímnico, muy regulado desde 1958 con competiciones regionales y nacionales y un código de puntuación muy preciso, el mallakhamb, sacado de su contexto deportivo, era presentado regularmente como una atracción legitimada. En 2009, el espectáculo India, concebido por Franco Dragone para Prima Time Entertainment, revela a un colectivo de ocho practicantes del mallakhamb, completamente coreografiado y despojado de toda connotación gímnica. El Dai Show, espectáculo permanente también creado por Franco Dragone en Xishuangbanna en 2015, incluye una secuencia de mallakhamb.

Estas formas coreográficas y acrobáticas, impregnadas de numerosas referencias a lo sagrado, se asocian a las otras referencias que estructuran la evolución de la acrobacia así como a nuestra visión de esta disciplina. Los Anyi de Ghana, con motivo de algunas ceremonias, trazaban un círculo con polvo de caolín para crear un área sagrada y efímera. Dentro de este espacio circular transitaban varios oficiantes con roles bien definidos y que personificaban, en particular a payasos y demonios, identificables por sus maquillajes y registro físico. Saltos, volteretas, gestual grotesca y conjuros componían un vocabulario simbólico, comprensible por los iniciados y el conjunto de la asistencia y oriundo a la vez del teatro, de la danza y la acrobacia.

El estudio de los Incunables, manuscritos y libros impresos en el siglo XV, revelaron bellas sorpresas: es allí, en la gloria de coloraciones de una asombrosa frescura, al margen de líneas sabiamente trazadas, que bailaban los malabaristas y cobraban vida los acróbatas. Un maravilloso corpus gráfico que sugiere hasta qué punto el virtuosismo de algunos ha conseguido trascender al imaginario de tantos otros. Entre dos columnas trazadas de oro, magnificadas por dos gotas de carmín, inscripto en los márgenes de un montaje de pensamientos y referencias eternas, un contorsionista personificaba por sí solo la ambivalencia de su virtuosismo. Comparable a un demonio, tanto como a una figura tutelar de abatimiento y evolución, sublimaba con exactitud la fragilidad de la existencia y devolvía al que lo contemplaba a su propia vanidad…
Encarnación y transición, el acróbata recrea con cada uno de sus desequilibrios la intensidad del paso de la muerte física a la resurrección espiritual, pero se integra también en la esfera artística del tiempo.

 

Orígenes de la Banque

En paralelo, las obras de construcción de las catedrales representaban un formidable laboratorio de integración del gesto acrobático en el vocabulario visual medieval: acróbatas y malabaristas figuraban en la cima de columnas de piedra, y encontraban también su lugar en los bajorrelieves que constituían los frescos de tres dimensiones destinados a adornar los pórticos, restitución tallada de las escenas que daban vida a los Misterios representados sobre los atrios. Moldeado, sacralizado, con el cuerpo dislocado o triunfante, el acróbata simbolizaba y reflejaba la fascinación inmemorial por los juegos de habilidad y la potencia de evocación del gesto extraordinario, que eran un alfabeto y un vocabulario inédito. Siglo tras de siglo, una estructura de técnicas y disciplinas se transformó progresivamente en un poderoso tronco común. Así nacieron, se enriquecieron y se cruzaron algunas de las disciplinas fundamentales de la historia de la acrobacia cuyos gestos y posturas constituyeron poco a poco un repertorio universal, y moldearon la base del Gran Banco de Occidente.

Por banco, nos referimos a diáspora, una vez más, a comunidad. La palabra deriva del término saltimbanqui, una palabra proveniente del italiano antiguo saltare in banco, literalmente saltar sobre el banco, los caballetes, el estrado de los saltimbanqui que les permitía dominar a la muchedumbre para realizar trucos y divulgar palabrerías.

 

De este saltimbanqui, a la vez noble y peyorativo, nació una estructura ramificada de palabras tan extrañas como explícitas: de la banqueta a la banquina y del banco a los banquistas, todas tienen conjuntamente este origen divertido, en donde el banco es también el lugar donde se cambia dinero, es decir, el banquero… Un perfume de dinero y entretenimiento, una alianza con tintes de premonición, una proximidad ambigua y una relación que aún perdura… La banqueta designa el pequeño talud de tierra o la tarima circular cubierta de terciopelo rojo que cerca la pista y constituye un resguardo simbólico pero infranqueable. El salto de banquina es una técnica de propulsión humana donde dos portadores empujan y recuperan a un ágil, el banco define el conjunto de la diáspora compuesta por los banquistas. 

 

El fin de un mundo

Los saltimbanquis recorren caminos y actúan sin método en las diferentes etapas, ya existentes desde Tespis y su carro en Grecia, se los consideraba malignos y excomulgados, de mismo modo que a los actores desde el siglo IV y el concilio de Elvira en España en 305. Resultaba difícil asimilar en ese entonces a estos “vagabundos” al cuerpo social, aun más porque el sedentarismo era la norma y las hambrunas debidas a las malas cosechas, las rapiñas de grupos de mercenarios o portadores sin fe ni ley, sin olvidar las epidemias que hacían estragos en algunas regiones, no incitaban a la tolerancia hacia aquello que era diferente: se consideraba al viajero, “al otro” inevitablemente, como responsable de todos los males del siglo. Se les ofrecía a veces una alternativa bajo la forma de sociedades, de gremios y corporaciones que reunían, federaban y protegían a los representantes de una misma profesión. Y tal como ocurría con los carniceros, los sastres o los curtidores, los malabaristas tenían a veces una calle, un barrio, o incluso un hospital que se les reservaba. Integrados en la trama de la ciudad, adquirían así un principio de respetabilidad. Esta idea sugiere implícitamente la noción de tropa y por consiguiente de clan, familia y dinastía. La pertenencia a una misma sangre fundó la corporación.

Había allí un puente simbólico con la organización de los gremios antiguos, pero en el que el talento tenía valor de llave maestra y de razón de ser.

Las grandes ferias, reuniones de actividades múltiples y gigantescos puntos de encuentro, siempre han sido sitios de predilección para los saltimbanquis de todos los orígenes, algunos les ofrecían incluso barrios enteros, callejuelas bordeadas de camerinos donde actuaban volatineros, manipuladores de objetos y adiestradores de animales. Territorios urbanos vibrantes donde alternaban y cohabitaban la ciencia, el espectáculo y el comercio, las ferias atraían a miles de curiosos, a un público regular y sobre todo cautivo.
Los que vendían pomadas y ungüentos, charlatanes de la primera hora, se asociaban a veces al virtuosismo de un saltimbanqui para elogiar sus productos. Un salto, una pirueta o una ocurrencia bastaban para atraer al cliente al pie del estrado, donde seguramente, fascinado, terminaría por ceder al pregonero que se marchaba con un bálsamo o un frasco de polvillo milagroso. Un edicto real de 1719, conquistado tras una ardua lucha por la Comédie Française para terminar con una competencia juzgada desleal, va a terminar regulando la agitada extravagancia de las ferias, asociadas a menudo a desbordamientos y protestas que debilitaban el poder. Progresivamente reducidas y prohibidas, echaron a las rutas a los innumerables saltimbanquis que contribuyeron a su extensión y su fortuna. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, volatineros, malabaristas y acróbatas hicieron alianza con los primeros volteadores a caballo. Inspirado, influido, alimentado por la acrobacia, el circo moderno entró en escena para el primer acto de su historia.